El amor llega a nuestras vidas como un torrente; niños, jóvenes, adultos, ancianos, caemos presas de esta droga que arrasa nuestros sentidos, nos deja anestesiados, famélicos, nos hace sentir la vida como un fogonazo que un día tiene sentido y otro día, no.
Aparece tras esos meses, años de alzamiento hormonal, un remanso de paz donde ese fuego fatuo deja paso a un sereno apego a la persona amada, que nos permite verla sin ese halo idealizado. Amamos, si lo hacemos bien, tanto sus defectos como sus virtudes. Comenzamos esa increíble andadura al lado de otra persona que nos permitirá crecer, desarrollarnos, ser la mejor versión de nosotros mismos, nos permitirá mirarnos íntimamente en los ojos del otro, con la firme intención que también crezca en todas sus facetas humanas y sea más ella que nunca.
El amor, debería basarse en la libertad. Para que nazca este crecimiento y desarrollo personal, para que seamos completos junto al otro, debe instaurarse un espacio individual, donde el otro sea libre, tan libre como nosotros queremos ser.
Pero, los inevitables peros, entendemos el amor como querer y ahí aparece la posesión. Ésta no comprende que el otro es en un ente en sí mismo, más bien asumimos, que es nuestra propiedad. Aparecen los celos, la competitividad entre la pareja, las restricciones, las malas caras, los engaños, la desatención: todo lo que ocurre cuando creemos que algo nos pertenece y no queremos que nos lo quiten. Y cómo no, la mal entendida reciprocidad toma las riendas; grandes psicólogos solteros nos dicen que el amor debe asentar sus bases en ella, como un ojo por ojo por así decirlo: “si yo cocino, tú tiras la basura”, “si el sábado vemos a tus padres, el domingo a los míos”; como si pudiéramos nivelarlo, medirlo, cuantificarlo. El amor, entiende, da, sin esperar nada a cambio.
Tras leer a varios autores versados en el arte de amar, destaco a Ramiro Calle. En su libro “El arte de la pareja: asir, soltar”, nos enseña, este meditador sereno y equilibrado, cómo podemos aprender a amar si nos lo proponemos.
¡Qué difícil parece! Nos cantan, leemos, entendemos que “sin ti me muero”, que “te quiero desde todos mis epicentros, mi amor, mío, mío”, o “no entiendo este mundo sin tú en mí”; también, “amor, amor, dime dónde estás a cada segundo”. Y así hasta el infinito, escuchamos y nos enseñan que el amor es eso, poseer.
Amar, qué fácil es y qué complicado lo hacemos. Soltar, soltar con amor lo que ya no puede sobrevivir. Dejar a otra persona también es un acto de amor cuando hemos hecho todo lo posible y humano para salvarlo. Si somos capaces de no sentirlo como una pertenencia; le podemos desear al que fue nuestra pareja, lo mejor, la felicidad completa, aunque sea sin nosotros.
Para el psicólogo Sternberg, existen cuatro pilares básicos que definen una relación de pareja sana: intimidad, pasión (o sea sexo), confianza y compromiso (o lo que es lo mismo seguridad y confianza en el otro, así como metas y planes comunes). Como vemos, esta premisa científica se basa en una lógica aplastante.
Como escuché el otro día en una canción, que me pareció la frase más acertada, ahora sí, que han cantado sobre este tema; “quiero quererte menos para amarte más”.
“Desde que alcé mis ojos y descubrí tu vetusta mirada,
Manuel, supe que me estaba esperando con la misma inocencia que
me brilla. Quiero sembrar este siempre curioso iris mío en el tuyo, para no
dejar de descubrir que nunca serás mío, si acaso, de la siega”.
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso
Comentarios
Una respuesta a «Virtudes Montoro: «Quiero quererte menos para amarte más»»
Maravilloso, como siempre. Cómo nos gusta poseer cuando lo que tendríamos que hacer es agradecer al cielo cada instante que decides estar a mi lado. Gracias