En estos días del coronavirus, con todo el país confinado, algunos de nuestros políticos han resucitado los Pactos de la Moncloa, uno de esos hechos de la Transición convertido casi en leyenda.
Quizás por ello he decidido nuevamente recurrir a “mi archivo” y ponerme a escribir sobre estas viñetas que tenía desde que en el 2014 preparé para el instituto una lección inaugural que llamé Otra visión de la Historia. España en el humor gráfico y en las ilustraciones de la prensa internacional del siglo XX. En aquella ocasión decidí finalizar el tema con una anterior a la muerte de Franco en unos meses y que ironizaba sobre la capacidad de su sucesor para dar continuidad al régimen. Algunos de mis alumnos de Historia de España han leído en estos días esa lección, de la que también se ha hecho eco IDEAL EN CLASE.
Por eso, para empezar este artículo me remonto a una caricatura de 1974, obra del dibujante británico Nicholas Garland, como todas las demás que vamos a ver, y publicada en el diario londinense Daily Telegraph (también como las restantes). A estas dos se añade una tercera coincidencia: se trata siempre de escenas taurinas con un fondo claro de burla política. Indudablemente, en aquellos años nuestra “fiesta nacional” nos identificaba mucho más que hoy ante cualquier extranjero. España era, fuera, un país de copla y pandereta, de toreros y folclóricas. Todavía años dorados de Paquirri y Lola Flores.
En ella un torero se acerca al toro en una abarrotada plaza. Pero anciano, barbudo como un profeta y cubierto con la montera, no lleva capote ni estoque, sino un candil de luz y una guadaña: es la muerte, mientras que el toro, antropomorfo, es Franco, representado igual de viejo y nada brioso.
Realmente, en ese momento el dictador tiene ya casi 82 años, una edad muy avanzada entonces, y acaba de salir de una grave enfermedad que lo ha tenido alejado de sus funciones desde el mes de julio hasta solo tres días antes de esta publicación. En ese tiempo, ha sido el príncipe Juan Carlos quien ha asumido interinamente la posición de Jefe del Estado. Aunque el “Caudillo” parece haberse recuperado y retoma las tareas, su vejez es un hecho incuestionable y solo un año después caerá nuevamente enfermo para ya no mejorar. Por tanto, la cercanía de su muerte, que es a lo que se refiere la imagen, era un tema no oculto; al menos, fuera de nuestro país.
Casi tres años después el Telegraph publica la siguiente viñeta, que muestra a don Juan Carlos, tras la barrera, recibiendo el saludo de un torero. Ese día se celebran en España las primeras elecciones generales desde las de febrero de 1936, que antecedieron unos meses a la guerra. Es decir, han pasado más de 41 años sin un sufragio democrático en el país, por lo que para la gran mayoría de la población se trata de una experiencia totalmente nueva; de ahí la ilusión que despierta. Además, son muchas más las cosas que están cambiando: don Juan Carlos ya es rey, como quiso Franco, pero el país ha iniciado un periodo de reforma política que será conocido como la Transición. Ni los férreos defensores del franquismo están logrando el mantenimiento del régimen ni la oposición democrática su anhelo de ruptura con todo lo heredado de la dictadura, sino que lo que se está llevando a cabo es una especie de “ruptura pactada” en aras de la democratización pacífica del país.
Al comenzar el reinado nada parece diferente. El monarca mantiene como presidente del Gobierno a un franquista de toda la vida como era Carlos Arias Navarro; pero la calle empieza a movilizarse exigentemente y solo unos meses después, en julio de 1976, lo sustituye por Adolfo Suárez, un político joven y poco conocido, procedente también del régimen, que emprende inmediatamente una serie de medidas de democratización: lo urgente, una amnistía… pero, lo más trascendental, la Ley para la Reforma Política, que persigue acabar con el franquismo desde el franquismo, es decir, “de la ley a la ley”.
Se trataba de poder celebrar unas elecciones democráticas, con sufragio universal, libre, secreto y directo, por lo que resultaba imprescindible legalizar los partidos políticos, todavía en la clandestinidad. En los primeros meses de 1977 se procede a ello e, incluso, el Sábado Santo de ese año, es legalizado el Partido Comunista de España, la principal fuerza de oposición durante toda la dictadura y verdadera “bestia negra” para sus nostálgicos. Paralelamente surgen nuevas formaciones políticas, que aglutinan a las élites procedentes del régimen, como son Alianza Popular y Unión de Centro Democrático, creada esta última por Suárez y los miembros de su gobierno para poder concurrir a las elecciones.
Además, las libertades que se están logrando van a permitir la aparición de una prensa independiente y crítica, con nuevos periódicos y revistas como El País, Cambio 16 o Interviú, y un rejuvenecido humor gráfico, politizado y mordaz, creado por dibujantes excepcionales que todavía se las veían con la censura ocasionalmente, como Forges, Mingote, Chumi Chumez, Peridis, Gallego y Rey, Martínmorales,… Realmente sus obras igualan en calidad y superan en acidez a las que en esos momentos se publican sobre España en los medios extranjeros.
Sin duda por todo esto, logrado en tan poco tiempo, es por lo que el torero de la imagen lleva un capote con la palabra “DEMOCRACY”. Podría pensarse, incluso, que es Adolfo Suárez, aunque nada lo identifica en este sentido. Más evidente es que el toro embiste bravamente, lo que podemos interpretar como una referencia a lo que amenaza a la democracia, ya que en esos momentos eran numerosos los problemas y riesgos que se tenían que sortear, como una profunda crisis económica, el terrorismo y la resistencia de los muchos franquistas que atestaban en esos momentos las estructuras del Estado y del Ejército. Sin ir más lejos, en enero de ese año había tenido lugar el dramático atentado en el despacho de unos abogados laboralistas en la popular calle Atocha de Madrid, con cinco muertos y cuatro heridos. Fue el peor de la extrema derecha: los asesinos estaban vinculados a Falange y al sindicato vertical del transporte de la capital. Pero no fue el único de 1977: también ETA asesinó a ocho personas y diversos grupos a tres más. En esta situación fue en la que se firmaron los acuerdos conocidos como Pactos de la Moncloa.
Han pasado casi dos años y ya está vigente la Constitución de 1978 cuando encontramos la tercera viñeta “taurina” de Garland, de mayo del 79. Un gran toro que lleva escrita la palabra “TERRORISM” embiste a un torero, pequeño y casi en el suelo, en cuya chaquetilla pone “SPANISH DEMOCRACY”. Su significado es claro: la enorme amenaza que el terrorismo supone para la endeble democracia española.
Y era totalmente cierto: solo en 1979 fueron asesinadas 123 personas; y mayo fue el mes más dramático, con 24 víctimas (El País, 2 de enero de 1980). La mayoría murieron a manos de ETA, la más sangrienta organización criminal de aquellos momentos, pero no todos: distintos grupos de extrema derecha y de extrema izquierda se sumaron al baño de sangre. Y la sangre fue sobre todo de militares, guardias civiles y policías, es decir, de miembros de las Fuerzas Armadas y de los cuerpos de seguridad, en donde, por otro lado, la existencia de nostálgicos del franquismo era mayor que en otros colectivos profesionales. Cada vez que alguien caía asesinado no solo el país sufría, sino que también aumentaba la indignación entre sus compañeros, escépticos con el régimen democrático que se estaba construyendo porque, a su entender, se mostraba muy débil con los asesinos. Para muchos, los culpables no eran sólo los que disparaban, sino también los que no actuaban contundentemente contra ellos aplicando rápidas penas de muerte, como en los “buenos tiempos”. Pero ahora la Constitución lo impedía. Y en 1980 hubo 395 atentados, de los cuales 132 fueron mortales, lo que lo convierte en el año negro del terrorismo en España. Solo en el 2004 el número de víctimas fallecidas fue mayor, por los atentados brutales del 11M.
(https://cadenaser.com/emisora/2020/01/02/radio_bilbao/1577991438_607261.html)
Por último, el 13 de marzo de 1986, el Daily Telegraph publica la cuarta viñeta de este artículo, en la que un banderillero corriendo está a punto de hacer su faena a un enorme y sorprendido toro en cuyo lomo va escrita la palabra “NATO”. Lleva en su boca una rosa, como para obsequiar a quien está agrediéndolo. Todo es presenciado por un público de tres personas, dos juntas a un lado, que son Ronald Reagan y Margaret Tatcher, mientras que la tercera, solitaria, es Mijaíl Gorbachov; es decir, los lideres del momento de Estados Unidos, el Reino Unido y la URSS, respectivamente. Por todo ello, el banderillero, aunque no está caracterizado físicamente, a diferencia de los demás, podría ser Felipe González, líder del PSOE y presidente del Gobierno de España desde 1982. La rosa es una clara alusión al símbolo de ese partido.
Han pasado casi siete años desde la anterior viñeta y aunque siguen algunos de los viejos problemas, como el terrorismo, han cambiado varias cosas. No solo que ahora gobierna un partido de izquierdas clandestino durante todo el franquismo, sino que, incluso, desde el 1 de enero España es miembro de la Comunidad Económica Europea, transformada después en la actual Unión Europea. Esa incorporación ha colmado una aspiración de nuestro país que venía incluso de los años del dictador y que el gobierno socialista consigue después de una larga y difícil negociación dirigida por el ministro de Exteriores, Fernando Morán, recientemente fallecido.
Pero España estaba también en la Organización del Tratado del Atlantico Norte, la OTAN (o NATO), una alianza militar creada durante los inicios de la Guerra Fría. Nuestra entrada en ella había sido reciente, decidida por el anterior gobierno (el de Leopoldo Calvo Sotelo, sucesor de Suárez y, como él, de la UCD) y con una clara oposición de los partidos de izquierda, nada atlantistas. El PSOE, concretamente, había solicitado que la entrada fuera aprobada mediante un referéndum y, al no lograrlo, en la campaña electoral de ese año prometió que, si llegaba al poder, lo convocaría para decidir sobre permanecer o no en la alianza.
Felipe González tardó todo lo posible en convocar el referéndum. Finalmente se celebró el 12 de marzo de 1986, un día antes de la publicación de la viñeta, aunque el PSOE había cambiado su postura: ahora defendía continuar en la OTAN, decepcionando a una parte de su electorado, que seguía queriendo a España fuera de ella. El desafío para el gobierno fue, por tanto, considerable. Y el argumento que empleó a favor de la permanencia fue la contradicción que supondría salir de la OTAN cuando se había conseguido entrar en la CEE. Pero está claro que logró convencer, porque el resultado de la consulta fue favorable a su postura y en las elecciones generales de ese año el PSOE volvió a ganar con mayoría absoluta, aunque más exigua.
El cantautor Javier Krahe “reflexionó” sobre toda esta situación en su canción Cuervo ingenuo, interpretada con Joaquín Sabina, por lo que termino este artículo con parte de su letra:
Tú decir que si te votan
Tú sacarnos de la O.T.A.N.,
Tú convencer mucha gente,
Tú ganar gran elección,
Ahora tú mandar nación,
Ahora tú ser presidente.
Hoy decir que esa alianza
Ser de toda confianza
Incluso muy conveniente,
Lo que antes ser muy mal
Permanecer todo igual
Y hoy resultar excelente.
Hombre blanco hablar con lengua de serpiente
Hombre blanco hablar con lengua de serpiente
Cuervo ingenuo no fumar
La pipa de la paz con tú,
¡Por Manitú!
¡Por Manitú!
(…)
https://www.youtube.com/watch?v=Fpo-vAE5Owc
Daniel Morales Escobar,
Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)