Siempre he dudado de las mentiras piadosas –y, si cabe, aún más de las medias verdades–, incluso de las expresadas con la mejor intención, pues, invariablemente y por encima de vientos y mareas, como dice Emilio José, autor de la canción, “Lo que se calla, se llora”.
Desgraciadamente, no lo dudéis, esta “técnica del silencio interesado”, utilizada por varios de los más grandes iconos de la maldad, en algunos casos, vuelve a ser aplicada a la hora de explicarnos lo que está pasando y lo que ha de venir.
En octubre del año pasado, recordaba que la cabeza de la Iglesia Católica en Granada, en una de sus homilías –sorpresivamente para algunos–, permutó repetidas veces el término Caridad por el de Amor, algo que, entonces y ahora, me permitió y me permite traer a colación un viejo escrito interdisciplinar de juventud: “(…) hay que solidarizarse diaria y activamente con las necesidades de los demás, compartiendo, día a día, las consecuencias que ello pueda acarrearnos”.
Y esta solidaridad a la que me refiero no es sólo de “acción” –¡que lo es!–, sino que la exactitud en la exposición de la realidad –sin falacias interesadas– forma parte inalienable de un todo al que, en ningún caso, debemos renunciar.
Fijaros que hoy, me había propuesto reflexionar sobre la Semana Mayor y algunas de las contradicciones que vengo detectando alrededor de la suspensión de las estaciones de penitencia (¿es ahora el momento de plantear nuevas fechas?; ¿de magnas congregaciones?…), pero como, al menos yo, quiero –exijo– ser miembro activo de una sociedad comprometida e inmersa en un territorio que abarca todo el mundo conocido –para alcanzar lo que, ahora más que nunca, considero que es posible y deseable: la unidad para el desarrollo igualitario–, he preferido hablaros de Fraternidad, de Amor fraterno, que por algo es Jueves Santo.