Es sábado, probablemente hace quince días, y no son todavía las 9 de la mañana cuando empiezo a escribir estas palabras. Llevo mucho rato dándole vueltas en la cama a cómo terminar con mis alumnos de Historia del Arte, este año que no hemos podido tener el acto de graduación habitual ni, más triste aún, la cena que tanto les gusta. Y es que querría, al menos, despedirme de ellos y desearles, viéndonos las caras, lo mejor. Porque, incluso en estos meses de enseñanza telemática, han estado ahí, recibiendo mis explicaciones por correo, realizando todos los trabajos que les he propuesto y “exigiéndome” seguir hasta el final, porque se estaban organizando muy bien entre ellos y querían conocer toda la asignatura añadiendo, además, una lección de Arte Egipcio, que no entra en el temario, pero en la que han mostrado mucho interés. ¡Así da gusto ser profesor!
La verdad es que esta asignatura habitualmente ha sido agradecida conmigo. Empecé a impartirla el primer año que di clase, allá por el 86, en Martos. Luego la he dado en todos los centros en los que he estado, de modo que, aunque no llevo la cuenta, han podido ser ya más de veinte veces. Aquel primer año era un bisoño: ni siquiera mi especialidad en la carrera había sido Historia del Arte y desconocía sitios tan cercanos, incluso, como Córdoba, por lo que, para explicar por primera vez su mezquita, cogí el coche que me prestó mi madre y, libro en mano, me fui a verla unos días antes. La explicación salió “cojonuda”, permítanme la expresión.
Desde entonces han cambiado muchas cosas: he viajado y, gracias a ello, he podido conocer in situ la gran mayoría de las obras que hoy enseño en clase. Ya ese primer año, al acabar, me fui a Italia, donde me “zambullí” en el Romano y en el Renacimiento y Barroco. Unos meses después a Egipto, recorriendo el Nilo desde Luxor hasta Abu Simbel. Luego han seguido muchos países de Europa, que me han permitido ver realmente los relieves del Partenón, las poderosas catedrales románicas de Alemania, así como las impresionantes, góticas, de Colonia, Estrasburgo y Palma de Mallorca. También El Escorial, Versalles, el castillo bávaro de Neuschwanstein, la cúpula del Reichstag o el deconstructivista Museo Guggenheim de Bilbao. Y David (el de Miguel Ángel) me tuvo a sus pies en Florencia, en Berlín Nefertiti me miró hierática con su único ojo, la Victoria de Samotracia me recibió ya descabezada en París y el capitán Frans Banninck Cocq me estaba esperando en Ámsterdam con toda su compañía antes de iniciar La ronda de noche.
Solo así se conoce la Historia del Arte y se puede enseñar. Por lo mismo, siempre he querido ir con los alumnos a todos los lugares posibles: incluso desde La Línea los llevé, siendo muy joven, a Granada, Madrid y Toledo. Y este curso han estado conmigo en la Alhambra y el Generalife, como es “obligado”, pero también en los talleres y almacenes del Museo de Bellas Artes, en la Capilla Real, en nuestra catedral y en el renacentista palacio de Carlos V, lo que nos ha permitido hacer algún que otro descubrimiento interesante, como que Apolo pasó por aquí persiguiendo a Dafne y ambos quedaron borrosamente inmortalizados en un curioso relieve alhambreño. Tristemente, el confinamiento nos ha impedido llevar a cabo las dos ultimas visitas programadas: la iglesia de los Santos Justo y Pastor, para admirar su teatral retablo móvil, y el camarín de la Virgen del Rosario, en Santo Domingo, todo una joya del más increíble barroco granadino.
Por desgracia, también ha cambiado su importancia en los recientes planes de estudio y, como consecuencia, el número de alumnos que hoy día la cursan. Valgan los datos siguientes: mi último año en Salobreña, en el 2010, tuve casi cincuenta alumnos en esta materia, lo que obligó a hacer dos grupos. Este año, en Granada, he tenido, exactamente, quince, también en dos grupos, pero porque unos han sido del diurno y otros del nocturno. ¿Cómo es posible que en una ciudad tan llena de arte haya pasado esto?
Decía el otro día un colega y amigo que compartía conmigo el deseo de una “educación humanista”, ¡pero qué pocos más lo hacen! Porque lo que impera no es eso, sino el utilitarismo: no las Humanidades, sino la Tecnología; no el Griego, sino el Inglés o el Alemán; no la Historia, sino la Economía. Hemos mercantilizado la educación y medimos la conveniencia de unas disciplinas en función del número de matrículas que puedan conseguir. Además, es sorprendente: en los gymnasium alemanes perviven más horas de Latín que en los institutos españoles, lo que no les ha impedido un desarrollo científico y tecnológico muy superior al nuestro.
Por eso me he decidido a escribir este artículo y a terminarlo con algunas palabras de las enviadas estos días por mis alumnos de Historia del Arte, sin duda, los más lúcidos para opinar:
“Antes no me llamaba la atención el arte ni nada relacionado con éste, pero ahora me ha generado curiosidad y me gustaría conocer más cosas. Además ahora me apetece ir a ver museos, cosa que antes no me llamaba para nada la atención”.
“Pero considero que el arte no se debe juzgar solo por cómo se ve, sino entender su significado. Como dice Aristóteles, ‘El objetivo del arte no es representar la apariencia externa de las cosas, sino su significado interior’”.
“No hay ningún estilo que no haya dejado huella, que no me haya hecho reflexionar, aprender sobre ideología, formas de ver y entender, comunicarse,… Porque eso es el arte. Esa es la historia y el propósito del arte”.
“Ahora, gracias a la asignatura, veo al arte diferente; además, entiendo más la evolución del pensamiento humano a lo largo de la Historia, un tema que siempre me ha interesado. Y del mismo modo que tenemos que conocer la historia para entender el arte, creo que también habría que conocer el arte para entender la historia, y esta asignatura debería tener un mayor peso y no reducirla a una optativa de una rama”.
“En definitiva, Historia del Arte es una asignatura que te hace ver más allá, una asignatura que hace que no te quedes con lo que ves superficialmente, sino con qué hay detrás de lo que ves, con esa ‘cara invisible’ que hay detrás de cada obra”.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)