Antonio Luis Gallardo Medina: «Aquellos maravillosos años 60»

Me he puesto a recordar cómo hace unos años en la Universidad para Mayores hicimos un Curso de Nutrición y he rememorado los años vividos en mi niñez y adolescencia. Los que nacimos en la década de los 50, ¡Somos más fuertes!

 

Primeramente, hemos sobrevivido al parto de nuestras madres, que se realizaba en casa con la ayuda de la comadrona o de la abuela; nuestras madres comían y bebían de vez en cuando vino moderadamente durante el embarazo, tomaban aspirinas, comían salsa vinagreta y no comprobaban su grado de diabetes o colesterol. De hecho, la mayor parte de nuestras madres, o viven, o han muerto con más de 85 años, no es mi caso, pues tuve la mala suerte de perderla muy pronto.

En aquellos tiempos, no teníamos cerraduras en las puertas, para aquellos afortunados que tuvieron bicicleta, no usaban ni gorras ni cascos de protección. A los bebés y a los niños nos metían en coches sin aire acondicionado, sin cinturones de seguridad, sin silla para bebes y sin air-bag. Bebíamos el agua directamente de la fuente y después el agua corriente, quien la tenía, venía a casa por tuberías de plomo. Comíamos galletas, pan duro, auténtica mantequilla, manteca de cerdo, tocino. Tonábamos en la merienda chocolate con azúcar y no estábamos obesos, ¿por qué?

Estábamos siempre en movimiento, jugábamos al aire libre, salíamos de casa por la mañana para jugar todo el día en plena calle

Porque estábamos siempre en movimiento, jugábamos al aire libre, salíamos de casa por la mañana para jugar todo el día en plena calle. Dedicábamos horas a construir nuestros patinetes de ruedas con los cojinetes que me traía mi tío Modesto de la fábrica y me tiraba por la calle Cristo hasta parar en el balate de las pilas, justo en el taller de bicicletas de Calderay o en la puerta de la tienda de Purica.

No teníamos PlayStation, Nintendo, X-box, i-Pad. No había videojuegos, ni 150 canales de TV, ni películas de vídeo o DVD, ni sonido estéreo OC, no teníamos móvil, ordenador o internet. Teníamos amigos para salir al campo o la calle. Subíamos a los árboles para robar fruta, nos cortábamos, nos rompíamos huesos, dientes y no había grandes estropicios. Íbamos a la escuela en pantalón corto en todo tiempo. Chupábamos en la campaña todo el día caña de azúcar y nos bañábamos una vez a la semana en barreños de zinc con un jarrillo.

Tanto en la escuela como en casa hemos aprendido a convivir respetándonos, incluso si las peleas terminaban en sangre nunca aparecía el municipal. Estos 65 años vividos han sido una explosión de innovación y nuevas ideas. Tuvimos libertad y miedo al fracaso. Pero eso sí, siempre soñábamos con un mundo mejor; qué bella era la vida entonces, alegre, a veces algo ruda, pero ¡qué felices éramos!

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