Podríamos empezar a pensar –por lo mantenido y leído en diversas redes sociales– que el relativismo en sus formas concretas –moral, cultural, lingüístico, etc.– está ocupando un importante “nicho de mercado” en nuestra sociedad actual, impulsado por un atractivo plan de mercadotecnia en el que se incluyen determinados premios mundanos… No es ya sólo, según mantienen sus adeptos antiguos y novatos, que cualesquiera puntos de vista “no tienen, ni pueden llegar a tener, verdad ni validez universal”, sino que a las acciones políticas o sociales, sin valorar su bondad o maldad, se les está intentando aplicar la misma teoría, adjetivándola con un “esto es lo que hay” de trazas dictatoriales.
Así, tampoco nos debería extrañar que se dé como “causa juzgada” la utilización de la irreverencia, de la injuria, del ultraje o de la grosería, como métodos de confusión, enredo o desorientación, llegando, incluso, a cuestionarse –cuestionarnos– si la bondad es maldad
En el fondo y en la forma, lo que os quiero plantear, con este quizás largo preámbulo, es, como ya he mantenido en diversos foros, el convencimiento de que ha llegado el tiempo de la acción, de la presencia y el trabajo en las instituciones, del posicionamiento real frente a la nueva escalada de interpretaciones erróneas o falsas que se están produciendo sobre nuestra razón de ser. Tiempo al que, por cierto, no deberíamos haber puesto tantas y tan altas barreras de excusas relacionadas con el “arte” de no complicarnos la existencia.
Y tened muy en cuenta, por si a alguien le cabe la menor duda, que el “bien” que busco al escribir estas líneas está relacionado con la acción definitiva de acabar con la pérdida de identidad de lo social, así como con la inseguridad jurídica de los planteamientos partidistas de la política chapucera que se nos está dando como “condicional” –y que, no lo dudéis, tiene vocación de quedarse por los siglos de los siglos–.
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de
Ramón Burgos
Periodista