Buscamos, a tientas, un trozo de paz, evasión, felicidad; fuera. Pareciera que fuera estuviese todo lo que nos va aportar bienestar: nos vamos de compras, nos vamos al gimnasio, a tomar copas, de juerga, etc. Nos evadimos de todo lo que supone estar con nosotros mismos, por decirlo de alguna manera, huimos, pero lo cierto es que escapamos a ningún lugar.
No entendemos que el sitio donde nos encontramos es el mejor lugar en el que podemos estar, pero no, insistimos en imaginar otro sitio, otro tiempo, donde sí seremos felices, donde se cumplirán nuestros sueños, donde estaremos realmente bien. Claro, ese espacio está siempre sitio fuera de nosotros mismos.
Escuchando a las personas cuando les pregunto qué buscan en la vida, la mayoría me dicen que lo que más desean es paz, serenidad, que sólo quieren estar tranquilos.
«Tan sencillo como detenerse, escucharse, sentir cómo respiramos, cómo nuestro cuerpo funciona sin que podamos intervenir o interferir en éste, pararse para ser y no estar.” |
Serenidad, hablamos de este estado y no sabemos que sí la podemos encontrar; está adentro, está tan a mano de nosotros que no nos damos cuenta de lo fácil que es llegar a ésta. ¿Cómo? Tan sencillo como detenerse, escucharse, sentir cómo respiramos, cómo nuestro cuerpo funciona sin que podamos intervenir o interferir en éste, pararse para ser y no estar.
No hacer nada, quizá en esa simple pero difícil tarea se encuentra todo: si imaginas una carretera muy concurrida y tienes que cruzar al otro lado, no te lanzas corriendo a cruzar como sea, observas, te paras, evalúas si puedes cruzar o no, esperas, si hay un semáforo, que éste te indique si puedes pasar o no. Actuamos así de forma natural, queremos salvar nuestra vida, sabemos que en ese momento no podemos hacer nada hasta que, serenado el tráfico cruzamos, confiados.
Si nos damos cuenta, nos hacemos lo mismo en nuestro día a día, en la toma de decisiones, en la gestión de nuestras emociones, pensamientos; nos lanzamos sin mirar a ningún lado, no somos capaces de hacer lo que hacemos cuando cruzamos: no hacer nada, esperar que se dé las circunstancias adecuadas y entonces, hacer, “cruzar”.
Este no hacer nada tan constructivo y vital se alcanza gracias a la meditación, a la escucha de nuestro cuerpo, al necesario silencio con nosotros mismos. Cuando meditamos, no hacemos nada, no esperamos nada, y ahí sucede todo: LA VIDA, la contemplación de la vida en toda su majestuosidad. Observamos el milagro que nos acompaña, la respiración, el baile de nuestro cuerpo a su compás, los latidos: observamos que estamos vivos. Aparece así una serenidad que nos señala que siempre está dentro de cada uno de nosotros; accesible veinticuatro horas al día. Y comprendemos que esta serenidad no desaparecerá nunca: somos ella.
Ver más artículos de
Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso