Virtudes Montoro: ¿Integración, inclusión?

Pienso en ambos términos y no me decido por ninguno de ellos. Hablamos de uno u otro indistintamente cuando un gran grupo “acoge”, integra o incluye a otro más pequeño.

En Educación se habla de Inclusión Educativa. A nivel social, en los mass media, estamos más acostumbrados a escuchar integración. Quizá es desde la Institución Educativa donde más se ha avanzado en la definición y puesta en práctica de, primero la integración, y ahora la inclusión, que bien entendida, no subraya las diferencias entre las personas, sí más bien las potencialidades de cada alumno, desde una relación horizontal, en la que es la escuela la que se adapta a todo su alumnado, todos ellos diferentes. Y quiero creer que al menos se intenta hacer, así lo propugna y regulariza las distintas leyes educativas (todas ellas en su infinitas ampliaciones e innovaciones).

El ámbito de las políticas activas de inclusión sociolaboral, parte de la misma base teórica que la inclusión; pero aquí la cosa se complica, ya que ahora el espacio de aplicación es mucho más amplio que el patio del colegio; es toda una sociedad la que debe ponerse en marcha en pro de la inclusión, concepto, que, para mí, se queda muy corto, como expondré más adelante, para definir una efectiva y real igualdad. Pero aun así, me voy a centrar en una institución menos documentada, teorizada, estudiada, legalizada e investigada que la educativa: la calle.

¿Qué sabemos, hombres y mujeres de pie sobre los términos integración social, multiculturalidad, inclusión, convivencia, interculturalidad?

En este ejemplo gráfico voy a intentar dilucidar qué es la integración y la inclusión.

Vamos a visualizar dos huevos, ambos están en la nevera, uno blanco y el otro negro. Bien, se diría que ambos están bien integrados, comparten un espacio y parece que se llevan bien, no existe conflicto, pero no se nos ocurre decir; “¡mira qué bien están integrados los huevos en la nevera!”. La cuestión es que sí escuchamos; “Mohamed está muy bien integrado en el barrio”, pero no: “¡Qué bien está Manolo integrado!”

La integración social, como concepto desapareció, ya que en realidad aludía a un: “te deja entrar en mi grupo, pero ten claro que eres diferente”.
Ahora, si en un alarde de convertirnos en un chef de renombre, nos disponemos a hacer una tortilla: batiremos los huevos, los incluiremos uno en (no “con”) el otro y no sabremos identificar cuál era uno u otro.

Ésta podría ser un ejemplo gráfico de lo que se entiende por inclusión social, pero en este caso ocurre algo que también capta mi atención. Si ahora incluyo patatas a los huevos, tengo tortilla de patatas, que se diferencia de la anterior, que era francesa, así como si incluyo espárragos, pimientos, etc. Aparecen las “etiquetas sociales o huevales”. Nunca he escuchado decir, “mira qué maravillosa inclusión hace la patata con el huevo”, nos la comemos y punto porque es una totalidad.

En situaciones sociales en las que se ha producido una eficiente inclusión, sin embargo, sí destacamos, como si fuese algo extraño, que personas distintas, de distinto género, con diferentes capacidades, nacionalidades, religiones, valores, inclinaciones sexuales, convivan con normalidad, cuando lo normal, lo natural es que así sea. En tal caso se comienza una oleada de “buenas prácticas” realizándose un sinfín de “guías de buenas prácticas en inclusión en el Condado de Villaintegrín” por ejemplo, que decoran muy bien oficinas y despachos.

«La inclusión que se acerca un poco más a la perfección e igualdad humana, animal y vegetal, nos indica, que un grupo se cohesiona con otro, sí, pero desde la diferencia, ya que si se consideraran iguales no existiría dicha cohesión”

La inclusión que se acerca un poco más a la perfección e igualdad humana, animal y vegetal, nos indica, que un grupo se cohesiona con otro, sí, pero desde la diferencia, ya que si se consideraran iguales no existiría dicha cohesión; ya estarían cohesionados, ya estarían diluidos, como el huevo y la patata conformando una globalidad.

Diferentes, ahí radica todo, cuando se etiqueta, cuando se enjuicia a una persona de distinta a otra, a otras, el primer impulso, instinto ante la diferencia es alejar lo diferente a mí. La “sociedad” quiere quedar siempre bien, por eso nos dice que eso no se hace, entonces “nos da cosa” y les dejamos un espacio, eso sí, un espacio pequeño y regularizado con un montón de leyes, decretos, decretos-ley y medidas de discriminación positiva (¡vaya término, éste da para otro artículo!). Pasado un tiempo nos olvidamos de las personas a las que le dejamos ese pequeño espacio y cuando nos molestan, las queremos echar con todas nuestras fuerzas de lo que creemos que es nuestro mundo, hasta hacerlas desaparecer.

Supongo que el universo nos integró y nos incluyó como planeta dentro de su espacio infinito, sin fijarse si éramos distintos o no a los demás, nos albergó. Ninguno de los habitantes de la Tierra nos hemos sentido discriminados por no estar tan cerca del Sol, por ser más pequeños que otros, por sólo tener un satélite. Simplemente somos parte del Universo y así éste nos lo hace saber.

Supongo que no he aclarado nada de ambos conceptos. Seguiré preguntando eso sí, de dónde surge la diferencia, ¿de mí, de ti, de todos? El hecho es que somos nada dentro de un todo, a veces nos confundimos y creemos que somos un todo por encima de todos.

Intento buscar otro sustantivo que pueda explicar que la diferencia está en toda igualdad, sólo acude a mí el verbo Amor, dónde cabe todo.

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Virtudes Montoro López

Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso

 

Redacción

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