Virtudes Montoro: «¿Qué les gusta a los niños/as?»

Vimos en un anterior artículo, qué era lo que más preocupaba a los niños y niñas, ahora me pregunto: ¿qué es lo que les gusta más a los niños/as?  Aparte de disfrutar de tiempo de ocio, de pasar algún tiempo con videojuegos, móvil, ordenador, además de estar con sus amigos y disfrutar esa amistad sincera, abierta y a veces conflictiva (que también es positiva en el proceso de socialización). Como digo, aparte de lo mencionado, quiero ir un poco más allá: ¿qué es lo que realmente desean los niños en un sentido más profundo?

 

Si hacemos un ejercicio de flashback, y nos situamos en la tierna edad de doce años, edad barrera entre la niñez y la preadolescencia, podemos preguntarnos a nosotros mismos, qué era lo que más nos gustaba o más anhelábamos entonces. Si nos recordamos en ese momento vital, podemos trasladarlo a lo que ahora pueden anhelar nuestros niños. Pero una forma más directa, eficaz, fiable y certera, es preguntarles a ellos mismos.

Acudo de nuevo a mis sujetos objeto de estudio del anterior artículo, si los recuerdas, eran unos jóvenes sagaces que poseen una claridad y madurez mental, que simplemente asombra. De nuevo, en un ambiente distendido, les pregunto qué desean fervientemente en estos momentos. Las respuestas más impulsivas van en la dirección a lo antes señalado (tiempo de ocio, videojuegos, amigos, etc.). Pero indagando un poco más (con firmes promesas de que si participan, sin cachondeo, tendrán chuches y veremos una peli todos juntos; la que ellos elijan, eso sí), ataco de nuevo con la pregunta, ahora desde un tono más relajado y serio, ya conformes a la relación contractual que hemos pactado, (me temo que me tocará ver alguna película de la saga “Jurasic Park”).

Me explican que lo más desean, para mi incredulidad, es ser felices. Y les pregunto, “pero, ¿cómo pensáis ser felices?”; “pues con un buen trabajo, cómo va a ser, anda qué…”. ¡Qué madurez, quedo petrificada! “Quiero trabajar en algo que me guste, quiero ser un inventor que con mis inventos haga cosas que ayuden a los demás”. ¡Toma ya! “Pues yo quiero tener una novia, que sea muy guapa”, esa respuesta me la podía esperar. Ahora se une a la investigación, un mozuelo de trece años, “pues yo quiero una novia que ante todo sea ella misma”. De nuevo se me ponen los ojos como platos.

“Al no tener suficiente confianza para ahondar más, me asombra una preciosa niña de ojos dulces, que me mira y me dice “gracias por preguntarme, pues yo quiero que mi familia esté bien, sobre todo mi abuelo, que anda regular”. ¡Cuánta grandeza!”

Decido salir de este círculo de niños extrañamente maduros o simplemente llenos de sabiduría, y paso a realizar mi encuesta con otros zagales de mi ámbito conocido, menos cercanos. Sus impulsivas respuestas me las podía esperar: aprobar y sacar buenas notas, pasar tiempo haciendo lo que les apetece, que sus padres le regañen menos. Pero indago de nuevo con más profundidad: “realmente, ¿qué es lo que anhelas además de todo eso?” “Pues yo que sé; a ver que piense, no sé. Bueno me gustaría que hubiese menos ruido en el instituto, que las clases sean más silenciosas, estaría bien” (esta chica va para instructora de Mindfulness, lo capto). “Pues a mí también, y que los repetidores no dieran tanto la lata y así poder enterarme”.

Bueno, nuevos datos, anoto. Decido de nuevo saturar de preguntas a niños y niñas que ahora me encuentro en la puerta del Instituto cuando recojo a mi hijo. Aquí las respuestas se corresponden más a las primeras. Al no tener suficiente confianza para ahondar más, me asombra una preciosa niña de ojos dulces, que me mira y me dice “gracias por preguntarme, pues yo quiero que mi familia esté bien, sobre todo mi abuelo, que anda regular”. ¡Cuánta grandeza!

Lo que yo quería cuando tenía doce años, era jugar con mis amigas, salir y entrar, estudiar, siempre me gustó empollar y sacar buenas notas. Me gustaba preguntarme por el sentido de la vida, y saber el porqué de casi todo. Me gustaba mirar a la gente, preguntarme qué podrían estar pensando, observar las nubes pasar e imaginarme la tierra vista desde el espacio. Supongo que todo esto me llevó a ser Psicóloga, pero veo que mis anhelos están de algún modo presentes en esta nueva generación, que lo que yo sentía y deseaba, es lo mismo que desean nuestros niños, pero aún más refinado, perfilado y organizado, y más realista.

“El sistema educativo posee asignaturas trasversales de valores, respeto, igualdad, que los niños de mi generación ni imaginamos tener”

Los niños, a pesar de la imagen que se traslada de ellos y que se escucha por doquier: “es que han perdido los valores”, “ahora los niños no respetan nada”, etc. Yo no lo veo así, hay más compañerismo, más concienciación, también más información. El sistema educativo posee asignaturas trasversales de valores, respeto, igualdad, que los niños de mi generación ni imaginamos tener. Los niños son personas completas, con miles de inquietudes, con un mayor sentimiento social, son más libres de lo que éramos nosotros, saben más y mejor. Y si piensas que no es así, quizá estás proyectando en ellos lo que eres, lo que somos. Ya lo decía Jung, “ves en los demás lo que hay dentro de ti; los defectos que ves en el otro son tuyos; tus sombras que no ves y que proyectas en los otros”.

A mí me gusta la gente sencilla, esa que cuando te sonríen te abren sus vidas de par en par, que alumbra la tuya preguntándote; ¿cómo estás?, que te escuchan y te quieren sin conocerte; me gustan los niños, porque perfectamente son tal cual; sencillos, alegres, curiosos. Les ha tocado vivir un tiempo con demasiadas complicaciones, lleno de egoísmo, dejadez, penuria emocional e intelectual.  Si sobreviven a todo esto, tendremos a los adultos más desarrollados y potentes que podamos imaginar, a los adultos más tolerantes, ecuánimes que podamos merecer.

Si piensas lo contrario, quizá eres tú quien debe cambiar tu visión para poder cambiar el mundo sin echar las culpas a la falta de valores de los niños, de los adolescentes. Podríamos hacer una necesaria autorreflexión, ver cuáles son nuestras fallas y cómo las hemos trasplantado en ellos.
Quizá en esta culpabilización está el error, no podemos echar la culpa de esta situación “rara”, deshumanizada, caótica, absurda a nuestros niños, es totalmente incoherente e injusto.

“Si miras a los niños con el corazón, ahorraras al juicio mucho trabajo”

 

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Virtudes Montoro López

Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso

 

 

Redacción

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