El pregonero de la Semana Santa de este año, Álvaro Barea, al principio de su discurso sobre las tablas del Teatro Isabel la Católica, dejó para la posteridad una frase –repitiéndola varias veces– que a mí me parece más que acertada en estos tiempos de mudanza que estamos viviendo: “Dueles de hermosa, Granada…”.
Una afirmación que intuyo –deseo intuir– va más allá de la pura sensibilidad estética del autor sobre la belleza intrínseca de la Garnata al-Yahud actual, acercándose, entre líneas, a la necesidad de progreso que se despierta, una vez más, en nuestra sociedad, en un claro intento de dejar atrás el bulo de la indolencia propia del granadino.
Este runruneo –que no es ruido confuso de voces, sino todo lo contrario–, no está orquestado, únicamente, por los sectores económicos de nuestra provincia, ya que, opino, es liderado de forma afortunada por los profesionales y los “guardianes de la memoria positiva” –de estos últimos os hablaré en otra ocasión– que, independientemente de sus convicciones políticas, día a día, trabajan con acierto por el desarrollo común e inaplazable.
Fijaros que junto a la utilización perversa de las “falsas noticias” (y la posterior, y más perversa aún, interpretación interesada que algunos realizan de ellas), tengo para mí que existe, entre otras, una forma de adormecer cualquier sentimiento: mantener y hacer que los demás se mantengan en actitudes propias de retrógrados recalcitrantes, haciendo que los sentidos se cierren a cualquier atisbo de futuro .
¿Y qué podemos engendrar al respecto? Se trata, por una parte, de ponerse en marcha y contrarrestar las maniobras irracionales de los iluminados –que ahora florecen a costa del polen social–; y, por otra, posicionarnos haciéndonos oír personalmente en todos los foros a nuestro alcance, abandonando la confianza en aquellos portavoces que se arrogan una representación no concedida ni obtenida democráticamente.
En definitiva, poner luz y taquígrafos –nosotros mismos– a esta primavera adelantada que estamos viviendo, para que, parafraseando una vez más al pregonero, podamos cerrar los viejos discursos con el grito esperanzado de “¡Resucítate, Granada!”.
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de
Ramón Burgos
Periodista