Cada vez estoy más cierto sobre la necesidad de la lectura para el engrandecimiento del espíritu –y muchas otras cosas más–. Nuestra formación intelectual y humana no sólo se debe nutrir de lo aprendido en las aulas o en el seno familiar, sino que debe ser “cumplimentada” con la elección segura de autores cuyas obras, fagocitadas, anotadas y siempre escudriñadas, con la necesaria prevención intelectual, ciertamente nos ayudarán a recorrer el camino del desarrollo personal.
Si esta reflexión puede ser considerada como genérica, hoy tiene también, al menos para mí, un claro tinte profesional y una lección indiscutible: “Olvidar las humanidades, y la perspectiva de centralidad de la persona, significa reducir la comunicación a una mera oportunidad de uso y consumo”.
La frase de José Francisco Serrano, entresacada de su último ensayo –“La sociedad del desconocimiento. Comunicación posmoderna y transformación cultural”, editorial Encuentro– me ha levantado todas las alertas posibles sobre la comunicación actual “en un mundo que ha olvidado las humanidades”.
Y estas alarmas no se refieren únicamente a la desinformación o a la manipulación de contenidos, tan en boga en nuestro mundo tecnológico en el que “influencers” e “iluminados”, a veces, incluso, tras el anonimato más vil, mantienen falsedades o medias verdades que dañan seriamente la honorabilidad de las personas, sino que también ponen de manifiesto la galopante pérdida de valores que estamos sufriendo día a día.
Antes, por ejemplo, bastaba con estrecharse las manos para sellar, y mantener, cualquier pacto, sin necesidad de firmar papel alguno. Ahora, se ponen en duda hasta los documentos suscritos ante notario –¿qué ejemplo de honestidad estamos dando a nuestra generación y a las venideras?–.
Y no creáis que digo todo esto refiriéndome exclusivamente al ámbito político que nos ha tocado vivir. Los sectores económicos, los religiosos o los deportivos, entre otros muchos, tampoco están exentos.
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de
Ramón Burgos
Periodista