Obra fundamental en la carrera de Clint Eastwood, madurada lentamente como un buen vino, Sin perdón (1992) contiene la esencia de algunos de los mejores westerns clásicos de la historia, como Incidente en Ox-Bow (William Wellman, 1943) o Raíces profundas (George Stevens, 1953) y, al igual que éstos, constituye uno de los pocos ejemplos en el género que se interesa más por las consecuencias de la violencia que por la violencia en sí.
En Sin perdón no existen buenos ni malos; nadie gana y todos pierden algo. Hay violencia, pero sirve a un propósito. Transmite un mensaje a través de las imágenes que desmitifica su idealización. Parece querer decirnos: «Aquí la tienes, ¿estás seguro de que esto es lo que quieres?».
William Munny, un pistolero retirado, ahora granjero de cerdos, viudo y padre de dos hijos, decide volver a empuñar las armas para castigar a los hombres que desfiguraron la cara a una prostituta. Le acompañarán en su misión dos personajes que simbolizan los dos extremos del propio Munny: su amigo Ned Logan (Morgan Freeman), melancólico y tan desencantado como él; y Schofield Kid (Jaimz Woolvett), un joven testarudo y fanfarrón que busca la gloria a través de las hazañas.
Puede parecer que el lejano Oeste es el escenario idóneo para situar la acción, pues allí donde la sociedad no ha evolucionado y la ley aún gatea es donde mejor se entiende la necesidad de justicia. Sin embargo, el dilema en torno a la traumática situación que supone el punto de partida de la película encajaría perfectamente en la realidad actual: unos vaqueros hieren a una prostituta porque se rio del tamaño del pene de uno de ellos. El encargado del burdel los encañona y los ata mientras espera al sheriff, Little Bill Daggett (Gene Hackman), pero cuando éste llega, y a pesar de que en un principio piensa en azotarlos, termina por imponerles una multa y dejarlos libres: «No estamos hablando de forajidos o maleantes. Solo son chicos que trabajan duro y que han hecho una tontería». Las prostitutas, indignadas por el veredicto, reúnen sus ahorros para contratar a un pistolero que imparta la justicia que el sheriff les negó. Y es la falta de implicación por parte del representante de la ley, el enfrentamiento entre la tiranía y la naturaleza salvaje del individuo libre, lo que arrastra la historia hacia una espiral cada vez más cruenta.
El filme transcurre en 1880, se escribió en 1976 y se introdujeron algunos cambios a raíz del tristemente famoso apaleamiento al ciudadano negro Rodney King por parte de la policía, en marzo de 1991. Eastwood admitió que se modificaron matices en la personalidad del sheriff, Little Bill, para acercarlo al comportamiento del, por entonces, jefe de la policía de Los Ángeles, Daryl Gates. Lo cierto es que han pasado casi 140 años desde la primera fecha y 27 desde que se rodó la película y la sociedad no parece haber evolucionado tanto. Tampoco la justicia.
David Webb Peoples, influido por Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y por la novela El último pistolero, de Glendon Swarthout –que ya había conocido una adaptación cinematográfica a cargo de Don Siegel–, escribió la historia, titulada en un principio The Cut-Whore Killings, la cual pasó por varios despachos de Hollywood antes de convertirse en un guion (titulado en ese momento The William Munny Killings). Incluso Gene Hackman lo leyó, pero lo descartó por considerarlo demasiado violento.
Finalmente fue adquirido por Malpaso, la productora de Clint Eastwood, propietaria de los derechos de 1985 a 1990. La estrella introdujo pocos cambios en el argumento: aparte de los derivados del incidente de Rodney King, solo quitó la voz en off al principio de la película y la reemplazó por un texto.
Aun así, Sin perdón tardó varios años en rodarse (David Webb Peoples tuvo tiempo de firmar la adaptación de Blade Runner en 1982). La razón fue que Eastwood quiso esperar a ser lo bastante mayor para encarnar al protagonista: «Empecé a trabajar en la película en 1983. La arrinconé como una posesión preciada para poder ir puliéndola y alimentándola con ideas. Me di cuenta de que la edad era importante para el personaje, así que decidí esperar porque quería madurar un poco más».
El resultado es un filme tormentoso, que concede mucha importancia al realismo. Lo notamos en las escenas nocturnas, únicamente iluminadas por lámparas de aceite, lo que ayuda a proporcionar a la fotografía un tono sombrío. Pero también en los detalles que salpican a muchos personajes: el sheriff que se evade con la construcción de una casa; el pistolero que falla un tiro fácil o recibe una paliza; el muchacho que descubre que el miedo es más profundo que el deseo.
La cinta ganó cuatro Óscars (película, dirección, montaje y actor secundario). Entre los actores, todos inmensos, destacan el ganador del premio, Gene Hackman –que solo aceptó el papel por la insistencia de Eastwood– y Richard Harris, que saca adelante un personaje espectacular (Bob el Inglés).
Sin perdón es un análisis demoledor sobre el comportamiento humano; una concienzuda fábula sobre la redención; una fascinante exploración de la violencia. La historia de un miserable reconvertido por el amor de una mujer que acepta un último encargo para defender el mismo honor que tantas veces despreció en el pasado; un asesino que en la madurez, solo y entristecido, se plantea las consecuencias de sus actos. Para comprenderlo con exactitud no hay más que atender a su conversación con Schofield Kid:
–Matar a un hombre es algo muy duro. Le quitas todo lo que tiene. Y todo lo que podría tener.
Eastwood resumió mejor que nadie la esencia del personaje, acaso de la película, con estas palabras:
«Todos los héroes tienen una espina clavada en el corazón. William Munny arrastra un profundo dolor interior. Creo que en la vida te conviertes en lo que eres a causa de los errores, de la pena, del arrepentimiento. No se puede llegar a héroe sin pasar por todo eso».
Sin perdón es el homenaje con el que Eastwood se despidió del género al que tanto debe. Hasta la fecha no ha vuelto a dirigir un western. Sería difícil hacerlo mejor.
F I N
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