Hace unos meses que recibí del amigo y poeta, Alfonso Berlanga, su último poemario: Luz y cal (Editorial Alhulia) con una bellísima dedicatoria y le transmití la idea de que sus poemas había que leerlos con ataraxia. Y no me equivoqué, puesto que su poemario toca fibras muy sensibles por medio de intuiciones genuinamente expresadas gracias a la originalidad de sus hallazgos verbales, de su lenguaje metafórico o de la palabra justa y precisa con el que vierte su impulso expresivo para dar cauce y forma al mismo tiempo a la poesía creadora.
Por esto el mejor comentario que podría hacer de este libro, diestramente trabajado, me parece a mí, sería recoger unas notas de lectura que apuntan a los dos motivos fundamentales que hieren la sensibilidad del su autor: La luz y la cal. Y entre la Luz y La cal, en el testimonio de Berlanga: Intermezzo.
Compuesto por 24 poemas la primera parte de este libro, la luz, actúa como elemento simbólico de eternidad o energía pura, es capaz de transformarse en el tiempo y en el espacio como una suerte de pervivencia infinita. Así nos dirá:
«Y sin embargo soy
una pizca lumínica tan solo
deambulando por tu espacio infinito
y por tu fuerza hercúlea
que cada primavera
despierta suavemente
las ganas de vivir»
De este modo la palabra poética es para Alfonso Berlanga un instrumento en la búsqueda angustiada del misterio que rodea al mundo, al universo, o así mismo:
«siempre la luz
y ese inmanente deseo de poseerla
en su totalidad. (…) con lentitud callada y poderosa
enfundada en mi piel
y en las oscuras venas de mi nombre»
La luz se acredita también en el sentimiento amoroso que trasciende y se adelgaza
«si clara me transmite
el ritmo de tus ojos», o se contagia «con tu grácil sonrisa
si a mi boca te acercas» .
Una serie de metáforas creativas e imágenes irracionales pueden atisbar y promover la luz que el poeta persigue, pero que la realidad le niega por nuestra condición de seres en el tiempo, sobre todo, cuando observa como «asoma el entrecejo el tiempo que escapa»; Sin embargo, la conciencia de Berlanga se levanta y se rebela en forma de esperanza: «yo te espero encendido en un campo de olas»; para, finalmente, como consecuencia irremediable de la existencia, con la llegada de la muerte, la luz se desvanece para poner fin a todo:
«yo no soy luz
no existo.»
Intermezzo, son 24 poemas de tres versos, sobrenadando y sin necesidad de justificar ritmos o melodías, en donde el poeta, sin contrapeso alguno y en su condición solitaria, vierte su impulso expresivo a través del pensamiento, la nostalgia o la querencia tan solo con la fuerza del lenguaje:
«la palabra ilumina
los rincones oscuros
al son de la mañana;
Y el mar de luz
arrebató su espuma
al día que se apaga;
«no tiene luz tu rostro
y sin embargo…
¡cuánta luz en tu mirada!»
En la tercera parte, Cal, está compuesta por 17 poemas, representan el compromiso social ante el momento histórico que le ha tocado vivir a nuestro poeta, la actualidad que le invade la mirada. Suelen ir en versos largos, incluso solemnes y de muy amplia andadura. Ya observamos desde el primer poema Luz, como al referirse a ella, Berlanga parece recordarnos que los poetas y la poesía se habían refugiado en las viejas estéticas con sus jardines, con espumas, mármoles, viejos dolores, nostalgias o amantes muertos; o dicho con sus propios versos: que la luz de la palabra «en celestes auroras fue capricho de horizontes sutiles en manos de poetas», y ha desatendido compromiso con los humillados de la historia, en donde «los hijos de otras luces se tragaron sus ansias» y se elevaron bajo el plástico húmedo en una luz mendiga y pordiosera como seres hacinados, que dormitan lejos de sus mares y montañas».
Ahora, nos encontramos frente nuevas y desconsoladas imágenes sobre la vida, con un lenguaje capaz de nombrar a un tiempo lo personal y lo social: la luz del poeta es conciencia de un latido histórico, social y estético en la búsqueda de una añoranza más plena para los que han llegado de otras luces, que soportan una luz que
«destierra sus caricias
sojuzga su pasado
conculca sus lamentos
y los deja humillados en mitad de la noche».
Una poesía crítica con el pensamiento, cifrado poéticamente, se abre en la búsqueda de la libertad, ante una realidad construida por y desde el silencio desde que
«la palabra ha quedado en el olvido
los dioses nos han abandonado a nuestra suerte
y un ejército de melancólicos
hunde nuestros pasos en una cascada de miseria»
por esto Berlanga reivindica el encontrarnos en los otros para reencontrarnos con nosotros mismos. como decía Octavio Paz » para que pueda ser otro, salir de mí, buscadme en los otros, los otros que no son, si yo no existo, los otros que me dan plena existencia» o como dirá nuestro autor:
«hay que salir del fuerte rendido en la distancia
y asumir que otras luces reflejan nuestros rostros. «En esta luz
que arropa mis mañanas y mi tiempo espumoso
la que me abre a la vida cada día
y me acerca sigilosa a la vida de los otros».
En definitiva, si en la primera parte de este poemario, Luz, encontramos una cosmovisión, de la realidad del hombre con vocación de eternidad, en el segundo apartado, Cal, el yo poético, con un tono dolorido y elegíaco, nuestro autor se queja amargamente de la atroz condición de la existencia del ser humano ante «los dueños altivos de nuestro destino» dejando en el camino
«Hombres sin luz
Niños descarriados
Mujeres destripadas
y Humanidad cautiva»;
situaciones ante la que Berlanga con un tono combativo reacciona ácidamente, mediante continuas y amargas imprecaciones, contra «todos los que desnudan la luz». Si bien, mantiene la esperanza, quizá infundada, a una redención del mundo más justo y más pleno
«aspiro a que la luz se empodere del mundo
le dicte a los sátrapas la luz de todos los caminos
y así cerrar para siempre el tiempo de miseria».
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