A lo largo de los años, descubrí el secreto de su tierna mirada. Con el ardiente lucero alargando sus brazos sobre nosotros, pude comprobar la bondad de mi abuelo, así como la necesidad de saber más (convertirme en privilegiado receptor u oyente de sus historias).
Paseas, con la complicidad de ese hombro amigo, orgulloso de escuchar la palabra “nieto”, cuando brotaba de sus labios.
¡Regalos!
¡Mi abuelo siempre trae regalos!
Mil veces pude fantasear con numerosos obsequios (no aludo a lo material), cuando me transportaba en el tiempo.
¿Quieres saber qué pasó? – preguntaba mi yayito querido-.
Las tardes eran el momento mágico del día, esas horas en las que uno era capaz de absorber cada consejo, un torrente de recuerdos reales convertidos en literatura.
Hoy, 16 de diciembre, me asomo a la ventana, deshaciéndome en elogios hacia mi arcángel, ese ser celestial que controla cada uno de mis movimientos: mi mayor proyector.
Seguiré pensando y guardando cada nota por él escrita.
Sirvan estas líneas como reconocimiento a todos nuestros mayores.
Que mis deseos no caigan en saco roto.