Quiero abogar en el presente artículo por lo que consideramos “belleza interior” (esa que va más allá de la apariencia). Vivimos en un mundo demasiado obsesionado con el culto a lo externo, dejando a un lado el necesario y cada vez más olvidado cultivo de lo interno. Con frecuencia, mujeres y hombres son valorados o no en función de su belleza. Maquillamos cuanto podemos nuestro físico, moldeándolo hasta cumplir con los cánones impuestos por una sociedad “aparentemente moderna”, pero muy caduca en lo que a principios se refiere.
Afanados por superar a los demás, el ser humano mira de reojo al prójimo. Pero, ¿qué ocurre con los valores, creencias y comportamiento de las personas?
A veces, influenciados por el poder de los “mass media” nos dejamos llevar, hundiendo la estima de nuestros amigos, vecinos, familiares o seres queridos.
Entramos en una espiral que nos lleva a pisar “terreno pantanoso”, El culto al cuerpo tiene lamentablemente cada vez más adeptos, con consecuencias muy negativas en muchos casos: trastornos alimenticios que derivan en anorexia, vigorexia o bulimia.
¿Por qué seguimos haciendo caso a patrones de belleza irreales?
Cierto es que no es malo cuidarnos, evitar ingestas poco recomendables o reducir los altos niveles de colesterol que pueden traernos problemas, si bien algunos individuos no ven más allá de su físico.
La realización de ejercicios o práctica deportiva con moderación es sana, al igual que lo es sentirnos bellos sin obsesionarnos con ello.
Dejando a un lado lo externo, invito a ser el ciego que Galdós nos presenta en su novela “Marianela”, ese hombre capaz de apreciar las virtudes de una mujer machacada por un accidente. Quedémonos con la definición aristotélica de belleza: «aquello que, además de bueno, es agradable».
En este sentido, es necesario no convertirnos en ciegos para valorar la talla moral de las personas, contribuir a cambiar una sociedad demasiado superficial en el cultivo de la interioridad.
Esperando que mi deseo no caiga en saco roto, profundicemos nuestro diálogo interno, esa conexión con nosotros mismos, tratando de hallar lo verdaderamente importante.
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Profesor del IES Ribera del Fardes
(Purullena, Granada)