«Es la poesía la que te encuentra. Y nosotros buscamos a la poesía, pero no siempre la encontramos. Ella es la diosa. Solo cuando quiere viene a ti»
Siempre es un privilegio y un motivo de ilusión recibir en casa la visita de un poeta, y más cuando se trata de una persona que, como Pedro Enríquez, resulta educado y cordial, sensible en sus palabras e inteligente en sus apreciaciones. En el terreno literario, posee un vigor auténticamente admirable por su constancia y por su alta calidad poética que si bien supone un reto interpretativo para el lector, también es verdad que –superado el umbral de su dificultad– lo que le aguarda a este es la emoción que conlleva todo alumbramiento. Y lo ha vuelto a demostrar una vez más en su último libro, En el hueco de su mano, publicado en 2018 como número 73 de la colección Mirto Academia, de la editorial Alhulia. En él se percibe que su autor ha conseguido cuajar el ejercicio poético en una voz personal.
–¿Cuáles son las experiencias o sentimientos que motivan el libro?
–Pienso que cada libro está escrito mucho antes de que uno crea que va a nacer. Este libro puede haber estado en mi mente hace treinta años porque es un bagaje cultural de historias, de tiempo, de pensamiento. Y luego hace falta como una cerilla cuando se enciende en la oscuridad. Pero lo que hay en la habitación ya estaba llena, las cosas ya estaban allí. Al encenderse esa chispa uno empieza a ver qué hay en la habitación, pero las cosas eran de antes. Y esto sucede.
Yo tuve hace cuatro años un cáncer de colon. Cuando me operaron del tumor, me produjo una peritonitis estando al borde de la muerte. Y yo tuve unos sueños muy reales. Y uno de ellos es que yo estaba en el interior de una montaña y en su interior yo iba por una pasarela. A la derecha era la piedra; a la izquierda era como un hoyo inmenso, infinito, de oscuridad negra. Y al terminar había una especie de rellano, de espacio más amplio. En él, al fondo había un libro que en altura podía tener cuatro metros, inmenso, abierto. Y en lo alto del libro una palabra: Isaías. Pero en el libro no había nada escrito. Y yo decía en ese sueño tan real: “¿cómo no hay nada escrito si yo he leído a Isaías?”. A mano izquierda había una puerta, como un ascensor, al que yo me dirijo. Iba otra persona conmigo que no sé quién es. Salgo por ese ascensor, como si saliera a la vida. Y a mí me quedó esa imagen.
Y así comencé a leer de nuevo a Isaías. De hecho, el título del libro es una cita de Isaías. En el hueco de su mano es la mano de Dios. Estos poemas, pues, son búsqueda de Dios, encuentro de Dios, de diálogo con Dios y conmigo, de imágenes algunas de la Biblia como, por ejemplo, el polvo de las sandalias. Este es el origen de este libro, para mí misterioso, vivificante y, sobre todo, sanador.
– ¿Crees que la poesía se puede explicar o, por el contrario, es el lector quien debe ir descubriendo las entrañas de la misma?
– Yo que he conocido a muchos poetas y cantautores como Jorge guillén, Carlos Edmundo de Ory, Ernesto Cardenal, Antonio Gala, Amancio Prada, Georges Moustaki, Luis Eduardo Aute, el estar con ellos y que me expliquen algunos de los secretos de sus composiciones me parece un privilegio. Como lector me hago una idea y trabajo su interpretación…, pero más maravilloso es cómo surge de la boca del propio autor.
–¿Tienes fe en la palabra, en la capacidad de esta para llegar a lo “imposible”? ¿Es esta una lucha desigual, como diría Bécquer “domando el rebelde, mezquino idioma”?
–Cuando viajo a un país que no es mi lengua no hay nada más pesaroso que no poderte entender. He ido a Japón, Marruecos, Francia, Turquía y si quieres comunicarte hasta en lo más sencillo, si la palabra de uno y de otro no es el mismo lenguaje, no puedes entenderte. Es como lo que pudo ser una llama y se convierte en ceniza.
La palabra es la fuerza que nos hace comunicarnos y, además, nos hace sentir y hacer a veces lo imposible; lo que creemos que no somos capaces de hacer lo puede conseguir la palabra, porque somos receptores de ella y cuando lo somos pasamos a la acción. En nuestra vida, la palabra está presente en todo momento. Es la mayor fuerza que hay a nuestro alrededor.
–El tono introspectivo, hasta metafísico sobre todo en la primera parte del libro, contrasta con otras composiciones que como “16 megapíxeles” aluden al mundo moderno de las redes sociales y las nuevas tecnologías. En una sociedad como la actual –tecnócrata, subversiva, paradójica e inquietante– ¿para qué sirve la fe?
–La fe, por propia definición, es creer sin ver y hoy más que nunca creo que vivimos en un mundo con poca fe, puesto que cada vez más asistimos a un mundo de imágenes, en el que las personas se enganchan a los medios visuales. La televisión se hace dueña de las casas, los teléfonos móviles, instagram, facebook. Todo esto hace que cada vez más creamos en lo que vemos, pero no en lo que no vemos. Sin embargo, la importancia de lo que no vemos creo que es más necesaria que lo que realmente vemos, puesto que hay cosas que son propias del hombre que solo desde la fe pueden obtener sentido. Lo que no se ve está tan presente en nuestras vidas…, pero sobre todo está la trascendencia, la fe trascendente. Para mí, la trascendencia principalmente está en creer que Dios existe y ese sí es un salto de la fe. Por tanto, para mí la fe es totalmente necesaria.
–¿Para qué sirve la poesía? ¿Sería posible un mundo sin poesía?
–Sí. Igual la poesía no sirve para nada y somos unos ilusos. Un mundo sin poesía no pasaría nada, no es necesario un mundo sin poesía. Pero vemos que no sería necesario un abrazo, una puesta de sol, el amor, la belleza… hasta convertirnos en seres vegetativos. ¿Qué es lo que queda del hombre? ¿Qué es lo que queda a través de la historia? Una de ellas la palabra. La poesía, el pensamiento, ha hecho avanzar a los seres humanos. La poesía es, por tanto, totalmente necesaria. Si no hubiera poesía realmente el hombre sería mucho peor de lo que es.
–¿Cuál es tu experiencia creativa al componer un poema: es el poeta el que persigue a la “presa” o, por el contrario, es la poesía la que te busca?
–Siempre es la poesía la que te encuentra. Y nosotros buscamos a la poesía, pero no siempre la encontramos. Ella es la diosa. Solo cuando quiere viene a ti.
–En algún momento, reconocemos en el libro la presencia de Federico García Lorca. En concreto, el eco del poema “Baladilla de los tres ríos”, de Poema del cante jondo: “Por el agua de Granada / solo reman los suspiros”; y del titulado “Despedida”, de Canciones: “Dejad el balcón abierto”. ¿Qué influencia tiene el poeta granadino en tu obra?
–Si tuviera que elegir un poeta, sería Federico García Lorca por muchos motivos. Uno de ellos es que yo me he ido encontrando a García Lorca en muchos sitios: en Uruguay, en Argentina, en Rosario… y la voz de Federico no solo ha estado presente en la lectura de su obra sino que yo cuando era niño, la huerta de mi abuelo (que era casero) era colindante. Yo iba a jugar a la huerta donde vivió Federico García Lorca. Hay una relación importante en mi vida en algo que a veces es insustancial. Hay una influencia personal de amistad, que me acompaña muchas veces, y me busca y me encuentra también.
–¿Cómo era Pedro Enríquez en su infancia, ya seguramente poeta en el sentir más que en el ejercicio de la escritura? ¿Qué queda de ese niño?
–Conforme pasa el tiempo vamos acallando al niño interior, silenciándolo porque la vida, el trabajo, los hijos, el matrimonio, las preocupaciones, las enfermedades hacen que ese niño interior, de nuestros cinco a doce años, a veces se pierda pero es necesario volver y a mí me gusta volver, que esté presente. Está presente en muchas situaciones.
Mi padre trabajaba en la Alhambra y yo me iba con un cesto para llevarle el almuerzo todos los días de verano y yo allí luego me perdía entre las torres, los pasadizos, los jardines. Ese niño fue un privilegiado, porque vivió rodeado de esa belleza y en esa huerta de mi abuelo, junto a la huerta de Lorca. Allí me iba temporadas completas y era un niño de la vega, de beber agua en las acequias, de corretear por donde hoy es imposible.
Ese niño mío ha tenido muchos privilegios, el de un campo cuando todavía se podía transitar, la ciudad era pequeña, la Alhambra se podía visitar tranquilamente. Y esa Granada de mi niñez creo que sigue quedando en mí aunque ha habido un tiempo que se perdió. Pero creo que he hecho una labor de introspección para volver a él, recuperarlo. Recordar aquel niño con sus problemas, sus preocupaciones, sus lecturas, sus amores…
–¿Somos también lo que hemos sido?
–Sí, por supuesto, y sobre todo en esa edad que tanto influye. Es necesario volver a la humildad, a la sencillez, a la inocencia, porque solo la inocencia es capaz de ser llenada por la belleza, por la palabra, por la lectura. Solo desde la inocencia podemos ser mejores.
Traducido al griego en 2019 por Stavros Guirguenis con el título Las estatuas de sal, también al árabe y en parte al húngaro, la lectura de En el hueco de su mano supera el mero placer de la lectura para dejarnos un poso de serenidad profunda, nada fácil de encontrar, por cierto, en la poesía actual.
Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato