Hablar de –o sobre– algo no es lo mismo que sentirlo; que experimentarlo; que padecerlo. Tras leer esto, diréis que acabo de “descubrir la pólvora”, ¡y no os faltará razón!… Pero es que, al respecto, debo reconocer que estoy atravesando una de las sensaciones más angustiosas que he soportado desde hace mucho tiempo.
Ya no es sólo que la preocupación –ocupación– por el futuro propio y ajeno se haya instalado en mis pensamientos diarios, sino que la situación del “estado de convivencia” actual –altamente caldeada, desde mi punto de vista– ha copado casi todas mis reflexiones.
Sabéis que siempre, aunque con todas las dudas habidas y por haber, he navegado en la esperanza de la conversión humana, presumiendo de que la terrible experiencia por la que estamos pasando conllevaría un cambio radical en las actitudes sociales (laborales, vecinales, matrimoniales, etc.).
Lamentablemente, y de seguir en la senda que nos marcan los datos acumulados, parece que mis ensueños pueden quedarse en meros delirios alucinatorios.
¿Tendré que corregir mi crítica al término “nueva normalidad” y pasar a ser un acérrimo defensor de lo negativo que han querido impregnarnos con este concepto?
¿Tendré que arrepentirme de haber mantenido tesis contrarias a la aplicación del “descarte de las personas” –especialmente las mayores–?
¿Tendré que sospechar que mis fuentes educacionales, de las que yo siempre me enorgullecí, tenían sus aguas contaminadas?
¿Ha sido una pesadilla, llena de zozobras, todo lo vivido hasta ahora?
Pero ¡no lo dudéis!: todas estas indecisiones –cercanas a la perplejidad y recogidas de mis sentimientos y de lo que he recibido de algunos de vosotros– tienen una contestación: estamos aquí para “generar vida”, incluso más allá de cualquier desengaño.
Esta es la senda segura por la que os invito a caminar. La misma de siempre, aunque las señales instaladas en ella hayan sido redibujadas o alteradas con malsana intencionalidad.
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de
Ramón Burgos
Periodista