Antonio Luis García: «La fascinación de la buena conversación»

Que grande y grata es ó debería de ser nuestra estancia en esta “Aldea Global”, en este fantástico planeta nuestro llamado Tierra, el único del Sistema Solar que tiene vida. Pero, sin embargo, todas las informaciones que recibimos indican que estamos compitiendo por destruirlo, que los seres humanos nos estamos corrompiendo, que somos los culpables de todas las catástrofes y desgracias del mundo y que, incluso, nos tienta la necedad de marcharnos a otro. Claro que hay mucho de cierto en todo ello, pero con esta vorágine de pesimismo que nos aterra cada día, agudizada aún más en verano, no va a quedar títere con cabeza. El asunto es que no se estudian los hechos en su totalidad, ni con amplias perspectivas, sino que se toma la parte por el todo y en sus aspectos más negativos.

 
La belleza y riqueza de la Tierra son indiscutibles y la capacidad técnica del hombre imparable, pero nuestras acciones y comportamientos, no siempre se atienen a las verdaderas necesidades del planeta y de sus habitantes. En verano la naturaleza nos muestra todo su esplendor y grandeza, dejándose ver y querer por quienes deseen. El paisaje, en una asombrosa trabazón de sus elementos, presenta una estética excepcional, una atracción indescriptible, una explosión de fenómenos visibles e invisibles, que bullen y fluyen a nuestro alrededor, y que nos permiten alcanzar goces vitales, plenos y alentadores.

Actualmente gran parte de la población, sobre todo adolescente y joven, cuando les falta el móvil, el ordenador o la televisión, dicen que se aburren, que no tienen qué hacer, desesperándose en pocos instantes. Ocurre que no sabemos estar, apreciar nuestro entorno, valorar lo que poseemos, conversar con los demás, etc. La conversación, la charla, el diálogo o las reuniones entre familiares o conocidos, han sido y siguen siendo uno de los recursos más necesarios y potentes para la convivencia y desarrollo de la vida social y cultural de los pueblos. Hoy, hemos de reconocer que, como otras muchas prácticas culturales tradicionales, está en crisis: el reloj nos lo impide. Si no disponemos de cinco minutos para saludar a un amigo, cómo vamos a tener tiempo para conversar durante una o dos horas. No cabe duda que las redes sociales están suponiendo en avance importantísimo, que nos permiten tener información puntual de familiares o amigos, que nos facilitan el intercambio de noticias, imágenes e informaciones de todo tipo, etc. Pero también están sustituyendo a la conversación real, a la comunicación directa, a la relación interpersonal, al contexto ambiental, al desarrollo conductual individualizado, etc.

Sin embargo, no hemos de alarmarnos, todavía nos queda la playa, la sombrilla, el chiringuito, etc. donde las conversaciones son cotidiana y constantes, livianas o importantes, pero siempre será mejor que dar la espalda a la persona que está a tu lado y que en cualquier momento puede ser imprescindible la ayuda mutua. También en el interior se habla y se charla, especialmente en verano. En muchos pueblos, al decaer la tarde, la mayoría de los vecinos, silla en mano, salen a la puerta de su casa para reunirse y conversar con los convecinos hasta altas horas de la madrugada. Alegres y felices comentan todo tipo de aventuras y temas de actualidad; pero deben de hacerlo con prudencia, porque ese viento fresco y suave que alivia y alegra la cara, también transporta sus palabras, atravesando calles, plazas y paredes para que todos queden informados. Los jóvenes de hoy igualmente conversan; no en las discotecas, porque es imposible, pero sí en los bares, botellones, comidas y encuentros de todo tipo. En realidad la conversación implica un desahogo, una liberación, una personal y positiva terapia psicológica. Las verdades y las mentiras que se cuentan, las bromas y las risas que se producen, los gestos y las miradas que se observan, junto con la ayuda y amistad que se fomentan, son el contrapunto de la soledad y la tristeza; la autoafirmación, la compañía y la alegría.

Conversar es comunicar con los demás, fomentar la convivencia y la amistad, sin interés de ningún tipo; es también ampliar nuestras visiones, adquirir nuevos conocimientos, contrastar ideas y pensamientos, implementar respeto y tolerancia, etc. La clave de toda buena conversación consiste en saber escuchar, en tratar de comprender al otro; porque si no escuchamos bien, comunicaremos mal, ya que desconoceremos el pensamiento de nuestros interlocutores. También es muy importante aceptar la crítica: que elevada honestidad supone comprobar y reconocer que estamos equivocados, que no estamos en lo cierto, que nuestra opinión es infundada y que la realidad, es muy distinta de lo que nosotros creíamos. Si logramos vencer la resistente vanidad, nuestro espíritu se elevará en la búsqueda de la verdad, la dignidad y la excelencia. En el fondo de todo ello, hemos de reconocer el interés y la fascinación de una buena conversación, porque contrapone y contrasta opiniones y experiencias en un plano de absoluto respeto. Conocer los secretos de la naturaleza y los recursos ocultos de nuestro planeta, constituyen dos temas apasionantes para conversar.

(NOTA: Este artículo de Antonio Luis García Ruiz se ha publicado en las ediciones de IDEAL Almería, Jaén y Granada, correspondientes al sábado 17 de agosto de 2019)

 

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Catedrático y escritor

 

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