El pueblo está muriendo, ya apenas quedan habitantes en este inusual y remoto pueblo de paredes blancas contrastadas con rojos pimientos colgando, ubicado entre olivos y almendros en la Sierra de la Alpujarra.
Es una realidad, su vecino Júbar ya ha experimentado las consecuencias de esta despoblación donde las noches oscuras y lluviosas de invierno están marcadas por la soledad de sus calles.
Mairena, es una pequeña comunidad de vecinos que continúan, aun en pleno siglo XXI con las tradiciones de sus antecesores, que subsisten principalmente de la tierra, cuyas vidas no han sido fáciles y muchos de ellos jamás han aprendido a leer o escribir.
Como Carmen, que desde pequeña tuvo que trabajar para sacar adelante a su familia y ha experimentado épocas de hambruna, posguerra y desolación. Ella, con sabias palabras me recuerda “tú no sabes lo que es el hambre” y es cierto, gracias a aquella generación que tanto luchó a la que no rendimos suficiente tributo.
Todavía recuerdo con cariño las tardes en mi puerta donde se juntaban las ancianas mientras se ponían al día de todo lo que había acontecido y tejían, el trasiego y el pasar incesante de los burros por la calle o de los cencerros de las vacas y ovejas que volvían tras pasar una larga temporada en la sierra.
Pero con el pasar de los años esta población envejecida va falleciendo y con ellos la esencia de la comunidad y sus tradiciones. La gente joven se ve forzada a abandonar su pueblo en busca de trabajo. Sin embargo, muchos volvemos en las fiestas patronales para no dejar en el olvido nuestras raíces.
¿Cuál será el futuro de estos pueblos? ¿Dejaremos desaparecer lo que se ha construido con tanto esfuerzo a lo largo de cientos de años? Sin duda, todavía hay esperanza…
Texto y fotos:
Aurelia Fernández Cobo