El tránsito de un autobús urbano –y el paso acelerado de los tertulianos– me impidió oír la conversación completa, aunque, en principio, sí entendí que la charla giraba en torno a nuestra ciudad y a la condición de algunos de los que habitamos en ella: “no lo dudes, estamos ‘apalancaos’, de forma próxima a la indeterminación”.
Intenté identificar a aquella mujer y a aquel hombre –jóvenes los dos–, centrando mi atención en su forma de andar, en su estilo de vestir o en su manera de gesticular, por si alguno de estos pormenores me ayudaba a documentar parte de su filiación… ¡Tentativa inútil, limítrofe con los viejos prejuicios de una sociedad anquilosada!… Así que tomé la decisión de organizar mi propio relato en torno a una de las definiciones del Diccionario –que entendí como la más cercana–: “Acomodarse en un sitio sin querer moverse de él”.
¿Estarían manteniendo que, todos nosotros y de manera general, estamos apoltronados, repanchigados, repantigados, acomodados o vagueados?
¿Estarían manteniendo que, todos nosotros y de manera general, estamos apoltronados, repanchigados, repantigados, acomodados o vagueados? Y si ello fuese así, ¿a qué parcela del comportamiento diario se referían ¿La intención era política, social o religiosa?
Lo cierto es que mi imaginación planeó sobre las instituciones más cercanas: sobre los ayuntamientos, sobre las delegaciones de la Junta, sobre los organismos provinciales… Y, de manera especial, alrededor de los responsables de su funcionamiento y servicio al ciudadano.
¡Cuántas dudas, una vez más, me asaltaron sobre la eficacia de los argumentos partidistas en la conducción de los pueblos y sus gentes!
Sinceramente hubiese preferido que el ánimo de todo lo oído y escrito estuviese íntimamente ligado a la tesis (según la leyenda) de Arquímedes de Siracusa, ante su descubrimiento de la ley de la palanca: “Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo”.
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de
Ramón Burgos
Periodista