Pedro López Avila: «La sinceridad en política»

Ya van cesando los coléricos estados que ha sufrido la gente tras los pactos de las últimas elecciones municipales, ya parece, por tanto de que comienza a amainar el temporal. ¡Madre mía!, qué arrebatos! Hasta los tertulianos, que aparentan ejercer la crítica severa y teóricamente más objetiva, parecieran convertirse en unos boceras.

 

A ver si nos enteramos: que los enemigos oficiales pueden ser amigos privados y los amigos o aliados públicos se tienen un odio mortal, de tal suerte, que la apariencia y la realidad andan algo trastocadas, y que la sinceridad en política es igual a cero, no se pasa de ahí, ni aun el que se lo proponga serlo de forma heroica. O es que, quizá, no estamos hartos de ver que cuando se trata el triste negocio del poder, la gloria y el sueldo arremeten unos contra otros con una crueldad inmisericorde en la más apresurada conquista de la clientela. Lo preocupante de esto es que la ciudanía nunca pueda tener un criterio personal formado de lo que quieren sus dirigentes locales, autonómicos, o estatales. Lo más útil que existe para un dirigente político es decirle a los pueblos lo que quieren oír: que todo el mundo tiene derecho a todo, que ellos son los garantes de la justicia social, o bien, que todo se hace (incluido cualquier pacto) por el beneficio del pueblo que llevan en su corazón. La realidad la dejan para mañana.

«La sinceridad en política es igual a cero, no se pasa de ahí, ni aun el que se lo proponga serlo de forma heroica”

Pero la realidad es muy trágica, nadie le dice al pueblo que venimos al mundo «desnudos, ligeros de equipaje» y que el sustento, el progreso y las legitimas aspiraciones del individuo dependen, en gran medida, del esfuerzo, de la perseverancia y de la capacidad generativa de ideas de cada uno de nosotros, sin tener que esperar a que sea los entes públicos (según los casos) los que repartan a su antojo la distribución de la riqueza. Pero claro, arengar a las masas con demagogias de baja ley es tarea excesivamente fácil, pero de un beneficio descomunal para aquellos que se encargan y viven de la cosa pública que, por cierto, cuya productividad es nula en la mayoría de los casos. Pero es igual, las masas nunca piensan, muy al contrario de lo que sucede en la toma de conciencia personal, pues al individuo, se le podrá engañar una vez, otra y otra, pero a la siguiente reacciona, porque su carácter independiente le hace pensar. Decía Orwell, 1984, que la libertad es el derecho a decir a la gente lo que no quiere oír. De ahí que haya dirigentes que no toleren que se les moleste, ni tan siquiera en las urnas. Menudo rebote tuvo el alcalde de Marinaleda, Sánchez Gordillo, al ver el resultado en la última consulta electoral de su pueblo.

A lo que íbamos: La hostilidad, que ha sido durante las recientes campañas electorales una cuestión imprescindible en busca del voto perdido, se ha transformado inesperadamente en una explosión de entusiasmo y de entendimiento programático entre las distintas fuerzas políticas, aunque haya que disimular hasta el final de la representación. A partir de ahora ya estamos viendo al frente de las distintas presidencias, consejerías o concejalías a determinados personajes que a poco que nos descuidemos se harán un cortijillo, realizarán no sé cuantos másteres y se doctorarán en cualquier rama del saber científico o humanístico.

A fin de cuentas, el resultado es cuestión de ocupar poder y sueldos, por mucho que se quiera refutar esa idea, de manera idílica, a través de ejemplificaciones hechas sobre los miles militantes de base que solo viven en permanente defensa de determinada ideas. Oiga, que no, que lo verdaderamente importante es administrar, aunque sea mínimamente, los tributos de la colectividad. Ese es el poder, ese es el Estado: «mis amigos y yo», el que se cobra de antemano el favor por garantizar la justicia social, y el resto, lo que sobre, se repartirá conforme a lo que le parezca al gobernante de turno. Y ya está, no le demos más vueltas.

La sabiduría popular con la expresión directa: «no me des, ponme donde haya», no es más que la observación de la realidad al transcurso de los siglos. La historia jamás se mueve por ética, por más que se intente enredar. ¿O acaso todavía no tenemos delante de los ojos que algunos están abocados a morir de hambre, mientras otros viven muy bien de la gestión? El sistema está configurado para que los políticos jamás se hagan prisioneros de sus palabras o de sus promesas, porque luego priva «el interés general» (imagino que el de ellos) y si hay que pactar se pacta con quienes sea y, claro, pretender después investirse de autoridad moral para ejercer el mando es francamente difícil. Por esto, hoy, me viene a la cabeza el escritor y poeta estadounidense, nacido en Alemania, Charles Bukowski cuando dijo: «en una dictadura se sabe quién manda y en una democracia se sabe quién no manda». Qué le vamos a hacer.

(NOTA: Este artículo de Pedro López Ávila se ha publicado en la edición impresa de IDEAL, correspondiente al 01/07/2019, pág. 19)

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