“Un niño de cinco años que ha perdido a su madre entre la muchedumbre de una feria, se acerca a un agente de la policía y le pregunta: ¿No ha visto a una señora que anda sin un niño como yo?” Con esta frase el bueno de Gabriel García Márquez describía la zozobra de un pequeño que había perdido a su madre.
Ahora que ya estamos en el día D y la hora H, para que nuestro niños puedan salir por fin de su encierro y confinamiento por este maldito coronavirus, me ha venido esta preciosa e inocente frase.
Yo no sé si la norma de este Gobierno, despistado que lo es, incompetente que lo ha demostrado e insensible que también, será efectiva para que nuestro niños no adquieran ningún tipo de trauma.
Pero uno, que es abuelo, felicita y espera con alegría y ansiedad que mis nietos puedan por fin salir a la calle, no a Mercadona, a las farmacias y al banco como quería en un principio la orden ministerial, sino a tomar el sol y que el aire les acaricie. Y por supuesto, que no se pierda ninguno de su madre.
Cuando la tormenta pase y se amansen los caminos y seamos sobrevivientes de un naufragio colectivo y el corazón lloroso y el destino bendecido. Nos sentiremos dichosos tan solo por estar vivos. Y daremos un abrazo al primer desconocido.
Y alabaremos la suerte de conservar un amigo y entonces recordaremos todo aquello que perdimos. De una vez aprenderemos todo lo que no aprendimos y no tendremos envidia, pues todos habrán sufrido.
Y no tendremos desidia, seremos más compasivos. Valdrá más lo que es de todos que lo jamás conseguido. Seremos más generosos y mucho más comprometidos.
Entenderemos lo frágil que significa estar vivo. Sudaremos empatía por quién está y por quién se ha ido. Extrañaremos al viejo que ni siquiera sabemos su nombre, ni lo hemos preguntado. Y todo será un milagro que hemos conseguido entre todos.