Quiero empezar diciendo que soy padre de dos jóvenes casi a punto de terminar sus estudios y empezar una vida laboral. Por tanto, no hace mucho que dejaron la adolescencia, esa etapa difícil que conozco bien, además, por mi profesión. Vaya también por delante que muchos de los padres y madres con los que he tratado como profesor desde hace tantos años han sido personas educadas, sensatas y plenamente colaboradoras, lo que se ha reflejado habitualmente en sus hijos, buenos y respetuosos, como son la mayoría de los alumnos.
Solo en algunos momentos he encontrado progenitores díscolos o problemáticos, como aquella madre que un día de hace bastantes años, burlando todos los controles del centro, entró a saco en mi clase exigiendo hablar conmigo inmediatamente, sin esperar ni siquiera a que yo terminara mi docencia. Pero los que me conocen saben perfectamente que para mí una clase es como para un cura su misa o para un juez su juicio: nadie va a decidir cuándo acabarla salvo yo, por lo que en aquella ocasión fue la Guardia Civil ¡excelente! la que, ante los más de treinta alumnos estupefactos, sacó del aula a la madre para que yo pudiera terminarla.
La historia no acabó mal del todo porque, gracias a la intervención de los agentes, no presenté denuncia contra ella, como podía haber hecho, sino que la atendí unos días después, lo que permitió que, francamente avergonzada, se disculpara con sinceridad y que yo, incluso, llegara a entender, que no justificar, por qué había actuado de una manera tan poco cívica. Cuento esto para que el lector asuma que jamás me he doblegado a las exigencias ni a las malas formas de un padre o de una madre, aunque siempre he intentado colaborar con ellos, como ellos generalmente conmigo.
Pero en estos meses tan extraordinarios del coronavirus, que tanto esfuerzo han supuesto para todos y, en consecuencia, también para los padres, sobre todo de niños pequeños, he podido hacerme una idea precisa de qué tipos de progenitores hay hoy día y he llegado a clasificarlos en tres categorías: 1) Los que recuerdan a sus propios padres, 2) Los que siempre tienen en la boca frases como “El puto maestro…” y 3) Los que actúan cegados por la idea “yo por mi hijo hago lo que sea”, a los que también podríamos llamar padres “mi hijo nunca miente”.
Los primeros, seguramente la mayoría, ayudan a sus hijos y se preocupan por sus estudios, acudiendo alguna vez al colegio o al instituto para interesarse por su marcha. Nunca hablan mal de los docentes delante de menores, sino al contrario, los defienden ante las tradicionales protestas infantiles o de adolescentes. Incluso entre adultos es sumamente difícil que manifiesten posturas muy críticas con los profesores de sus hijos, posiblemente porque sus hijos, educados, no tienen problemas con los profesores o, de tenerlos, estos padres tratan de informarse discretamente y de solucionarlos cívicamente. Tienen como modelo a sus propios padres y abuelos, aquellos que respetaban al maestro tanto como al cura o al alcalde.
Los segundos, siempre que viene a cuento ¡o no! hacen referencia a las largas e inmerecidas vacaciones de los maestros, a lo poco o nada que trabajan, a lo mucho que ganan para lo que hacen, a que se pasan el día “tocándose los… (genitales)” y otras lindezas por el estilo. Menosprecian el trabajo docente, cuando no es que lo desprecian claramente, debido a todo tipo de motivos personales. Su influencia sobre los hijos es nefasta, porque los alimentan con odio y rechazo a los maestros, a los que culpan de su fracaso escolar. Para estos padres, solo la incompetencia y vagancia de los profesores explica las malas notas o el mal comportamiento de sus hijos, porque ocurre con frecuencia que han tenido muy mala suerte con ellos, “todos unos negados”, y por eso sus hijos ¡qué mala suerte también! van muy mal, hasta acabar fracasando. Por supuesto, el modelo que los inspira no suele ser el de sus propios padres, porque antiguamente la categoría “del puto maestro” casi no existía pero, sinceramente, desconozco el origen de este prejuicio y de esta fobia que, como creo que no está bautizada, voy a llamarla “magisterofobia”.
Finalmente, están los padres “yo por mi hijo hago lo que sea” o “mi hijo nunca miente”. Son los que en esta crisis del coronavirus más han trabajado, porque se han dedicado, aprovechando la domesticidad de las tareas, a hacerlas por sus hijos. Y en bastantes casos hasta han podido lograr que apruebe, lo que hace sólo tres meses, dada la irresponsabilidad del mozalbete, habría sido casi impensable. Estos padres y madres no hablan mal de los maestros y profesores; todo lo contrario, son siempre respetuosos en sus manifestaciones en público. Y coinciden con el primer grupo de padres en el modelo, sus progenitores, solo que lo siguen mal, porque un padre de los antiguos o, mejor, una madre de las de antes, que era la que estaba siempre en casa con los hijos, los controlaba, les ayudaba con las tareas, les preguntaba la lección y un largo etcétera de actuaciones con un solo fin: que el hijo o la hija hiciera los deberes y estudiara para lograr aprobar. Pero el padre o la madre actual de esta categoría, recordando con poca nitidez el ejemplo de sus padres o, quizás, con el deseo de hacerlo “mejor” que ellos, realiza totalmente la tarea por su hijo o hija, que puede, por tanto, dedicarse íntegramente al ocio y la indolencia. Pletóricos, estos padres y madres, como aquellos que defraudan a Hacienda, se jactan de su mérito sin la más mínima vergüenza: ¡¡HE APROBADO!! Pero lo que realmente han hecho ha sido engañar al maestro o profesor y enseñar a su hijo/a a hacerlo. Por tanto, aunque no de palabra, su falta de respeto y consideración a los docentes es total y su ofensa no es verbal, sino de facto.
Indudablemente, este artículo mordaz tiene el único propósito de hacer reflexionar. Piense cada uno en qué categoría se sitúa y haga propósito de enmienda. El curso ya ha acabado, por tanto “lo hecho, hecho está”, pero para muchos no estaría de más empezar el que viene de otra forma. Y a los padres y madres de la primera categoría, muchas gracias por ser un ejemplo para todos.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)