Francisco J. Sánchez y sus westerns imprescindibles (4): «Raíces profundas»

Al igual que sucedió con el literario Holden Caulfield de El guardián entre el centeno (J. D. Salinger, 1951), innegable referencia para multitud de películas que intentan descifrar el enigma de la adolescencia, Raíces profundas (George Stevens, 1953) se convirtió en una influencia no solo para los westerns posteriores, sino para obras que, aun no perteneciendo al género, se contagiaron de su espíritu por el mero hecho de incorporar un personaje tan misterioso como Shane, nombre del protagonista y título original de la cinta. Y no resulta casual la comparación: el libro de Salinger se publicó en 1951 –el mismo año en que se rodaba Raíces profundas–, pero ya se había presentado en forma de serie en 1945 y 1946. Quién sabe si la novela tuvo algo que ver con el hecho de que Stevens utilizase el punto de vista de un niño para narrar parte de esta historia de héroes cansados, humildes granjeros y ambiciosos terratenientes. Sea como fuere, lo cierto es que la inocente mirada de Joey Starrett (Brandon De Wilde, nominado al Óscar) ayuda a comprender mejor la atmósfera melancólica que envuelve al forastero (Alan Ladd), pues el niño, con quien congeniará enseguida, representa para él la familia que tanto añora.

   La figura del pistolero cansado que busca un lugar en el que asentarse ya había sido analizada en aportaciones tan estimables como El pistolero (Henry King, 1950), si bien el enorme éxito de Raíces profundas eclipsó cualquier aproximación anterior y convirtió a su personaje principal en uno de los modelos más imitados a lo largo de la historia del celuloide. El ejemplo más claro es El jinete pálido (Clint Eastwood, 1985). Pero también lo encontramos en Johnny Guitar (1954); Llega un pistolero (Russell Rouse, 1956); Más rápido que el viento (Robert Parrish, 1958); Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968); Infierno de cobardes (Clint Eastwood, 1973) o Sin perdón (Clint Eastwood, 1992). Y no solo en westerns puros, sino en enfoques más actuales, tan interesantes y diversos como La vida mancha (Enrique Urbizu, 2003); Una historia de violencia (David Cronenberg, 2005) o Drive (Nicolas Winding Refn, 2011). Son, en todos los casos, películas construidas alrededor de un héroe enigmático, fuerte, aunque no exento de sensibilidad, de cuyo pasado poco se sabe. Alguien capaz de renunciar a la ansiada tranquilidad para proteger a familias de las que, en realidad, no forma parte.

No nos descubre Raíces profundas nada nuevo al tratar la lucha por la tierra, la conquista del Oeste, la ambición contra la supervivencia, que son temas recurrentes en filmes como Horizontes de grandeza (William Wyler, 1958) o El último tren de Gun Hill (John Sturges, 1959). Sin embargo hay algo en ella que la hace diferente al resto. Tal vez sea la nostalgia que desprenden sus imágenes, mérito de la combinación de la fotografía de Loyal Griggs (ganador del Óscar) con la preciosa banda sonora de Victor Young; o su cuidada producción (Stevens se esforzó en que los decorados y el vestuario reflejasen con exactitud la época en que transcurre la película). Sin olvidar algunas soluciones innovadoras para su tiempo, como el uso de cuerdas para desplazar a los personajes que recibían un disparo; o el protagonismo del sonido en la acción: mucho antes de que Michael Mann asombrara al público con la mejor escena de atraco a un banco jamás rodada (Heat, 1995), George Stevens ya había experimentado con los ecos producidos por las detonaciones de las armas o el ruido de los golpes. La pelea en la tienda, que basa su fuerza en la mezcla de tomas cortas, actores que se asoman a la cámara y un plano del niño partiendo la piruleta al son de los estruendosos puñetazos es de las que permanecen en la memoria durante mucho tiempo.

Raíces profundas está basada en el libro de Jack Schaefer (Shane, 1949) que A. B. Guthrie Jr. y Jack Sher se encargaron de adaptar para la gran pantalla. Inicialmente, Stevens quería a Montgomery Clift y William Holden para los papeles de Shane y Joe Starrett. La negativa de ambos actores provocó que el proyecto estuviese a punto de abandonarse. Como último recurso, Stevens le preguntó a un responsable del estudio quién quedaba disponible. Éste le enseñó la lista de actores y el reparto se cerró en tres minutos. El director eligió a Alan Ladd y Van Heflin. Jean Arthur, retirada de la interpretación desde 1948, aceptó el papel por su amistad con Stevens, que la había dirigido en El asunto del día (1942) y El amor llamó dos veces (1943). Tras el rodaje, la actriz se retiró definitivamente.

La película se completó en 1951, pero no se estrenó hasta 1953 debido al meticuloso y exhaustivo proceso de montaje supervisado por George Stevens. Cuando por fin llegó a las salas de cine, muchos de los directivos de Paramount pensaron que sería un fracaso y que no recuperarían la inversión. El filme, en principio un proyecto menor, fue creciendo y encareciéndose, especialmente desde que Howard Hughes vio un trozo del material rodado y mostró interés en comprar la cinta. Esto provocó que la productora se replanteara su estrategia de comercialización y decidiera lanzarla como un gran estreno. El tiempo ha demostrado que fue un acierto porque se convirtió en un éxito inmediato.

Raíces profundas es una película sobre la mitología del western, una obra que recoge con la misma intensidad la belleza de los valles de Wyoming y la amargura que late en el corazón de los ganaderos; y es, por encima de todo, el retrato del espíritu de un niño que descubre un héroe al que adora mientras, sin renunciar a la inocencia propia de alguien de su edad, ha de sobrevivir a la complicada época de la colonización del Oeste. Imprescindible.

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Francisco J. Sánchez Manzano

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