Blas López Ávila: «Dies irae»

 

“Cuando no hay esperanza, todo parece de
parte del crimen”
Manuel Rivas: “Los libros arden mal”

Es viernes, 15 de marzo, y Amalia y yo encaminamos nuestros pasos hacia el Manuel de Falla para presenciar el “Réquiem” de Mozart. Subimos, entusiastas, dispuestos a pasar un rato memorable pues ambos sentimos una predilección especial por esta composición del genio musical de Salzburgo. Siempre nos ha impresionado la profundidad espiritual y la excelsa solemnidad de la obra hasta el punto de estremecernos en cada audición, por muchas veces que la hayamos escuchado. La tarde, primaveral, acompaña y la luz del día que se difumina en tonos anaranjados y violetas componen un preámbulo de fantasía cuyo escenario para sí quisieran muchas ciudades del mundo: es el atardecer en Granada. Ya, ya sé que la vida no está para hablar de estas “gilipolleces”: preámbulo de fantasía, profundidad espiritual o excelsa solemnidad. Son conceptos más hondos los que predominan, todos más enraizados en lo material, lo superfluo, lo zafio o lo idiotizante.

 

En fin, como les decía, todo parecía conjugarse para pasar una velada deliciosa hasta que llegamos a las puertas del Manuel de Falla. ¡Se jodió el invento! Una vez más -¿Y van…?- un grupo de músicos de la orquesta nos brindaban lazos rojos e información sobre las penosas condiciones en las que sobreviven ellos y la propia orquesta. Con una deuda monumental; sin pagar a los proveedores; sin cubrir plazas; con nóminas atrasadas y un sinfín de problemas, derivados de todo lo anterior, pareciera que un ángel exterminador abatiera sus alas sobre nuestra orquesta. El día de la ira se hacía presente poco antes del comienzo del “Réquiem”. Intolerable. No parece creíble tal grado de incompetencia de la clase política granadina como no parece creíble la desidia de instituciones y de la propia sociedad civil. Porque la OCG es patrimonio, guste o no, de todos los granadinos y su subsistencia afecta a todos los que creemos que, no sólo la música, sino la cultura en general, constituye una de las señas de identidad de esta ciudad cautivada por el hechizo de la historia.

Basta ya de medias verdades, de engaños y paños calientes. La OCG existe como existe el Parque de Bomberos o la Policía Municipal y, evidentemente, no es eso. La OCG, como cualquier orquesta seria del mundo que se precie de tal, necesita de un proyecto a corto, medio y largo plazo que la saque de esta situación de penuria económica, primero, y, luego, de dar dimensión internacional a la ciudad de Granada de la mejor forma que los granadinos sabemos hacerlo: a través de la cultura. La OCG necesita de un proyecto cultural sólido, comprometido con la capital y provincia, con entidad propia y alejado de componendas políticas y cenáculos provincianos que tanto entorpecen el desarrollo de los grandes proyectos. Un compromiso transparente, lúcido y profesional cuyo principal y casi único objetivo sea redimensionar el impacto cultural que la OCG supone para Granada. Porque a ver, no nos engañemos, lo del Consorcio ha demostrado, y muy sobradamente, que es un fiasco de considerables proporciones. Su falta de compromiso con la orquesta y con Granada, en definitiva, ya no hay quien la ponga en duda y su burocratizada existencia sabe Dios a qué espurios intereses obedece. No estamos ni de lejos en la órbita de las ciudades europeas que mantienen orquestas de un primerísimo nivel con un entusiasmo y dedicación de recursos encomiables y en las que las aportaciones tanto públicas como privadas no constituyen el menor motivo de discusión.

Estamos en época de elecciones municipales y sería interesante comprobar en los programas electorales qué partidos dan un paso al frente y cuáles no respecto a la OCG. Quiénes deciden adquirir un compromiso serio, riguroso y eficaz con Granada y su orquesta y quiénes no. Aunque mucho me temo que, cuando mucho, los partidos rellenarán con lugares comunes, en tres líneas, cualquier referencia a este asunto con el firme propósito de encogerse de hombros cuando vengan mal dadas. Y me duele. Me duele comprobar cómo la OCG ha sido condenada a la peor de las muertes: la muerte lenta del abandono, la desidia y la ignorancia. Me duele y me repugna la falta de sensibilidad de la basca más preocupada por aparecer en la foto en los días de campaña y estrechar la mano de cualquiera que pase por allí que por implicarse en asuntos de verdadera enjundia.

La noche ha caído sobre el Auditorio a la salida del concierto. Negras sombras cargadas de negros presagios nos envuelven cuando aún resuenan en nuestros oídos la música y los coros del “Réquiem”. Pero sepan los músicos y el coro de nuestra orquesta que todavía unos cuantos miles de granadinos estaremos a su lado ante la adversidad. Un grito se escapa dentro de mí: ¡Maldita sea la ciudad que mata a sus poetas y a sus instituciones culturales!

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Redacción

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