El Espacio de Arte Santiago Collado, inauguraba temporada con la exposición de esculturas del cabrileño, Rafael Rubio (1946) que con ‘Ferrum. Nueva vida’ regresa a Granada tras su paso por la Corrala de Santiago. Los visitantes quedarán gratamente sorprendidos con la treintena de piezas originales creadas a partir de fragmentos de maquinarias o útiles de labranza reconvertidas en piezas de arte.
Así lo manifestó el también escultor y autor de la presentación del catálogo, Jesús Montoya, quien agradeció a Paco Fernández y a Juan Antonio Díaz la posibilidad de residir en el pueblo de Rafael, Cabra de Santo Cristo, donde gracias a una beca tuvo la suerte de poder alojarse en su singular casa-taller y disfrutar de sus fantásticas esculturas.
También explicó que en las piezas mostradas el autor ha podido invertir hasta varios años, «no en su ejecución pero sí en su proceso» y que la materia prima la busca en rastros, anticuarios, chatarrerías, desguaces e incluso vertederos. Por su parte, Rafael reconoció que nunca pensó que su obra llegaría a exponerse en salas de arte y que fue hace dos años cuando gracias a Paco, comenzó a exponer. En su haber cuenta con tres exposiciones colectivas y cinco individuales, incluida ésta última. «Recojo todo el material que creo me puede servir, quito, pongo, añado madera y piedra u otros objetos y hago una composición en la que siempre busco una armonía entre los materiales y así sale la obra», explicó al público asistente.
Convertir el tiempo en tu aliado
por Jesús Montoya Herrera
La escultura en general requiere tiempo. Por condicionantes técnicos, los procesos creativos vinculados a la escultura suelen ser dilatados, y las prisas suelen ser, como popularmente se afirma (más si cabe en este caso), malas consejeras. Así que la opción más sensata para cualquier escultor que no quiera acabar frustrado y ansioso es intentar convertir el tiempo en tu aliado, comprender los largos procesos, cultivar la paciencia y aprender a retrasar el goce de la obra terminada. Y esto está referido únicamente a la materialización física de la obra, una vez que la idea o el impulso creativo que motive dicha materialización (procesos conceptuales que pueden llevar desde segundos hasta años, según el artista) ya quede resuelto.
En el caso de Rafael Rubio Santoyo, podemos afirmar que ha convertido el tiempo en su aliado, y ello se manifiesta desde múltiples perspectivas. En su proceso de trabajo, para llegar a finalizar una escultura, puede pasar mucho tiempo (en escala humana). No importa. Rafael es paciente, calmado, de los que piensan en hacer las cosas bien antes que en hacerlas rápido… …y todo comienza con la observación. Aficionado a rastros, anticuarios, chatarrerías, desguaces e incluso vertederos, Rafael pasea por ellos como un adolescente por un centro comercial de una gran ciudad, y mira los objetos que en ellos habitan (antiguos, oxidados, estropeados e incluso rotos), y los escucha. Sí, los escucha. Espera esa llamada que le diga “llévame contigo, puedo ser útil de nuevo”. Así, sin prisa, va llenando su casa-taller de Cabra del Santo Cristo (de la que hablaré más adelante) de materiales ricos en tiempo, objetos que antaño cumplieron útil función (industriales los más, ornamentales los menos) y que ahora son rescatados del asilo de los objetos viejos a la espera de cumplir, acaso, su función más importante, más duradera: la estética en una obra de Rafael Rubio Santoyo.
Pero no crean que estos objetos son transformados en esculturas inmediatamente. No. Eso sería precipitarse. Y ya hemos comentado que Rafael es un hombre paciente. Estos objetos encontrados (generalmente de hierro u otros metales, piedra, madera o vidrio) son almacenados en su casa-taller. Y Rafael los mira, los observa, convive con ellos durante días, meses o años, según los casos, hasta que descifra la clave del objeto y cómo transformarlo en escultura, cómo hacerlos arte. Podríamos, si quisiéramos sumarnos a las modas de análisis estéticos, decir que la obra de Rafael, en este afán de reutilizar viejos materiales, goza de una poética ecológica. Y no dudo que algo de esto haya, pero creo que no es la clave. Es la forma la que preocupa y motiva al escultor, el equilibrio, la armonía entre la masa y el vano. Esa es la clave que mueve su motor creativo por encima de todo.
Una vez descifrado el objeto e iluminada la idea, comienza el proceso de materialización, metódico, sencillo en el mejor sentido de la palabra. Y aún cuando ha finalizado la escultura, el proceso creativo no está completo todavía, pues generalmente, de nuevo vuelve a mirar la obra, a estudiarla y a pensarla en referencia a cuál será su ubicación dentro de su casa-taller. Pues si hablamos de tiempo, la gran obra continua, abierta, en constante evolución de Rafael Rubio es su casa-taller. Realizada a lo largo de prácticamente toda su vida adulta, piedra la piedra, no sólo alberga gran parte de su obra escultórica, sino que trasciende el estatus de casa-taller para constituirse en una obra artística en sí; una obra que alberga otras obras en comunión con la naturaleza (posee jardines que bien podrían ser ejemplos de Land Art), procesos de trabajo e incluso frecuentes invitados. Yo he tenido la suerte, junto a otros compañeros de oficio, de vivir en ese lugar, y de crear en él. Y he podido notar cómo el tiempo de creación cambia allí dentro, como si una claridad y una paz completa todo lo inundara.
Y el tiempo de Rafael Rubio se convierte en tu tiempo, y deseas conquistar esa sabiduría e incorporarla a tu vida creativa, aún a sabiendas de que en el momento en el que salgas de allí, el hechizo quedará roto, lo andado desandado, y tornarás de nuevo al jardín de infancia en el intento de convertir al tiempo en tu aliado, pero satisfecho por haber podido conocer al maestro que consiguió hacerse colega del tiempo y guiñarle un ojo.
En este sentido, hay que señalar además, como una gran enseñanza, la actitud vital de Rafael Rubio Santoyo pues, haciendo obra profesional durante toda su vida, no ha sido hasta hace muy pocos años que ha visto la luz en exposiciones y reconocimientos. Cualquier otro hubiera desesperado o tirado la toalla, abandonado el arte y se hubiera dedicado a placeres más inmediatos. Pero no Rafael. Sabía que su tiempo llegaría aunque, debido a su carácter, sospecho que de no haber sido así, le hubiera importado bien poco, pues su gran conquista ya la había logrado: disfrutar de la creación en armonía con el tiempo. Y eso lo es todo.
Jesús Montoya Herrera
Universidad de Granada
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