Jesús Fernández Osorio: «Blas Infante, el Padre de la Patria Andaluza»

Hace relativamente pocos días que se han cumplido, y publicitado en ciertos medios institucionales, los 135 años transcurridos desde el nacimiento de Blas Infante. Un siglo, más tres décadas y media del nacimiento del conocido por todos –y legalmente reconocido en el Estatuto de Autonomía de Andalucía– como el Padre de la Patria Andaluza.

Hoy, poco más de un mes después, nuevamente nos vemos obligados a recordar su figura. Pero, esta vez, en un aniversario mucho más luctuoso y triste; su injusta y prematura pérdida por muerte violenta, ocurrida en los primeros días de agosto de 1936. Un fallecimiento y unas causas que, a mi entender, en las conmemoraciones puestas en marcha desde nuestra administración autonómica, solo han aparecido de modo muy irrelevante y un tanto superficial. Obviando, poco disimuladamente, que fue otra víctima inocente del terror y de la intolerancia desatada por los sublevados en aquel infausto mes de julio de hace ahora 84 años. Casi ocho décadas y media de su desaparición física que, restados a los de su nacimiento, nos arrojan la cifra de 51; los 51 años escasos que Blas Infante podrá pasar con vida.

Blas Infante Pérez de Vargas fue un reconocido notario, ensayista y político andaluz que, nacido en la localidad de Casares (Málaga), el 5 de julio de 1885, será el auténtico precursor del autonomismo andaluz. Pues, desde bien pronto e imbuido por los graves problemas sociales que existían en Andalucía (en el que eran palpables las condiciones de miseria en las que sobrevivían los jornaleros, bajo el caciquismo imperante en nuestra tierra), en el año 1915, publicará su “Ideal Andaluz”. Un libro en el que dejará claramente expuesta su visión y su pensamiento contra las injusticias que habría venido presenciado en la inmensidad de los campos andaluces: “Yo tengo clavada en la conciencia, desde la infancia, la visión sombría del jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo, confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales”.

Plenamente consciente de la situación real que se vivía en su tierra y centrado en sus posibles soluciones, ya desde el periodo de la Restauración, en el primer cuarto del siglo XX, se implicará en la defensa de la autonomía política para Andalucía, como una herramienta clave para su transformación y desarrollo. Además, aplicará todo su impulso y creatividad en la adopción de unos símbolos identitarios propios. Unos símbolos (himno, bandera y escudo) que serán aprobados en la Asamblea de Ronda de 1918. Construcción de una identidad como pueblo a la que, en enero del año siguiente, Blas Infante contribuirá decisivamente firmando el llamado «Manifiesto Andalucista de Córdoba», en el que ya se definía a Andalucía como una nación histórica dentro de la España federal. Una “Andalucía libre, España y la Humanidad”, tal y como recoge nuestro himno.

Escudo de Andalucía

Durante el periodo de la Segunda República, en enero de 1933, bajo su dirección se llegará a aprobar, en Córdoba, el Anteproyecto del Estatuto de Andalucía. El 15 de junio de 1936 publicará su último escrito y, por tanto, el que será considerado como su auténtico testamento político, titulado “A todos Andaluces”. En el que pide el sí para el Estatuto de Andalucía. El 5 de julio se celebrará en Sevilla la Asamblea Pro-Estatuto en la que se acordó la constitución de la Junta Regional pro-autonómica (de la que sería nombrado presidente de honor) y se preparaba la asamblea definitiva de ratificación del Estatuto de Andalucía para el último domingo de septiembre.

Tras el triunfo de la sublevación militar del verano de 1936, en la que Sevilla quedará bajo el mando del general golpista Queipo de Llano, todo el proceso quedaba interrumpido. Quedaba iniciada, eso sí y de inmediato, la cruel represión contra todo aquel a quien pudiera considerarse adversario político. Blas Infante, se encontraba entre ellos. Resultará detenido en los primeros días del mes de agosto, en su casa del municipio sevillano de Coria del Río, en Villa Alegría. Ocho días más tarde, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1936, resultará fusilado, en el kilómetro cuatro de la antigua carretera de Carmona, en Sevilla. Una detención durante ocho días a la que le sucederá un asesinato más que premeditado por los sublevados. Ese día, precisamente, se cumplían cuatro años del primer intento desestabilizador contra la II República, la del general Sanjurjo, en 1932. Ahora, este segundo golpe de Estado en tierras sevillanas, sí les llevará a la victoria. Pero, lo será, por la fuerza de las armas y dejando tras sí un rastro de sangre, odio e intransigencia.

Han transcurrido, por tanto, más de ocho décadas del execrable crimen y, como prueba de su desdén hacia la vida, los restos del ilustre notario aún no han podido ni ser localizados, ni exhumados. Parece ser que están en una de las fosas comunes del cementerio sevillano de San Fernando, junto a la de miles de asesinados más. Constituyendo, por tanto, otra página negra más de la historia de España. Con miles de víctimas de la represión franquista permaneciendo, incluso en Democracia, bajo la postergación más absoluta.

Unos hechos y unas circunstancias, como las vividas por este insigne andaluz, que no pueden permanecer más en el olvido, ni en la comodidad cómplice de los que pretenden que miremos para otro lado. Junto a ello, tampoco podemos dejar de rebatir las falsedades e ignominias con las que los vencedores de la Guerra Civil siempre trataron de encubrir su fusilamiento –en aplicación de los supuestos “bandos de guerra”– en los que acusarán a Blas Infante, un ciudadano ejemplar, pacífico y comprometido, de “tendencias revolucionarias” y de “propagandista para la constitución de un partido andalucista o regionalista andaluz”.

Así, tras el 135 aniversario del nacimiento del genial andaluz, que se ha venido celebrado, profusamente, diría yo, tanto por el actual Gobierno como por el Parlamento de la Junta de Andalucía, tengo la esperanza de que se tenga el mismo empeño y celo en recordarnos las trágicas circunstancias que rodearon su muerte en aquella aciaga noche de agosto de 1936, más allá del escueto “fallecimiento por fusilamiento” del año pasado. Puede que, en este otro aniversario y no de un modo tan aséptico, tengan que reconocer el germen de la ideología excluyente que propició su detención y posterior asesinato: el fascismo. Y, ojalá se atrevan a situarse frente al golpismo y condenen la evidencia del crimen cometido. Porque, de lo contrario y ante algunos silencios que son más explícitos que las palabras, ¿estamos los andaluces seguros de que la derecha gobernante no estará tratando, más bien, de aprovecharse y patrimonializar la figura de Blas Infante?

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Jesús Fernández Osorio

Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).

Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.

Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen

y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX

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