Isabel Martínez Peral: «Pensamientos de una maestra-directora confinada»

Siempre me enseñaron que todo pasa, pero con el tiempo me di cuenta de que solo pasa lo que realmente no era importante.

 

El resto se queda y son raíces que llevarás contigo hasta el último día de tu vida. Sé que todo esto va a pasar y sólo deseo que cuando termine, formen parte de mis raíces aprendizajes imperecederos: «Nadie se salva solo. Las fronteras no existen. La salud es un derecho universal, al igual que la educación. Hemos de luchar para tener y preservar una sanidad y educación de calidad. La vida es frágil y efímera y hay que protegerla.»

Cuando menos lo esperábamos, la vida nos ha colocado ante un reto para probar nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio. Así ha sido en este marzo que nos ha traído una primavera en cuarentena por culpa de ese bichito llamado Covid-19 y que ha paralizado al mundo, dejando al aire nuestra fragilidad.

Siento, desde el encierro que, como sociedad, hemos perdido la capacidad de transmitir la verdadera filosofía de la vida, esa donde se concentran los grandes valores. Muchos al igual que yo, crecimos con lo básico, alejados de las necesidades creadas que nos han generado tanta dependencia hoy. Y solo tengo recuerdos de momentos felices. Aquellas tardes de invierno junto al fuego jugando con mis hermanas y aprendiendo a contar con lentejas, habichuelas o granitos de maíz. Las tardes con delantal en las que mi madre nos enseñaba a pesar la harina, la leche y los huevos antes de hacer magdalenas o un bizcocho o los días de primavera cuando había que preparar la tierra para las simientes. Los cuentos, inventados o no, sacados de experiencias propias que escuchábamos a los abuelos o la vida del pastoreo y la cabaña entre la que crecimos y que, con orgullo, recuerdo. Empecé a entender las matemáticas con granos de maíz o lentejas y a comprender la rotación de la Tierra, las estaciones, las lunas y la cotidianeidad. Aquella educación, aquella infancia me estimuló la curiosidad, me despertó la imaginación y me enseñó a soñar. Siempre dije que si la vida me hubiese dado la oportunidad de ser madre, me hubiera gustado ofrecer a mis hijos una educación como la que mis padres me regalaron a mí.

Las familias pasan menos tiempo con sus hijos, y las prisas del día a día no nos permiten pararnos a pensar qué es lo realmente valioso

Soy maestra y directora de un colegio de pueblo, y observo que hoy hemos ganado en algunas cosas, pero hemos perdido tanto. Las familias pasan menos tiempo con sus hijos, y las prisas del día a día no nos permiten pararnos a pensar qué es lo realmente valioso. La infancia crece bombardeada con mil clases extraescolares, es como un ansia insaciable de “academizar” el tiempo de nuestros niños. Contemplo perpleja como a muchas familias no les llegan las horas lectivas que les damos y, en vez de pasar tiempo con ellos, les llenan el tiempo con la creencia de que no es suficiente lo que la escuela, nuestra escuela pública -inclusiva y compensadora de desigualdades- les aporta, o les dan un móvil, una tablet o la consola con la excusa del trabajo pendiente o, en muchas ocasiones, está cada miembro de la familia en su isla con su móvil sin hablar, sin socializar, sin transmitir, ni enseñar ni aprender esos valores esenciales –muchas casas no tienen para comer saludablemente o comprar bolígrafos y una libreta, pero sí para tener un móvil mejor que el de la maestra-.

Quiero niños felices, creativos, curiosos, imaginativos, críticos, libres para expresar lo que sienten, lo que quieren, lo que piensan.

Pues esta maestra, que ahora es también directora de un colegio de compensatoria, no quiere y no cree en el alumnado robot ni en el profesorado autómata. No, no quiero niños que sean los mejores en todo. Quiero niños felices, creativos, curiosos, imaginativos, críticos, libres para expresar lo que sienten, lo que quieren, lo que piensan. No me gustan los pequeños “copistas” que repiten como clones lo que pone en los libros de texto o lo que es “correcto” decir en su nivel y su tiempo.

Esta tarde, primer sábado de una histórica y extraña primavera, siento la firme convicción de que la labor del buen maestro no se puede clonar, ni sustituir por máquinas. Tampoco me parece acertada la iniciativa del “magisterio televisado”. Quizás sin darnos cuenta –o sí- se está mandando el mensaje de que la labor del maestro se puede hacer desde el televisor y, cuán errónea y dañina es, porque esa labor es completamente insustituible. Duele aún más cuando esas iniciativas son publicitadas y aplaudidas desde dentro del propio cuerpo. Cuando todo pase y termine – porque ahora lo más importante es la vida – tendremos mucho sobre lo que reflexionar.

A todos los que se dedican a hacer “politiquilla” y escriben en foros o exhiben y publican a bombo y platillo la de plataformas usadas, la de enlaces, páginas de libro, cuadernillos y fichas enviadas a las familias o a Inspección para justificar que el profesorado estamos trabajando, pues a todos ellos, les pido que descansen, que lean poesía, que vean documentales, que escuchen música, que cocinen, que limpien, que cierren los ojos y piensen un momento lo efímero que es todo. Tengamos todos la valentía de mirar hacia dentro y agradezcamos la encomiable labor que hace el profesorado día a día y no en este momento en el que lo importante, créanme, es seguir estando, porque queda mucha vida por delante para adquirir esos aprendizajes académicos, en cambio, para los “otros aprendizajes” este es un gran momento.

Al profesorado le diría que es el momento de ayudar y alentar a las familias para que aprovechen esta situación excepcional de reclusión en casa para reencontrarse con ese niño interior que todos llevamos dentro; es el momento para que nos sientan cerca sin llenarlos de agobio ni cargarles la responsabilidad de hacer nuestro trabajo, pues ni es su cometido ni están formados ni obligados a hacerlo. La familia no puede reemplazar nunca la labor profesional del maestro. Hagamos más “fácil” el camino, estemos cerca desde la profesionalidad, pero sobre todo desde la humanidad, con la conciencia de que hemos de intentar mitigar la brecha que este maldito virus está marcando, dejando en evidencia de una manera cruel las desigualdades. Esta mañana leía una entrevista a Judith Butler, filósofa y teórica feminista estadounidense, donde reflexionaba acerca de la pandemia del COVID-19 en los Estados Unidos, y su relación con el capitalismo y la desigualdad social y económica. Uno de sus pensamientos era: «El virus por sí mismo no discrimina, pero nosotros humanos seguramente lo haremos, formados y animados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia, y el capitalismo».

No queramos afrontar los nocivos y estúpidos comentarios de “los maestros están de vacaciones”, colapsando a las familias (sólo a algunas familias, las que tienen voz, porque a las “sin voz” no llegará) con infinidad de tareas y plataformas. Trascendamos de eso, estemos a la altura, demos la talla… Creo que en el magisterio nos está quedando manifiestamente claro que este virus no sólo ataca a la salud. Por eso tengo tantas preguntas:

¿Qué sentido tienen ahora las matemáticas, lengua, naturales, sociales…, asignaturas estancas, contenidos desconectados de la realidad en la que nos vemos inmersos, que además se repiten curso tras curso? ¿Tan imprescindibles son en este momento de preocupación y miedo que estamos atravesando?

¿Tiene sentido alguno o validez alguna la evaluación de la presentación de los deberes del alumnado, los propios deberes, someter a alumnado y familias a la presión de enviarlos por medios de los que carecen, que desconocen y no saben usar, en la mayoría de los casos, mientras vemos lo que se está viviendo en las casas y hospitales?

¿Pasaría algo grave si el alumnado dejara de estudiar el currículum oficial por quince, veinte, treinta…días y, en sustitución aprendieran sobre lo que está pasándonos y lo vivieran como una oportunidad para crecer como personas, para recuperar muchos de esos valores que se reciben en familia y que hemos perdido?

También debería valer para que nuestro sistema educativo se volviera acorde a los tiempos, actualizando de una vez por todas sus contenidos y su metodología

Tal vez, al igual que esta crisis por culpa del COVID-19 está sirviendo para cambiar conciencias y buscar soluciones creativas en tantos sectores, también debería valer para que nuestro sistema educativo se volviera acorde a los tiempos, actualizando de una vez por todas sus contenidos y su metodología, y priorizando su verdadero sentido: formar de una manera integral, responsable y honesta a las generaciones de ciudadanos que nos sucederán.

Como maestra y, ahora cada mañana como directora, siento que la vida nos pone delante aprender a mirarnos y a gestionar todo lo que se nos está removiendo por dentro, pero tengo la sensación de que nosotros parecemos empeñarnos en tener que seguir «impartiendo» el programa, ahora en modo virtual y televisivo. Y me siento muy triste, porque deberíamos estar aprendiendo todos: profesorado, direcciones de los centros, inspección, políticos de lo educativo, familias… que nuestro trabajo, el del maestro, es preparar al alumnado para emprender en un futuro donde las profesiones serán muy distintas a lo que conocemos. Y en vez de pedirles memorizar contenidos que olvidan tras el examen, hacerles conscientes, hoy más que nunca, de que al planeta en que el vivimos y a sus habitantes hemos de cuidarlos entre todos.

En medio de esta gran crisis, me propugno maestra–directora defensora de las metodologías activas y del aprendizaje significativo, del valor de las experiencias cotidianas y de la didáctica de la proximidad y la humanidad que parte de los intereses y circunstancias del alumnado.

Quisiera recordar este parón el día de mañana como una oportunidad de volver a lo cercano, a lo fundamental, a lo básico de las relaciones familiares y sociales

No quiero ser portadora del virus de las metodologías clonadoras y reproductivas. No quiero ni me gustaría que mi claustro actuara como máquinas dispensadoras de fichas o como robots, pues el profesorado, la labor del buen maestro, no se puede clonar ni sustituir por máquinas, por mucho que haya quien se empeñe en hacerlo.

Quisiera recordar este parón el día de mañana como una oportunidad de volver a lo cercano, a lo fundamental, a lo básico de las relaciones familiares y sociales. Sé que dependiendo de lo que hayamos hecho, sentiremos que hemos perdido o ganado tiempo. Es tiempo de elegir, hemos de ser valientes estos momentos de gran vulnerabilidad. Yo elijo ser palabras de luz, que sé que no salvan, pero ayudan en estos días tan oscuros en los que vamos a necesitar luz y color.

Ugíjar, 22 de marzo de 2020
Isabel Martínez Peral
Maestra y Directora del CPR Sánchez Velayos

Redacción

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Comentarios

Una respuesta a «Isabel Martínez Peral: «Pensamientos de una maestra-directora confinada»»

  1. Juan del medio de mecinilla

    Apreciada maestra-directora,

    Muy bonitas son sus palabras, llenas de entusiasmo y pasión por la educación…

    Pero yo me pregunto, todo es muy bonito, pero cómo dice que forma a sus alumnos, si el sistema pide que sean buenos profesionales en sus labores? Cómo dice que forma a sus alumnos, si usted le dice a su claustro que no da ninguna materia y ni da clases?

    Sinceramente, hay que dejar de mirarse en el ombligo y actuar de verdad, para todos y pensando en todos, no en mi publicidad para llegar a no sé dónde y ser la “maestra-directora” como usted dice que es.

    Por su forma de escribir, diría que le gusta mandar a los demás y usted llevarse el mérito, porque se cree que ha inventado algo, que aparece en muchísimos libros y que la gran mayoría de centros no puede hacer en el día a día, aunque sí en actividades concretas, o acaso usted lo hace en su centro de 9 a 14 día tras día, porque yo y muchos como yo no se lo creen, y llevamos en educación el mismo tiempo o más que usted en ella.

    La fantasía no llena, lo que llena es la eficacia del aprendizaje, y el todo vale, no vale.

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