“Nunca es triste la verdad,
lo que no tiene es remedio”.
(Sinceramente tuyo. Joan Manuel Serrat)
Puede que alguno de ustedes haya visto estos días una viñeta, firmada por el humorista gráfico argentino Daniel Paz, en la que se ve a dos personajes situados delante de la pantalla de un portátil:
–No, papá… Esa es una noticia falsa, –dice una chica joven, advirtiendo a quien está sentado delante del ordenador–.
–Pero, ¿cómo va a ser falsa, si dice justo lo que yo pienso? –le contesta el padre, con gestos ostensibles de contrariedad–.
Esa imagen gráfica recoge con gran acierto, en mi opinión, el poderoso éxito que tienen hoy día las fake news o noticias falsas. Su poder reside en que van dirigidas directamente a nuestras emociones primarias, a nuestros sentimientos más básicos; van destinadas, por tanto, a dejarnos completamente inermes y sin posibilidad alguna de razonamiento, análisis y contraste previo de los hechos. Un proceso de confusión emocional y polarización que nos conduce a prestar atención y creer solo aquello que reconforta nuestra opinión. De este modo, lo que cuentan los míos será verdad y lo que dicen los otros falso. Y, en todo caso, siempre quedará la posibilidad de atribuirle al contrario unas maniobras de distracción o algún ERE que echarse a la boca.
Es cierto que los rumores y las noticias falsas han existido desde siempre, pero, también lo es que, en su contraste objetivo con la realidad eran fácilmente identificables. Lógicamente, esa verdad o falsedad se podía discernir dentro de un amplio acuerdo moral o de convención social. En la actualidad la barrera entre unas y otras se ha vuelto más difusa y los bulos, de repente, ya no pertenecen a la categoría de las mentiras, con lo cual el concepto de verdad desaparece. Así surge la “posverdad” que, en palabras del profesor y filósofo, Joan García del Muro, son “una forma de apelar a las emociones y a las propias creencias para convencernos de una determinada verdad, aunque los hechos objetivos la desmientan” (1). Ahora, en un contexto globalizado y con la enorme dimensión que ofrecen las redes sociales, se puede transformar en verdad todo aquello que interese que lo sea. Es una nueva invención de la realidad. Una estrategia de manipulación que podemos apreciar claramente como es utilizada por quienes tienen el poder (social, económico y político). “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, que diría el ministro nazi de propaganda, Joseph Goebbels.
En nuestra sociedad, huyendo de la verdad absoluta de la que se aprovecharon hasta la saciedad los totalitarismos del siglo pasado (fascismos, comunismos y nazismos) se nos ha instalado, de golpe, en un concepto de verdad desligada de los hechos reales y de su contexto. Una verdad que, parece ser, solo requiere ser creada y vendida convenientemente en el mercado de las ideas –con muchos mercaderes desocupados y con grandes medios–. Un mensaje dirigido siempre a lo que interesa que sea verdad; a reforzar determinadas posiciones y creencias. Ya no es preciso contrastar argumentos. Solo aderezarla convenientemente con todo aquello que determinado grupo acepta, valora y lee –o comparte–. Aquello, en suma, que refuerza y confirma sus propias ideas y prejuicios.
Es cierto que no es algo novedoso, pues, ya en el siglo IV a. C., Aristóteles advertía que “si de lo que se trata es de convencer, son mucho más efectivos aquellos argumentos que no van dirigidos a la logos (razón), sino a las pasiones, a las «pathos»” (2). Y, “por ello los denominó «argumentos patéticos»”. Si bien, pese a su extraordinaria eficacia, el propio filósofo los desaconsejaba desde un punto de vista ético. Objeciones morales y éticas que, como podemos ver, ya son cosa del pasado. Así, vemos como se reiteran y difunden mensajes por las redes sociales –casi siempre bajo la formula de respuestas simples a problemas complejos– que buscan sacar rédito político (o económico) de cualquier situación. Mensajes, en su mayor parte cargados de ideología reaccionaria que –muchas veces generados por ejércitos de robots– son reproducidos por quienes, ajenos a tales artimañas e indiferentes al engaño, se niegan a cuestionar su (mal)uso. El supuesto carácter anónimo y la sobreexposición a informaciones tendenciosas culminarán el actual desaguisado.
Todos podemos comprobar como hoy día se difunden bulos y medias verdades –es decir mentiras– que en el terreno ideológico propagan agresividad, crispación, división y desprecio absoluto del adversario político. Bulos mezquinos y siniestros en los que proliferan la intoxicación y las reacciones viscerales, los improperios y los ataques personales –vean sino los dirigidos al director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón– que generan alarmismo, manipulan a sabiendas y atentan contra las esencias mismas de la democracia.
Estrategias políticas sobre la mentira y la posverdad de los que podríamos encontrar múltiples ejemplos en Trump, Bolsonaro o Johnson, pero que, centrándonos en España, nos puede venir bien el ejemplo más amable del PP, cuando, pese a sus consabidos recortes en educación, sanidad y servicios sociales, y a pesar de sus restrictivas reformas laborales, se atribuía, sin ningún tipo de empacho, ser “el partido de los trabajadores” o, más recientemente la famosa martingala de “la España que madruga” –enarbolado también por la extrema derecha–, cuando en realidad defienden los intereses de las élites económicas más favorecidas y privilegiadas del país.
Son estos unos tiempos en los que nuestros responsables políticos, para afrontar la difícil realidad a la que esta crisis nos ha abocado, deberían dar ejemplo de educación y civismo. Con menos ira, confrontación y dosis de indecencia. Y, al contrario, centrarse en buscar más equilibrio, mesura y empatía para posibilitar el acuerdo –dentro de las legítimas discrepancias, como vemos en otros países de nuestro entorno–. Propiciando, de ese modo, un modelo de debate público que, de una vez por todas, nos lleve a aplicar mayores dosis de razón, de pensamiento crítico y de mejores sentimientos en la convivencia social de nuestro país. Ejemplos de los que tan necesitada está una ciudadanía responsable.
(1) GARCÍA DEL MURO, J.: Good bye, verdad. Una aproximación a la posverdad. Ed. Milenio Diario. Barcelona, 2019.
(2) Ibidem
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘