Parece que no podemos sentirnos mal, que las emociones negativas las tenemos que erradicar de nosotros y luchar contra ellas. Nos obligan a sentirnos bien, y obligamos a nuestros hijos a ello: “no llores, que eres un hombretón”, “no estés triste”, “no te enfades por nada”. Así vamos entendiendo que no podemos ni debemos sentirnos mal; tenemos que erradicar toda emoción negativa y suplantarla por otra positiva que nos produzca felicidad, a costa de lo que sea.
Toda emoción tiene un porqué, tiene su sentido, si nos obcecamos en que desaparezca, ésta se hará más intensa, si nos sentimos culpables por tener esa emoción, también se hará más grande y perjudicial. Si te digo, no pienses en un unicornio rosa, ya estarás pensando en él, si te digo no estés triste lo seguirás estando, además de querer que desaparezca de tu lado un buen rato.
“Cuando le decimos a un niño que no llore, le estamos diciendo que no puede expresar esa tristeza, que la tiene que reprimir y que no indague qué pudo haberla provocado y qué puede aprender de ella” |
Cuando le decimos a un niño que no llore, le estamos diciendo que no puede expresar esa tristeza, que la tiene que reprimir y que no indague qué pudo haberla provocado y qué puede aprender de ella. Le estamos diciendo que no sea humano, que se trague como sea su dolor. Aceptar las emociones, de eso se trata. Aceptarlas, localizarlas en el cuerpo, sentir su presencia dentro de nosotros, darles su espacio, respetarlas, ponerles el nombre que sintamos que tiene, y abrazar esa emoción que forma parte de ti, pero que no eres tú. Si estás mal, cuando escuchas el consejo de alguien, que quizá te intenta ayudar, como; “venga anímate”, parece que te están clavando una puñalada en plena garganta; “¿qué me anime cuando siento un infierno en el estómago?”
Así podemos entender mejor, que si intentamos liberamos de aquello que nos está ocurriendo esto se hace más intenso y no podemos obligarnos a sentirnos de otra manera voluntariamente. La gestión adecuada de las emociones es clave para nuestro bienestar, cuando esto no se produce, normalmente aparecen las emociones secundarias, si no acepto mi ira me sentiré culpable, y esto se convierte en un estado, más estable y duradero que la ira en sí. Cuando aparece esa culpa, es como una devastadora tormenta que toca con un certero rayo nuestra propia imagen: culpa por sentir, eso es lo que hemos aprendido.
Ahora nos toca dar la vuelta a esto, aprender que sentirnos mal, que tener emociones negativas es necesario, que estar tristes es normal, que enfadarse también lo es, que no tener ganas de nada, sentirse nostálgico, ansioso, forma parte de lo que somos. Tienen el mismo espacio que la alegría, no podemos estar bien siempre, con una sonrisa “profiden” a todas horas, no tenemos que ocultarnos cuando tenemos ganas de llorar, como si estuviéramos haciendo algo malo. Cuando abrazas tus emociones, te abrazas a ti, te das permiso para ser, para expresarte. Para comprenderte, en definitiva, lo que te lleva a comprender a los demás, a no forzar a tus hijos a que sientan lo que no sienten.
En mindfulness este trabajo con la aceptación de las emociones, así como de los pensamientos es uno de sus pilares. La ecuanimidad con uno mismo, el no enjuiciamiento, la empatía y compresión a uno mismo. Poder consolarte cuando te sientes mal, sin tener que forzar otra emoción. Cuando lo llegas a entender gracias a la meditación, reflexión, silencio contigo mismo, ocurre algo que te permite vivir con una placidez y serenidad que nunca podrías haber imaginado; cuando abrazas tu emoción, no te recriminas por ella, no luchas, llega la paciencia y la calma. Llegas a ti.
Existen muchas meditaciones de las emociones, sólo os pido que intentéis hacer alguna de ellas, pruébalo solo para ver qué pasa. Realmente la vida se puede tornar llena de significado a través de la meditación, de la aceptación en definitiva de todo lo que nos ocurre dentro y fuera de nosotros mismos.
“Quién se arbitra y se conoce, gana”
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