Lo contaba el actual delegado de Salud y Familia de la Junta de Andalucía en Granada, Indalecio Sánchez, en la cita anual de Proyecto Hombre: “Manolo, un chico con síndrome de Down, estaba siendo interrogado sobre sus capacidades por unos estudiantes de Medicina, hasta que, en un momento determinado, fue él quien preguntó, dirigiéndose al que perecía ser el cabecilla del grupo.
–¿Sabes tocar la guitarra?, inquirió Manolo.
–No, en absoluto, contestó el aspirante a médico.
–Pues, entonces, eres un discapacitado, finalizó Manolo”.
Y es que las capacidades de cada uno de nosotros no están en relación directa con las de los demás. Es decir, que cada cual tiene la suyas y, por tanto, el derecho y la obligación no sólo de administrarlas en beneficio propio, sino también de ponerlas al servicio de la sociedad.
“Aunque todos pertenecemos a una misma especie, la humana, no todos hemos tenido las mismas oportunidades educacionales y de convivencia.” |
Compararse orgullosamente con otros –algo que estoy detectando en varios recién llegados al candelero del servicio público– suele, al menos, conllevar un ápice de vanidad insana (y yo diría que incluso de “falta de luces”), puesto que, aunque todos pertenecemos a una misma especie, la humana, no todos hemos tenido las mismas oportunidades educacionales y de convivencia.
Así, y sin que lo antedicho suponga menoscabo para nadie, comprendo que, ante todo, deberíamos mantener que la dignidad, entendida al menos como “honradez íntegra”, debería estar siempre por encima de cualquier diferencia, bien sea de raza o de género.
El hecho de que, posiblemente y desde tiempo atrás, nuestras mentes y cuerpos decidieran acomodarse a las corrientes temporales, adaptándose a los aires llegados de otras tierras, no nos exime de mantener en el olvido la verdadera metamorfosis que, ya en el principio de los siglos, marcara, según Javier Aparicio Maydeu, la diferencia entre “la animalidad inicial y el advenimiento de la ternura”.
Lealtad, al fin y al cabo –fidelidad, cumplimiento, observancia, franqueza–. Granada necesita de ella (de ellas). Los granadinos, al menos el que escribe estas reflexiones, entiende que no se puede seguir viviendo sin ella (sin ellas)… Lo decía, y estimo que con acierto, el nuevo obispo de Guadix, Francisco Jesús Orozco, en la ya citada reunión: “Cuenta conmigo; toma mi mano y ¡caminemos!”.
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de
Ramón Burgos
Periodista