La familia de Machado sufrió la intolerancia de la restauración canovista y por tanto no es posible encuadrar a nuestro autor dentro de una religiosidad oficial. Sin embargo su sentimiento religioso no deja de estar presente en toda su obra.
El poema L XXVII lo concluye diciendo:
Así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista, lunático, poeta,
y pobre hombre ensueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
La sensación de angustia de «este pobre hombre en sueños» , no es sino el resultado de la ideología de un hombre de su tiempo y de su medio intelectual formado en las ideas de un ambiente liberal que representaba a aquella burguesía progresista en la Andalucía del siglo XIX y que, a la postre, fue cuna del liberalismo español. El abuelo y tutor de la familia, D. Antonio Machado Núñez, fue catedrático universitario, uno de los primeros defensores de las teorías de Darwin, participante activo de la Revolución del 68 y fielmente comprometido con la burguesía intelectual del momento. Su padre Antonio Machado Álvarez fue un notable folklorista y socio activo de la Institución Libre de Enseñanza (en la que se educaron los dos hermanos), cuyo fundador, como sabemos, fue D. Francisco Giner de los Ríos. Éste junto a otro grupo de catedráticos, fueron separados de la universidad por defender la libertad de cátedra y por negarse a ajustar sus enseñanzas a dogmas políticos-religiosos o morales de manera oficial y unitaria. Mientras que, por el contrario, uno de los puntos fundamentales de la pedagogía de la Institución fue su laicismo, sin que ello significara la pérdida de una vida interior y muy espiritualizada entre muchos de sus pensadores que allí se formaron.
Es tremendamente reveladora una carta que escribe Machado a Unamuno en la que vemos el ataque tan duro que hace a la iglesia y al clero español: «el clericismo español solo puede indignar seriamente al que tenga un fondo cristiano». Por esto, nadie que haya estudiado la obra de Antonio Machado podría creer verdaderamente en una irreligiosidad de nuestro poeta, pues seguramente ese fondo cristiano del que nos habla en su carta, sea su propio fondo. Machado utiliza su crítica contra las instituciones religiosas, nunca contra sus principios y ese fondo de religiosidad al que se refiere Machado es permanente en toda su obra y en su más hondo sentimiento como podemos ver a través de sus textos, tanto en prosa cuanto en verso:
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Dí: ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
en donde nunca bebí?
(…)
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
Es más, en esta carta le dice a su querido y admirado Unamuno: «Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por esto Dios viniera al mundo. Pensando en esto me consuela algo. Tengo a veces esperanza. Una fe negativa es absurda». Esta sensación de inseguridad y de angustia ante la muerte, que rodea al hombre, recibió de Unamuno la forma simbólica de niebla, símbolo adoptado por Machado en sus primeros momentos, aunque con posterioridad lo sustituiría por el mar:
Todo hombre tiene dos
batallas que pelear:
en sueños lucha con Dios
y despierto, con el mar.
En cualquier caso. buscando entre la niebla, luchando o soñando, Dios aparece como algo inmanente en nuestro poeta; enemigo de dogmas, y por supuesto, en las antípodas del nacionalcatolicismo, lo encontramos así en la exaltación y condena que a la vez hace de «La Saeta» como copla de fe religiosa, ligada a la tradición andaluza.
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
Curiosamente nuestro autor aprovecha este poema para expresar la antipatía que le inspira la fe exaltada y supersticiosa del pueblo andaluz, pero a su vez la contundente reafirmación de su su propia fe en el Cristo del evangelio, el que anduvo en el mar.
Machado, llama «fe del meditabundo» a una necesidad superior del ser humano, a una fuerza interior que lleva a un estado más alto de conciencia, lo que él mismo llamaría «La conciencia del visionario que persigue la luz de la vida sin poderla alcanzar por completo, pero por lo menos se conforma con la muerte». De ahí que para él la auténtica y verdadera afirmación del ser está en la fraternidad ,y así nos dirá:
¿dices que nada se crea?
No te importe con el barro
de la tierra haz una copa
para que beba tu hermano.
Si el mar para Machado simboliza el misterio, la inmensidad, la nada, la desesperación ante el dolor o la muerte; el camino -referencia constante en la obra machadiana- adquiere el sentido de la vida pasada y del tiempo que queda atrás hasta acercarse al descalabro final, es decir, paso del tiempo, consumir existencia en última instancia. Sin embargo, para nuestro autor el camino de los sueños tiene connotaciones existencialistas, que sube más allá del ocaso es donde se encuentra la respuesta al misterio de la existencia. Menesteroso buscador de Dios le llamó Laín Entralgo.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
La inquietud que le provoca su aniquilación futura le aviva, sin que le importe, su propia desesperación y por esto él vuelve la frase al revés, diciéndonos que el que desespera, espera. La desesperación es necesaria para la comprensión de nuestro destino individual y la esperanza. En cualquier caso, podríamos concluir expresando que recorriendo la obra de Machado, tanto de poeta como de prosista, jamás se atiene a una religiosidad oficial, sino que sus textos están impregnados de una profunda fe de interpretación propia del cristianismo. Siempre a la luz de una verdad divina el alma del poeta se orienta hacia el misterio. Misterio que es la realidad misma de la vida y que, en su hondura reflexiva, resulta inexplicable. De ahí que la poesía de nuestro autor sea tan clara y tan misteriosa a la vez. Cualquier lector cree percibirla y, por supuesto, se siente emocionado con ella, pero detrás de su aparente sencillez se esconde una muy profunda complejidad.
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