Cuando la pasión ahoga todas las críticas, cuando el gobernante tiene la inclinación a dormirse todos los días mirándose al ombligo y cuando las opiniones de hoy tienen la misma exactitud y garantías que las contrarias de mañana, el estrépito está servido.
Se puede cambiar simplemente por reflexión, pero nunca por dejarse llevar en cada momento a lo que más conviene en la búsqueda pertinaz de los beneficios propios. Se pueden cambiar o modificar planteamientos teóricos ante la necesidad del pacto o de la negociación como condición sine qua non para mantener siempre abierta la puerta del diálogo, en suma, para no negar al de enfrente en otras formas de pensar o de sentir distintas; pero lo que no se puede es encontrar serias dificultades para que se imponga lo obvio ante la calumnia artera.
Digo esto porque no sé hasta qué punto la ciudadanía tiene un criterio personal formado de lo que representan la monarquía de Felipe VI y el portavoz de ECR en el Congreso, Gabriel Rufián, que califica mediante un tuit el mensaje navideño del Rey «como un mitin de VOX». Y que este tuit tenga una especie de bula papal entre los progres, no me extraña, pero que además pase de puntillas entre el resto de las formaciones políticas, me parece a mí que es tragarse con el silencio, una vez más, las tropelías de un orador de garrulerías. Se puede preferir la República a la Monarquía Parlamentaria, es igual, son dos formas de organización política que no menoscaban los sistemas democráticos en Europa. Así, todo el mundo sabe que existen monarquías constitucionales, como la nuestra, en Suecia, Dinamarca o Reino Unido, entre otros países, y Repúblicas Federales o Centralistas como en Alemania, Francia o Italia, por ejemplo.
Pero de ahí a que Rufián crea que defender como hizo el Monarca la unidad de España, «todos juntos», «como proyecto sugestivo de una vida en común», se corresponda con la ideología de un determinado grupo político, es ganas de querer entrar de lleno en lo sucio tan tranquilamente. Este zangolotino venido a más gracias a la política, cuyo bagaje intelectual es la defensa a ultranza de un horizonte localista y aldeano, no es más que un subproducto de un neosocialismo, aparatoso, populachero y un poco cursi en connivencia con los ocultos intereses de alta burguesía catalana y, a su vez, con movimientos anticapitalistas, cuyos elevados sueldos en las instituciones que acaparan no tienen complejo alguno en percibir, aunque estén sustentados en los impuestos de los contribuyentes que todos los días se levantan para trabajar de verdad.
Hay gente que necesita encontrar motivos ideológicos para mostrar su antipatía hacia la monarquía, aunque nos los haya, y hasta ven bien esos ataques violentos y poco delicados que hacen los separatistas quemando fotografías del Rey, enviándolo a la hoguera. Pareciera que el camino más directo para el deterioro de las instituciones debiera dar comienzo con la figura del Jefe del Estado. ¿Acaso encontrarían otro mensaje navideño muy distinto, en la situación en que vivimos, con un presidente de la República Española? Me da a mí que no, sobre todo, si echamos la vista atrás y repasamos nuestra historia. Acomodarse a este estado de situaciones, con el silencio como mejor antídoto, o con inclinaciones un poco avestrucistas, para mantener las nóminas no es mala solución, pero eso termina siempre de mala manera.
Si ahora tenemos una forma democrática de organización política, tal y como se recoge en la constitución en el punto 1 apartado 3: «La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria», supongo yo que habrá que defenderla, al igual que hicieron en otro tiempo millones de españoles en defensa de la República, que era el sistema legal establecido. Lo que no puede ser es que personajes de la catadura moral e intelectual de Rufián o Torra, auténticos cultivadores del despotismo y del nepotismo, mangoneen de aquella manera los cimientos más sólidos del Estado español. Estado español, por otra parte, que está basado fundamentalmente en el sistema democrático de sus constitución y de sus instituciones. Sin embargo, entiendo que, de una manera un tanto embrollona, se les están haciendo demasiadas concesiones a inteligencias hundidas en la más obstinada estupidez, a tal punto, que se está creando un clima de enfrentamiento social no solo de catalanes entre sí, sino también entre administraciones territoriales.
Pero claro, cuando se lleva mucho tiempo ejerciendo de cortesanos y peripatéticos, más que dedicados a mejorar la vida de los ciudadanos, se me hace difícil creer que el mensaje de Navidad del Rey, Felipe VI, tenga sentido alguno; pues, ante la tropa de progresistas que nos invaden, estoy seguro de que con tal de alcanzar poder o ser pupilos vitalicios del mismo, unos u otros preferirían a un presidente como Torra o Puigdemont, por el hecho de ser republicano, a un monarca con ese tono de discreción y sabiduría como es el nuestro. Sepan ustedes que ya hay un monárquico más en este país, un servidor de ustedes. A su disposición.
OTROS ARTÍCULOS
DE