Soy instructora de Mindfulness, imparto talleres de atención o conciencia plena en diversas asociaciones. Amo lo que hago, impartir talleres de Mindfulness me reporta una felicidad que no he encontrado en ningún sitio. Compartir lo que vivencio, el crecimiento personal y serenidad que he alcanzado con otras personas, es el mejor regalo que la vida me ha ofrecido.
Ya he señalado en anteriores artículos las virtudes que tiene la atención plena. Hemos visto los beneficios que la práctica de Mindfulness tiene tanto a nivel fisiológico como psíquico: aumento de la atención, de la memoria, refuerzo del sistema inmunitario, disminuye los niveles de ansiedad, los estados depresivos, conduce a un mayor autoconocimiento y bienestar en general. Y para mí, lo más importante es que su práctica nos hace más empáticos, más comprometidos con el dolor de los demás, más compasivos: nos hace más humanos.
El Mindfulness a nivel formal, consiste en la práctica de meditación (45 minutos al día). Aquí se focaliza la atención en la respiración tanto abdominal, pectoral, como nasal, mientras se observa los pensamientos que acuden, no luchando contra ellos. Los observamos, los dejamos ir y volvemos a focalizar la atención, de forma amable, en la respiración. De forma similar lo hacemos con las emociones, le damos su espacio, la ubicamos en el cuerpo y las aceptamos, no luchando contra ellas. Como vemos es la aceptación, tanto de los pensamientos como de las emociones, la clave de la práctica formal.
El Mindfulness no es algo mágico, su práctica no nos va a trasladar a un mundo místico, pero si la hacemos de forma continuada, podemos alcanzar esa serenidad tan necesaria, ese silencio interior que nos permitirá conocernos, saber estar con nosotros mismos, aceptando lo que nos pasa, quienes somos, con ecuanimidad y no enjuiciamiento. Y también ocurre algo muy significativo, empezamos a aceptar a los demás, empezamos a no enjuiciar a las personas, ya que hemos aprendido a convivir con nosotros en paz. Aparece una conducta llena de bondad, de compasión; ésta es la piedra angular del Mindfulness, su verdadero corazón. No se trata de ejercicios que persiguen nuestro propio beneficio, va más allá, nos conduce a un estado de equilibrio emocional que trasladamos a todas las relaciones que mantenemos, con nosotros y con los demás.
Meditar es un esfuerzo, pero no debe ser entendida como una obligación, para llevarla a cabo nos debe mover la curiosidad, probar, ver qué pasa, con el compromiso de llevarla a cabo. Es una de las mejores formas de intentar ser feliz, lo sé por experiencia propia, nos vuelve más resilientes, más capaces de afrontar los avatares de la vida de una forma más serena.
Otra forma de practicarla, si eres de los que se niega a sentarse y estar en silencio contigo mismo (aunque te aconsejo que lo hagas), es hacerla de manera informal, es decir, llevar la atención plena a cada cosa que haces durante el día. Al caminar, al comer, cuando trabajamos, en definitiva, a todo lo que hacemos durante el día.
- Cuando camines hazlo con atención, observa como tu pie se pone en contacto con el suelo. Primero lo hace la punta del pie, luego la planta y por último el talón, si observas con atención, caminar es casi un milagro, mientras un pie ejecuta el paso, el otro se queda en el aire, para después seguir el mismo ciclo. Se trata de enfocarte en cómo caminas, cómo tus pies lo hacen. Después puedes centrarte en el contacto de tus pies con el suelo, sentir la sensación física de contacto. Es una forma muy fácil de ejercitar la atención plena. Vamos de un sitio a otro corriendo, sin sentir nuestro cuerpo, sin prestar atención a lo que estamos haciendo en ese momento. Pruébalo, la meditación caminando es una estupenda forma de mantenerte presente y te conduce a un estado de serenidad inmediato.
- Come con conciencia plena. Mira los alimentos, huélelos, come despacio, detectando todos los matices de sabores. Te saciaras antes, y por ende comerás menos, es muy aconsejable en dietas para pérdida de peso.
- Escucha con atención plena. Con los ojos abiertos, escucha todo lo que te rodea, desde los sonidos más cercanos, hasta lo más lejanos y sutiles. Solo tienes que proponerte escuchar, etiquetar qué es lo que escuchas, e intentar no juzgarlo como agradable o no, sólo escuchar todo lo que ocurre a tu alrededor.
- Visualiza lo que te rodee; como si fueses un niño, como si por primera vez vieses las cosas, fíjate en los detalles, los colores, las texturas, mira a tu alrededor, a las personas, sus rostros, pregúntate que pueden estar sintiendo.
- Hagas lo que hagas céntrate en ello; en tu trabajo focalízate en las tareas que llevas a cabo, descarta lo que tienes que hacer más adelante, céntrate en la que estés haciendo en ese momento.
- Vive cada momento con curiosidad, con apertura, lo más presente que puedas estar en el aquí y en el ahora. Si lo piensas, no existe otro momento más que el actual, éste. El pasado no está, el futuro no sabemos si estará, por más planes que podamos planificar sólo estamos en el aquí; ese es el momento donde reside todo, no hay nada más. Nuestro cerebro se obstina en no ser feliz, anda en el pasado recreándose en lo que pasó, sobre todo en desgracias, o anda en el futuro, casi siempre un futuro que imaginamos negro, fatídico.
- Reconcíliate con tu cuerpo, con tu respiración, observarte sin juicios, sin críticas, acepta que piensas, pero que no eres lo que piensas; no te identifiques con tus pensamientos, duda siempre de ellos, de tu percepción. Acepta tus emociones, tu ira, tristeza, rabia, no te culpabilices por sentir emociones negativas, están en ti, pero no eres tú.
El Mindfulness bien entendido, no es una moda, no es un producto de marketing, no es un negocio. El Mindfulness es la clave para conocerse, conocer a los demás, amarse, amar a los demás desde la aceptación, la ecuanimidad, el no enjuiciamiento, la compasión. Es ahí donde reside su verdadera naturaleza, en el silencio con nosotros mismos, donde podemos encontrar lo que tanto buscamos fuera; la serenidad y la completud.
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