¿Sabemos lo peligroso que es etiquetar a los niños, cómo esto puede influir en su autoestima, personalidad, en definitiva, a su futuro? En psicología existe un concepto que se denomina “profecía autocumplida”, aquello que creemos que pasará, pasará. Si calificamos a un niño como flojo, lo será, porque le estamos haciendo creer que es lo es. Las consecuencias de etiquetar a un niño lo marcará de por vida, convirtiéndose exactamente en aquello que se le está diciendo que es.
Podemos decirles en un momento dado a nuestros hijos/as, a nuestro alumnado, “no estás haciendo los deberes” tildando qué es la situación lo que estamos definiendo, pero si le decimos “eres un vago, nunca haces los deberes”, les estamos definiendo a él, le estamos diciendo que es un vago y con toda seguridad lo será. Estas serían etiquetas negativas, pero también las etiquetas positivas, pueden ser igual de peligrosas: “es el mejor”. Si le decimos esto, el niño tendrá que demostrar que lo es, se sentirá en la obligación de cumplir las expectativas de los adultos que se lo dicen, aparecerá la frustración, ya que no se puede ser el mejor en todo y siempre, dañando su autoestima y fomentado un perfeccionismo que no ayudará al niño.
Y hay otras etiquetas, la de doble sentido “es un granujilla”, “un bicho”. Entramos en un mensaje contradictorio, algo que se clasifica como negativo se utiliza para ensalzar a los niños/as. Éstas son muy peligrosas también.
Lo que le digamos a nuestros hijos/as que son, serán, como le hablemos, hablarán, lo que esperemos de ellos, lo alcanzarán.
“Tenemos que estar muy atentos, y desarmar de inmediato las descalificamos del niño/a, “no eres un desastre, sólo te has equivocado en esto” |
Mantener especial cuidado a las etiquetas que el niño utiliza sobre sí mismo, “soy un desastre”, “todo me sale mal”, “soy un tonto”. Tenemos que estar muy atentos, y desarmar de inmediato las descalificamos del niño/a, “no eres un desastre, sólo te has equivocado en esto”.
Estar atentos a nuestros hijos, a lo que piensan de sí mismos, a los que pensamos sobre ellos, hablar y hablar, de sus emociones, de sus miedos, de sus expectativas. Tratarlos como nos gusta ser tratados, con respeto, cariño, desde la compresión, el amor, cuidando las palabras y cómo las utilizamos.
Cuidarnos a nosotros mismos, ver qué creencias erróneas tenemos sobre nosotros, qué nos dijeron nuestros padres que éramos, qué etiquetas nos pusieron a nosotros y ver cómo nos han influido, podría ser un buen ejercicio para comprobar hasta qué punto somos lo que nos dijeron que éramos.
«Una palabra nos libra de todo el peso y dolor de la vida. Esa palabra es amor!» Sófocles
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