«Cuando la escuela física con suerte regrese, además de diagnosticar el estado y desigualdad de los aprendizajes imprescindibles, se deben valorar otros aprendizajes profundos, y potenciar el capital social de las familias».
Cuando se vuelva a las aulas, no debería ser simplemente recuperar, sin grandes cambios, dónde nos quedamos en los respectivos temarios antes de cerrar los centros. Cuando las escuelas abran definitivamente sus puertas, debería aprovecharse para replantear lo que, para los alumnos y para el profesorado, han aprendido sobre otros modos de hacer escuela. Muchas familias no tienen los dispositivos necesarios ni, lo que es más importante, las habilidades y el nivel cultural para acompañar a los niños y niñas en un aprendizaje mucho más autónomo. Pero sí ha sido una oportunidad, para un aprendizaje “profundo”, para la vida.
Con todo el esfuerzo heroico que ha supuesto para todos, en primer lugar, para los docentes, el trabajo en casa no puede ser replicar lo que se debiera haber hecho (y no se ha podido hacer) en la escuela. Como comentaba -con razón- una profesora de Lengua: “no puedo poner análisis morfosintácticos”, sino aprender a gozar de la lectura de una obra y su comprensión. No se puede plantear querer hacer un paréntesis para, al volver, retomarlo a dónde lo habíamos dejado antes, controlando lo que se ha hecho mientras tanto. Menos aún, más de lo mismo, alargando el curso hasta agosto. La educación, en particular en la educación obligatoria, no se reduce a temarios y aprobar unas asignaturas.
Han proliferado miles de sugerencias y propuestas sobre qué hacer, y qué no hacer, en la enseñanza y la educación a distancia, confinados en el hogar. Desde luego, como se pretende, es preciso garantizar la continuidad del aprendizaje para niños y jóvenes a través del aprendizaje a distancia. En la mayoría de los casos, los esfuerzos involucran el uso de varias plataformas digitales con contenido educativo. Pero la cuestión no puede ser replicar lo que se hace en el aula o distribuir ordenadores o “Tablet” a familias que no saben emplearlas (capital cultural) o no tiene banda ancha en su casa (contextos vulnerables). La brecha digital evidencia, al tiempo, la desigualdad en el aprendizaje. Como declaraba en la prensa la subdirectora de la Unesco (Stefania Giannini): «el mayor riesgo de cerrar los colegios es que aumente la desigualdad». En efecto, como señalan dos colegas (J.M. Moreno y L. Gortazar), en un buen análisis desde una perspectiva global, las soluciones tecnológicas parecen ser la mejor manera de minimizar la pérdida de aprendizajes, pero también corren el riesgo de ampliar aún más las brechas de equidad en la educación. Por esto, concluyen, en estas condiciones, el aprendizaje digital tiene el potencial de evitar la ausencia del aprendizaje con el cierre de las escuelas; también, paradójicamente, pueden exacerbar las desigualdades en educación.
Como informaba un reportaje en BBC News (8 de abril) es imposible, a nivel nacional, que la casa sustituya a la escuela. El cierre de las escuelas generaba una segunda epidemia: niños que regresan al hogar cargados con paquetes de tareas o, en algunos casos, horarios completos en línea y los padres intentando hacer de maestros de matemáticas, inglés y ciencias. Pero aquí se evidencia cómo en estos casos, sólo salen beneficiados los grupos sociales y familias que cuentan con un capital cultural, de clase media, que posibilita que el homeschooling -mal que bien- funcione. En otros, familias desestructuradas, en paro, con varios hermanos, sin wifi y cuya única mesa para hacer las tareas es la que hay en una cocina estrecha, ahora escasa de comida. Para estos grupos sociales, el papel de la escuela es clave, hasta para comer. Por eso, me asombra que pedagogos “expertos” en recursos tecnológicos, sean ciegos a estas desigualdades, consistiendo el problema actual en que tengan medios digitales y formación para el profesorado para emplearlos.
La brecha digital no es solo de profesores o de familias, es resultado de la desigualdad y vulnerabilidad social, acrecentada con los efectos de pérdida de empleo para esas familias. El acceso y el uso autónomo y eficiente de estas tecnologías y recursos es desigual según los contextos familiares, ante los que no podemos ser ciegos. Por lo demás, algo ya sabido, al menos desde que (1964) Bourdieu y Passeron escribieron Les héretiers (traducida aquí, en plena dictadura, con el título más anodino de “Los estudiantes y la cultura”). Lo que sabemos después, no es sólo que la escuela reproduce las desigualdades sociales, es que -además- la escuela puede tener unos efectos positivos en aquellos grupos más vulnerables. Sin escuela (o con esta cerrada) sólo quedamos al arbitrio de las condiciones sociales, dejando de ejercer ese papel transformador. El cierre de las escuelas incrementa las desigualdades educativas del alumnado de entornos desfavorecidos, al dejarlas al arbitrio de entornos comunitarios y familiares con capitales sociales y culturales escasos.
Ante esta emergencia educativa es preciso sacar lecciones de lo que las escuelas deberían hacer, que no coincide con lo que solían hacer, todo ello sin minimizar las consecuencias a medio y largo plazo. La vuelta no puede ser más de lo mismo: revisar como han aprendido lo que se les ha mandado
En esa medida, por bienintencionado que esté, en una escuela que quiera ejercer un papel compensador no puede centrarse en enviar hojas de tareas a los alumnos o familias y evaluar, a la vuelta, según su grado positivo de realización. El asunto no es que quedaban 5 o 7 temas para acabar el temario. Más relevantes son las consecuencias que la realización de tareas escolares tendrán en la equidad y la cohesión social del sistema educativo. Ante esta emergencia educativa es preciso sacar lecciones de lo que las escuelas deberían hacer, que no coincide con lo que solían hacer, todo ello sin minimizar las consecuencias a medio y largo plazo. La vuelta no puede ser más de lo mismo: revisar como han aprendido lo que se les ha mandado.
En fin, buenos analistas de la educación (Andy Hargreaves, Joel Westheimer o Michael Fullan), coinciden en que este cierre de la escuela no debiera ser cómo recuperar lo que se han retrasado o cómo se pondrán al día. Más bien, se debiera incidir en esos otros aprendizajes “profundos” para la vida que, en unión con las familias y la comunidad, la escuela ha dejado de lado. La crisis del Covid-19 puede ser, entonces, una oportunidad para estos otros aprendizajes que la cultura escolar heredada ha imposibilitado. Cuando la escuela física (con suerte) regrese, además de diagnosticar el estado (y desigualdad) de los aprendizajes imprescindibles, se deben valorar esos otros aprendizajes profundos, y potenciar el capital social de las familias, al tiempo que reconstruir la comunidad perdida a través de este largo período de aislamiento social. Será el momento de incrementar las redes de aprendizaje con el medio comunitario, con otras escuelas y agentes educativos. En fin, saldremos de ésta, pero en un mundo diferente, también para la escuela. En lugar de más de lo mismo, debemos reimaginar cual es el papel de la escuela y de educación en estos tiempos inciertos.
Publicado en “Escuela”, núm. 4249 (16 abril 2020)
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Catedrático de Didáctica y Organización Escolar Universidad de Granada |