Ahora que se acerca la Semana Santa –tan especial: pasión para unos y trabajo para otros, que “de todo, y para todos, hay en la viña del Señor”–, algunos de mis recuerdos se centran en el año 2018, en el Pregón Oficial de Granada, donde mantuve, por ejemplo, “(…) que las Hermandades y Cofradías actúen según los criterios propios del Evangelio y de la vida de la Iglesia”.
En aquel momento, sustenté también que el vocablo “fidelidad” no sólo conlleva intenciones, sino que los hechos, derivados de las actitudes vinculadas, influyen decisivamente en todos los entornos posibles, ya que, como sucede al intentar explicar sencillamente el misterio de la Trinidad –poniéndose delante de un espejo de tres caras–, la división no cabe en el celestial amor; y, por tanto, tampoco debería alcanzar al amor humano.
Asimismo, líneas pregoneras más adelante, perseveré en la idea de no perder nunca el sentido del termino “comunión”, porque lo grave, aunque sí lo sea, no es vender a nuestro hermano por un puñado de monedas… Lo más grave aún es que esta deleznable actitud, además, lleve intrínseca la marca del desprecio.
Dos años más tarde, os lo confieso, estas evocaciones me plantean serias dudas sobre su aplicación válida en la sociedad actual –y no sólo en el ámbito “semanasantero”–. ¿Será que estamos dejando a un lado la “lealtad” y la “unidad” para abrazarnos a la “infidelidad” y a la “disociación”?
Ante la incertidumbre, una vez más, recurro al restallido, aunque siempre sereno, de la voz de Antonio Machado, de quien, ya sabéis, soy impenitente seguidor: “Aprende a dudar, hijo, y acabarás dudando de tu propia duda. De este modo premia Dios al escéptico y confunde al creyente”.
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de
Ramón Burgos
Periodista