Estimado grafitero:
Aunque no te lo creas, puedo ver lo que hay dentro de ti con las pistas que dejas en la pared. Y veo a un artista incomprendido que necesita expresar de alguna forma su desencanto con la sociedad. Actúas al abrigo de la noche, no por cobardía, claro, sino porque es en ese momento, a la luz de la farolas, cuando calla el hombre y habla el arte. Agitas el bote de colores y suena una bolita en su interior, acaso igual que la neurona de tu cabeza. Qué gran equipo. Tu espray y tú.
Sé que sientes predilección por las persianas de comercios que, a buen seguro, guardan relación con tu hastío; por las piedras de los monumentos y los muros blancos de cualquier calle, recién pintados porque otro incomprendido, quizá tú mismo, tuvo la necesidad de gritar cuánto amaba Aaron a Jenny. Tranquilo. Ahora todos en el barrio lo saben; todos menos Jenny.
Yo te propongo, estimado grafitero, nuevas posibilidades para mostrarle al mundo tus inquietudes artísticas. ¿No serviría un certamen de pintura rápida, de microrrelatos o de poesía para dejar boquiabiertos a quienes solo veían en ti a un puerco maleducado, a un pedazo de estiércol, a un tonto del bote? Te advierto, no obstante, que podría resultarte difícil: tras tanto tiempo empuñando un cilindro gordo y metálico, tu mano, quizá, no recuerde el suave tacto de un bolígrafo. Prueba, en tal caso, a revelar tus dones en tu propia casa; o en la de tus padres; o en ambas. ¿No te das cuenta de que tu familia ha de saber que uno de sus miembros posee un talento excepcional? Venga. Atrévete. Empieza una noche, cuando todos duerman, a pintar las paredes del salón, de la cocina, del baño; crea murales asombrosos, leyendas ácidas, consignas políticas, sentencias ingeniosas, preciosos poemas: «Sin pelas no hay paraíso»; «Amancio, compra mi alma»; «Contra más te miro, más halucino». Desbórdalos con tu crítica precisa, tu inventiva, tu ingenio. Que al despertar contemplen esos trazos maestros dignos del Prado en el cristal del microondas, en la cisterna o adornando la pantalla plana de la tele. Y, recuerda, no desfallezcas si a la mañana siguiente tu padre te arranca tres dientes de un sopapo, porque justo entonces tu lucha cobrará sentido.
Espero haber calmado un poco esa cabeza hirviente de idea; haber desenredado el cable suelto de tu mente; haberte ofrecido, en fin, una perspectiva útil para el futuro. Eso, suponiendo que leas esto. Eso, suponiendo que sepas leer. Y eso, suponiendo que tengas futuro.
Hay, estimado grafitero, un Arco en el Albaicín capaz de pesar tu inteligencia. Sé que hace poco pasaste por allí: me lo contó su pared, antes blanca y limpia. Le pregunté cuánto pesaba la tuya. Me dijo que poco. Muy poco. Pero qué sabrá ella. Que sabrá nadie. En serio, chaval. El mundo no te comprende.
F I N
(NOTA: Este texto se ha publicado en la sección Carta al Director de la edición impresa de IDEAL correspondiente al 16 de mayo de 2019)
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