Virtudes Montoro: «¿Qué les preocupa más a los niños/as?»

Me pregunto qué les puede preocupar a los niños, qué dudas les atenaza, a qué tienen miedo. Nos da la sensación de que están inmersos en sus juegos y que nada les pudiera preocupar. De vez en cuando lloran, se ponen tristes, pero como vimos en el artículo anterior, no les prestamos la suficiente atención, minimizamos su sufrimiento que como ellos, nos parece pequeño. Decido, ante esta inquietud, realizar una nueva investigación. Busco a tres niños para mis pesquisas, sus edades son doce, diez y nueve años. Me dispongo a preguntarles ¿qué os preocupa más ahora mismo? 

 

Al principio me miran, se ríen y uno de ellos un jovenzuelo sagaz, me dice “¡que nunca hubiera existido el Minecraft!” A otro, un respetado caballero, como él mismo se define, exclama: “¡que venga un apocalipsis zombi!”. Nos reímos un rato y les vuelvo a preguntar. Ahora un poco más serios, me cuentan, con una madurez reflexiva muy afinada para su edad y que no me esperaba, que lo que más les preocupa es fundamentalmente las notas. Les preocupa sacar malas notas, por varias razones, primero porque esto supone el sermón de los padres y el consiguiente castigo: “no nos dejan hacer cosas chulas si suspendemos”. Otra razón que conlleva sacar malas notas, es la posibilidad de repetir; y con ello perder a sus amigos y compañeros de clase, ahora pilares fundamentales junto a su familia. Sentirse o quedarse solos, esto les da mucho miedo, verse aislados, rechazados por los demás, sentir que otros los ignoran, que sus amigos los puedan rechazar. Por eso suspender les da mucho miedo. El niño de doce años me contaba, cómo afrontaba cada examen con miedo, pensando que, si suspende, podría repetir el curso y perder a sus mejores amigos.

“Me cuentan, con una madurez reflexiva muy afinada para su edad y que no me esperaba, que lo que más les preocupa es fundamentalmente las notas”

Algo llamó aún más mi atención; me contaron que sus profesores sólo les prestaban atención cuando hacían las cosas mal; cuando se equivocaban, ellos dicen que les gustaría que reforzaran las cosas buenas que hacen: que siempre llevan los deberes, que prestan atención en clase, que son amables con sus compañeros, pero no. Me comentaba que sus amigos pensaban lo mismo. Eso les frustra ya que necesitan sentirse reforzados, sentirse que existen. “Noto que van a clase desganados, sin motivación y que nos enseñan como si estuvieran forzados a hacerlo”, dice uno de ellos, que parecía ser un psicólogo niño-adulto. Éste me comenta que se acercó a uno de ellos, a su profe de Matemáticas y le preguntó si estaba bien, al profesor seguramente le brillaron los ojos y se llenó de agradecimiento hacia ese niño que se preocupó por él.  No sentirse escuchados, otro aspecto que también les preocupa. Me cometan que notan que casi ningún adulto le escucha realmente. “Es que cuando cuento mis cosas, mis padres no se interesan”.

Saber o intuir que los adultos les estamos ocultando algo. “Es que piensan que somos tontos”. Los niños captan el lenguaje no verbal de una forma más eficaz que los adultos; saben cuándo les estamos mintiendo o escondiendo algo. Esto les puede hacer imaginarse cualquier cosa y desconfiar de la palabra de los adultos. La pérdida de referentes: sobre todo si son hijos de padres separados. Aun cuando no lo son, tienen miedo de perder a sus padres, por una causa o por otra. Nuestros hijos, como nosotros, vivimos en medio de una sociedad que nos aleja unos de otros, con muchas presiones y con un sentido de deshumanización social que sobrellevamos con miedo, con un sentido de vacío existencial. Con el miedo como emoción principal, somos una sociedad fácil de manejar, de manipular: “si no haces esto, si lo haces mal, si no comulgas con lo establecido… te va a ir todo muy mal, muy mal”.

A los niños, a los adultos se nos exige mucho, a todos los niveles. Sobre todo, que seamos peones perfectos de producción y principales consumidores de todo este engranaje comercial-global. Así: ¿quién puede ser feliz? Nadie, si nos empujan a ser perfectos en todo y que para sentirnos plenos tenemos que llenarnos de más y más cosas, el bienestar dura “lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”.  Sentir miedo de perder a los amigos, verse solos, vernos solos. Es normal sentirlo, los niños fácilmente entienden que son los demás, sus amigos, los que les van a proporcionar “felicidad”. Algo que parece los adultos no entendemos: las demás personas son la base de nuestro bienestar. Si los perdemos, nos perdernos a nosotros mismos. De la felicidad hablaremos la semana que viene. Sigo mi investigación con estos niños, que son, para mí, los mejores maestros que la vida me ha regalado.

Gracias a Aarón, Aitor y Darío, gracias por las risas que compartimos y al amor que me enseñáis a través de la sabiduría de vuestra mirada.

 

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Virtudes Montoro López

Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso

 

 

Redacción

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