“Si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad, nadie les podrá robar ese tesoro”.
«La lengua de las mariposas» de José Luis Cuerda (1999)
El modelo de enseñanza de la Segunda República y la figura del maestro serán considerados objeto de sospecha desde el primer momento por parte de los sublevados del 18 de julio. Por eso, nada más hacerse con el poder, se iniciará una masiva represión política: detenciones, encarcelamientos y fusilamientos indiscriminados sobre todos aquellos que, de algún modo, pudieran ser contrarios a los rebeldes, es decir, considerados “no afectos”. Contra los que se desatará un castigo brutal e implacable que perseguía lograr el control total de la retaguardia y anular toda posibilidad de resistencia. Esas eran las directrices y así se cumplieron. En esa persecución generalizada, los docentes serán uno de los colectivos profesionales más maltratados y castigados. Muchos de ellos acabarán asesinados o encarcelados. Siendo, en palabras del que fuera ministro de Educación y Ciencia, José María Maravall, “difícil imaginar un contraste mayor que el que existió entre estas víctimas y sus verdugos” (1).
En todo este contexto, además, una de sus primeras decisiones fue la depuración y el castigo ejemplarizante del profesorado, por considerarlos “responsables de inculcar la semilla del pensamiento crítico” en los niños. Así, en cada capital de provincia se constituyó una Comisión Depuradora del Magisterio que recabaría los informes correspondientes de cada uno de los docentes. Proceso depurador que se iniciaba con la obligada solicitud de reingreso del interesado, en el que debía explicitar su actuación en el momento la sublevación militar y durante el periodo republicano e incluso, incitando a la delación, la observada por sus compañeros. Afirmaciones que serían contrastadas y fiscalizadas, antes de emitir el veredicto sancionador, con los informes locales de: el alcalde, el párroco, el comandante del puesto de la Guardia Civil y un padre de familia de “reconocido prestigio y moral intachable”. Comportamiento analizado en el que, no lo olvidemos, incluso la neutralidad o pasividad serían condenables.
Todos los maestros considerados culpables de mantenerse fieles al gobierno republicano, que lograran sobrevivir a los castigos ejemplarizantes de los primeros momentos, se verán abocados a: la separación definitiva del servicio, el traslado dentro o fuera de la provincia, la inhabilitación para cargos directivos o de confianza o, en el mejor de los casos, a la libre absolución.
Por todo ello, en recuerdo y homenaje de todos los maestros republicanos represaliados y asesinados por la dictadura franquista, hoy, –a pesar de que serían innumerables los casos que podríamos relatar–, nos vamos a detener en un par de ejemplos. Los dos nos hablarán de historias ocultas y olvidadas durante demasiado tiempo. El primero salió a la luz y se conoció en el mes de agosto del año 2010, con la exhumación de una fosa común en La Pedraja (Burgos). En dicho paraje, entre los más de 80 cadáveres, se localizaron los restos de un profesor catalán, Antonio Benaiges i Nogués. Su cuerpo había permanecido enterrado en una cuneta durante casi 74 largos años. En el segundo, que ha permanecido restringido al ámbito familiar hasta prácticamente nuestros días, contaremos el proceso de depuración del maestro de Ácula (Ventas de Huelma) y natural de Torvizcón, Gabriel Morales Romera.
En 1934 el maestro tarraconense habría llegado, cargado de ilusión y de proyectos, a su nuevo destino, la escuela del pequeño pueblo burgalés de Bañuelos de Bureba. Dos años más tarde se convertirá en una de las víctimas inocentes de la cruel represión desatada por los facciosos; resultará asesinado en los primeros días de la Guerra de España. Su delito, enseñar a los alumnos utilizando en sus clases las innovaciones pedagógicas de Celestín Freinet (la imprenta escolar, la investigación del entorno, la correspondencia escolar y la educación no autoritaria) y, también, de prometerles que algún día les llevaría a ver el mar. Actividad lúdica y de compromiso personal que se autoimpuso después de conocer el imaginario y la fantasía de sus alumnos, expresada a través de la técnica del texto libre (2). Preparativos del viaje que, a pesar del periodo de vacaciones escolares, se encontraría ultimando en la capital de la comarca, en Briviesca. Lugar y fecha determinados en el que le sorprendió el fatídico golpe militar que daba comienzo a la Guerra Civil. Golpe de Estado que decidiría su futuro y que, finalmente, acabaría con su vida. Sus jóvenes pupilos verán aplazado –alguno puede que para siempre– su sueño de ver la inmensidad del océano. La partida de falangistas que lo detuvo y torturó tampoco le perdonaban su significación a favor de los valores sociales y democráticos de la Segunda República.
El maestro de la escuela del anejo de Ventas de Huelma (Granada), Gabriel Morales Romera, que también se encontraba en la localidad en la que ejercía su profesión, conseguirá retirarse a tiempo a zona bajo dominio republicano, antes de fuese ocupada la comarca de Alhama-Temple por las tropas sublevadas. Aún así, y como era más que previsible, la Comisión Depuradora del Magisterio de Granada propondrá su separación definitiva del servicio. Seguramente que, en esos momentos de la guerra, aún no sería conocedor de la detención y fusilamiento de su padre y hermano, en el pueblo de su Alpujarra natal, a manos de los insurgentes. Zona gubernamental en la que permanecerá durante todo el periodo bélico, plenamente dedicado a su oficio: la docencia. Con el fin de la sangrienta contienda y acusado del delito de “auxilio a la rebelión” se le iniciará el correspondiente consejo de guerra. En el que sorprendentemente resultará absuelto. En el camino se quedaban la indefensión y la impotencia, por delante le restaban la angustia y el dolor de no poder ejercer su profesión nunca más.
Después, durante casi cuarenta años, llegarán el olvido, el silencio y el miedo, que atenazarán la memoria y la dignidad de los más firmes defensores de la cultura y la educación en España: los maestros y las maestras republicanos. A lo que habría que añadir las enormes secuelas sufridas por toda una serie de generaciones que, truncadas por la guerra y el odio, se verán obligadas a cambiar la enseñanza pública, laica y en libertad por toda la imposición autoritaria del nacional-catolicismo: enseñanza de la religión, alabanzas a Franco y cantar el “cara al sol”. Nada que ver con el régimen republicano que, en su combate contra el analfabetismo, concibió la escuela como un instrumento privilegiado para transformar la sociedad.
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(1) Prólogo del libro: Maestros de la República. Los otros santos, los otros mártires, de María Antonia Iglesias. La esfera de los libros, Madrid, 2006.
(2) Cuaderno monográfico que tituló: El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca. Enero de 1936.
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