“Vio a un tipo sentado en cuclillas, verdadero atleta del
cansancio, y a un pobre contando dos monedas, como
un gran erudito de la necesidad…”
LUIS LANDERO: “Juegos de la edad tardía”
En estos tiempos de modernidad líquida no deja de producirme un cierto asombro la facilidad con la que las masas reaccionan ante cualquier hecho, tanto relevante como si no, para sumarse al coro de la adhesión o el rechazo. Sin otro afán o propósito, en ese lugar común encontraremos a una muchedumbre, más embrutecida que lúcida, para aportar, lo que ahora se proclama con tanto desparpajo, su “granito de arena”. Jamás sabremos cuál es esa aportación –lo más seguro es que ellos tampoco- pero allí estarán haciendo bulto que es de lo que se trata.
La criminal muerte de George Floyd en la ciudad de Mineápolis constituye un claro ejemplo de lo que acabo de decir. Titulares de portada de medios impresos y audiovisuales, manifestaciones más o menos multitudinarias, comentarios urgentes de opinadores y toda una larga lista de acciones destinadas a la protesta han recorrido el mundo para denunciar el abuso policial. Todo muy políticamente correcto. Pero no dejo de tener la sensación de impostura, de mascarada, de control del poder a la que nos tienen acostumbrados estas democracias enfermas, postradas siempre ante el Gran Hermano norteamericano. Y digo todo esto porque pareciera que la muerte de Floyd es algo nuevo en la sociedad norteamericana, algo realmente insólito, cuando la realidad es que acontecimientos similares son de una frecuencia diaria en los Estados Unidos de Norteamérica. No se trata, por tanto, del hecho en sí, sino de la ética que lo envuelve y sus justificaciones morales. Y creo que es justo ahí donde reside lo sustantivo de la cuestión.
De un país que ostenta el triste record de haber asesinado a dos presidentes –de los cuatro que siguieron igual suerte- de máximo prestigio mundial; de haber asesinado a un líder negro Premio Nobel de la Paz; de ser el único país del mundo en haber utilizado la energía nuclear contra la población civil; de haber participado en casi todos los conflictos armados del planeta en el último siglo y pico; de tener en la industria del rifle una de sus industrias más florecientes, ciertamente poco se puede esperar. No quiero decir con esto, porque faltaría a la verdad, que ese país sea eso y sólo eso, que no haya gente preocupada por esa cruel realidad ni que no existan un arte y una cultura más que interesantes en ciertos aspectos. Pero lo evidente es que resulte paradójico que una sociedad moderna, como pretende ser la norteamericana, siga anclada en pleno siglo XIX en lo que se refiere a prejuicios sociales y raciales y al puritanismo hipócrita tan corrosivo para la convivencia, Y me viene a las mientes una frase de León Trotsky en su obra “Leçons d`Espagne”: “Los Estados Unidos tienen como columnas de Hércules la vulgaridad y la estupidez”.
Vulgaridad y estupidez hechas carne en su presidente Donald Trump y, lo que es peor, en los “trumpistas”, auténtica pandemia peor si cabe que el propio Covid-19: violentos, vengativos, racistas, xenófobos e insolidarios hasta el vómito. Jaleados por los grupos de la derecha más radical de medio mundo, que ven en su figura una luz que les ilumine el camino para sus más siniestros fines. Y es sólo a ese contexto al que debemos estar atentos permanentemente si no queremos que estos auténticos esbirros del Mal consigan sus propósitos. Nos merecemos una sociedad mejor, libre de todos estos fulanos travestidos que ponen precio a la vida de un hombre en 20 dólares. Son ellos los que son despreciables, no por el color de su piel sino por su alma negra.
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