Primera semana de mayo. Nos levantamos tras una semana de intensa campaña electoral, con los resultados fresquitos y alguna que otra sorpresa para algunos. Dejando a un lado los sorpassos que fuerzas inesperadas han protagonizado, quiero dedicar estas líneas a la preocupación que ha provocado en mí los debates y mítines de las distintas formaciones.
He sentido vergüenza como ciudadano ante la poca clase de quienes pretenden gobernarnos (unos más que otros). Decencia es una palabra cuyo significado parecen no conocer los políticos, al igual que otros vocablos tales como ética, integridad, mentira o insulto.
Creo firmemente en otros políticos, personas que rechacen el descalificativo como tónica diaria en sus apariciones. Creo en voces llenas de contenido y que debieran erigirse en pilares sobre los que fundamentar la acción política: solidaridad, verdad, amor, dedicación, compromiso, tolerancia, respeto, igualdad o educación, entre otras.
Si analizamos momentos que nos han brindado algunos personajillos (aparentemente políticos, si bien más propios de la farándula o el papel couché en lo que concierne a sus actuaciones), observamos debates incivilizados (algunas emisoras han tenido incluso que apagar los micrófonos y abogar por un punto de cortesía intelectual).
Pero, en las televisiones los candidatos a ocupar la Moncloa tampoco se han quedado cortos. Así, muchos medios destacan el escaso contenido y el muchísimo tiempo que se ha dedicado a embarrar. Hay quienes abren con titulares del tipo “Un trío de jovenzuelos inmaduros” (lo hace un prestigioso medio estadounidense), ante las continuas disputas más propias de un patio escolar. El mismo diario continúa diciendo: “viven más predispuestos a la discusión absurda (…)”.
Agravios, insultos de baja estofa, comportamientos de matones de barrio, interrupciones frecuentes o insultos de tintes incalificables definen debates y campaña electoral.
Sirvan algunas muestras, para percatarnos de la bajeza moral que los políticos ostentan (no todos) y que empieza a preocupar (poco educativa y modelo poco edificante para las futuras generaciones): “antiguo bolivariano”, “manos manchadas de sangre”, “amigo de terroristas” o “tontos del culo”.
Sin duda, vamos a peor, cuando pensábamos que afirmaciones tales como “sucia, ratera, casposa o mala perra”, así como “ ¡Qué se joda!” (evidenciadas en tuits y manifestaciones públicas) habían quedado atrás, nos equivocábamos.
Señores políticos, les pido menos crispación y más dedicación, pero ante todo, algo que empieza a escasear: RESPETO.