En las postrimerías de su dilatada existencia, para esta autora el objeto en exclusiva de su fe lo constituían las personas, las buenas personas que, aun en las circunstancias más dramáticas y terribles, son capaces todavía de obrar el bien.
Hace ahora un año que falleció, ya nonagenaria, la gran pensadora húngara gnes Heller. Conoció de cerca los dos grandes totalitarismos del siglo XX: el nacionalsocialista/fascista (al que sobrevivió milagrosamente dada su condición judía) y el comunista (del que huyó exiliándose en 1978 rumbo a Occidente aunque, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, regresaba periódicamente a su país natal). Su trayectoria intelectual (que ha sido interpretada, certeramente, como un tránsito desde el marxismo inicial hasta la socialdemocracia final) arroja libros tan reseñables como “Sociología de la vida cotidiana” (1977) o “Una revisión de la teoría de las necesidades” (1996). No obstante, no me propongo comentar aquí su obra, sino el contenido de la que, probablemente, sea la última entrevista que concedió a un medio de comunicación español – en este caso, de carácter escrito-, allá en el verano de 2017. En el curso de esa extensa entrevista, la veterana pensadora vertió toda una serie de reflexiones (que constituyen un verdadero “testamento filosófico” y que se revelan como muy iluminadoras respecto del desalentador momento presente) de las que se podría efectuar la siguiente síntesis:
En primer lugar, contrariamente a lo que sostenía Karl Marx, Agnes Heller considera que los filósofos siempre han querido influir en la sociedad en la que vivían y nunca se han conformado con explicarla. Lo que ocurre es que, con ese propósito, la estrategia más adecuada, en opinión de esta intelectual magiar, consiste en una labor de persuasión de la misma por parte de aquellos confiando en que la “inteligencia compartida” (por utilizar la maravillosa expresión del gran pensador español contemporáneo José Antonio Marina) de sus miembros ponga en práctica, a medio o a largo plazo, sus planteamientos. Por eso, el filósofo lo que debe procurar es continuar haciendo oír su voz con todos los recursos a su alcance.
En segundo lugar, lo frágil que resulta, a ojos de la protagonista de esa interviú, una de las ideas favoritas de La Ilustración y que, a partir de ella, se ha convertido en uno de los vectores ideológicos de la contemporaneidad, a saber, la idea de progreso, según la cual el género humano experimentaría, a lo largo de su devenir temporal, un avance constante en todos los órdenes. Y ello porque, como evidencia la historia, en la marcha de aquel las conquistas nunca son irreversibles, siempre son posibles los pasos hacia atrás e, incluso, puede darse un retroceso general. Creo –y lo digo con pesar- que basta con echar una somera mirada al degradado panorama actual, dentro y fuera de nuestras fronteras, para confirmar fehacientemente este último extremo.
En tercer lugar, nuestra filósofa, en coherencia con lo inmediatamente anterior, manifiesta, aunque sin abdicar jamás totalmente de ella, un visible desencanto hacia la razón habida cuenta de que, por ejemplo, en el contexto de despiadadas autocracias, aquella ha sido utilizada no solo para justificar auténticas atrocidades, sino también para hallar e implementar las medidas más eficientes de cara a cometerlas: de ahí, asimismo, sus reservas en relación con el desarrollo científico y tecnológico, que únicamente está en condiciones de mejorar la suerte de la humanidad si se pone al servicio de fines éticamente deseables. Ciertamente, en las postrimerías de su dilatada existencia, para esta autora el objeto en exclusiva de su fe lo constituían las personas, las buenas personas que, aun en las circunstancias más dramáticas y terribles, son capaces todavía de obrar el bien.
En cuarto lugar, para Agnes Heller la democracia supone mucho más que elecciones regulares o referendos ocasionales: aparte de eso, se identifica con el respeto por un repertorio de libertades y derechos esenciales, con la separación de poderes o con el imperio de la ley; dicho de otro modo, aquella se le aparece como un sistema, como una construcción política consistentemente articulada. Por ello, dados sus acusados déficits respecto de todo cuanto representa el sistema democrático, la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan o la propia Hungría de Viktor Orbán –el caso que más le dolía en términos personales-, pese a presentarse nominalmente como democracias, no merecían realmente, según su parecer, semejante título. Es más, cabría añadir, para nuestra alarma, que una concepción deficiente de la misma afecta también a no pocos políticos españoles, empezando por los “nacionalistas periféricos” y terminando por otros que hasta desempeñan altas responsabilidades de gobierno.
En quinto y postrer lugar, esta destacada pensadora advierte a nuestras modernas sociedades del peligro encarnado por ese totalitarismo de nuevo cuño como es el fundamentalismo musulmán (que sueña con establecer una teocracia islámica a nivel global ) y frente al cual no se puede adoptar, desde posiciones liberales en un sentido amplio, a su juicio, al igual que en el pasado con alguno de los que le precedieron, una actitud “naïf”, es decir, ingenua, sino combativa y de cerrada defensa del estilo de vida occidental, que se asienta en los valores democráticos y los Derechos Humanos, Derechos Humanos que, junto al feminismo –entendido a la manera clásica y no en la versión desquiciada que impera hoy en día-, han constituido para ella las dos revoluciones completamente positivas acontecidas en nuestro tiempo porque, además de tener ingentes consecuencias benéficas, han resultado incruentas.
En fin, después de esta apretada síntesis, el mejor colofón, quizá, a este artículo, en esta época de adocenamiento ideológico a causa de la hegemonía de lo “políticamente correcto”, lo sea esta declaración suya extraída de la referida entrevista: “Siempre fui una hereje. Quiero pensar con mi propia mente lo que considero bueno o malo, falso o verdadero”.
José Antonio Fernández Palacios
Profesor de Filosofía y Vocal por Granada de la Asociación Andaluza de Filosofía (AAFi)
(NOTA: Este artículo de Opinión de José Antonio Fernández Palacios fue incluido en las ediciones de IDEAL Almería (pág.22), Jaén (pág. 24) y Granada (pág. 22), correspondientes al lunes, 10 de agosto de 2020)