No es necesario recurrir al Oráculo de Delfos –en desuso por derribo–, al mago Merlín –con demasiada edad y pensando en el retiro–, o a la bruja de turno –que “haberlas haylas”– para confirmar que nos estamos saltando las imprescindibles normas de convivencia.
Y ello, os lo decía fechas atrás, por la perdida o falta congénita de solidez en las convicciones: “al menos yo, siempre he preferido apostar por la estabilidad sin «inventos (ni siquiera) con gaseosa», pues, al final, las burbujas necesariamente cosquillean nuestras narices”.
La ciudad (y sus habitantes) se está volviendo hosca, ceñuda, huraña. Parece como si todos hubiésemos olvidado las mínimas pautas de cohabitación; como si el prójimo, de ninguna forma, nos importase lo más mínimo; como si a lo único que aspirásemos fuese a subir a lo más alto del pódium de la soledad.
Esta sensación, anidada en mi alma de un tiempo a esta parte, me recuerda el viejo chiste sobre la idiosincrasia granadina. “Un paseante se encontró en Puerta Real a un antiguo conocido; lo paró y le dijo: «»buenos días»; el interpelado, apartándose, como si hubiese visto al mismísimo Lucifer, contestó impertérrito: «a ti te voy a entretener yo hoy»”.
La verdad es que, a diario, me pregunto el por qué de este cambio sobrevenido en poco tiempo. Y aunque son varias las respuestas que vienen a mi cabeza –algunas más inquietantes que otras–, ninguna de ellas alcanza la satisfacción deseada, como indicadora del camino hacia la mudanza.
¿Quizá tenga algo que ver con la condena al olvido que, por el desarrollismo, hemos impuesto al espíritu de la solidaridad…? ¿O, más bien, por el secretismo interesado de nuestras actividades extra-humanitarias…? ¿Nos habremos implantado con carácter definitivo en el diálogo codicioso y excluyente (“qué hay de lo mío”)?
Toca, pues, cavilando y discurriendo, poner freno a esta degradación, para que el pasado de acogida y unión de culturas vuelva a ser la guía imperante de nuestra vida. Sin necesidad de esperar quinientos años o más para tomar las decisiones necesarias, pues Granada no puede seguir en permanente estado vegetativo-expectativo.
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de
Ramón Burgos
Periodista