Resistiré, la popular melodía del Dúo Dinámico, se convirtió espontáneamente en el himno del confinamiento. Una canción, cuya pegadiza letra (compuesta por Carlos Toro Montoro), con claras alusiones a la capacidad de no rendirse y a seguir luchando, que fue versionada por numerosos artistas y, que cada tarde, nos acompañaba en los aplausos de las ocho que, desde balcones y ventanas, tributábamos a quienes se encontraban en primera fila en la lucha contra el virus.
Eran los primeros días del estado de alarma y del muy concienciado eslogan: “Yo me quedo en casa”, para intentar frenar la expansión de la Covid-19. Pronto quedará atrás lo de estar todos juntos (y de que saldríamos más fuertes) y comenzarán las disensiones, ya que algunos empezarán a sustituir las palmas, destinadas al personal sanitario, por caceroladas, contra el Gobierno. Por supuesto que, tras arduas campañas de intoxicación mediática supuestamente por sentirse rehenes del Ejecutivo en el recorte de sus libertades. Y así, poco tiempo después, tuvimos la oportunidad de ver –no sin escandalizarnos– las manifestaciones de los residentes en los barrios más exquisitos de Madrid, en el barrio de Salamanca, montados en sus descapotables con chófer privado y armados de sus palos de golf.
Después de algo más de tres meses, con el fin del periodo de confinamiento, llegó la llamada “nueva normalidad” que, desde el punto de vista político, no será más que una continuación del anterior estado de crispación, mantenido, esta vez, a costa de la gestión de la pandemia –con el objetivo claro de hacer caer al Gobierno de coalición formado por PSOE y Unidas Podemos–. Enfrentamientos dialécticos, de dudoso mal gusto, en los que se utilizará la cifra de las personas fallecidas por el coronavirus como arma arrojadiza preferente y en los que destacará la incapacidad manifiesta de los principales líderes de alcanzar unos mínimos consensos. Volverán, eso sí, el fútbol sin espectadores en las gradas y los toros, sin demasiados prejuicios en los tendidos. Reclamarán también su espacio, después de un largo periodo de letargo, la Iglesia, con sus misas y la Monarquía, con un forzado recorrido poscuarentena del rey Felipe VI por España. Afortunadamente, para el resto de los mortales, nos quedarán las calles –con mascarillas– y las playas –sin ella–. Aunque el sector turístico, adoleciendo de la millonaria llegada de extranjeros de otros años, se adentrará en un preocupante panorama. Insólito hasta ahora.
En todo este largo y preocupante periodo, de insuficiente reactivación económica, resultará especialmente llamativo, desde el punto de vista social y mediático, el acoso y hostigamiento sistemático de la ultraderecha contra la pareja Pablo Iglesias-Irene Montero. Campaña iniciada con la adquisición del “casoplón” de Galapagar; que debía ser el único que conocían o el que tenían más a mano. Una campaña burda, malintencionada y exageradamente mantenida en el tiempo que es organizada por quienes solo buscan opiniones (excluyentes y de odio) que reafirmen las suyas. Circunstancias que, seguramente, atentan contra los derechos civiles y democráticos más elementales.
El anodino estío, por lo demás, continuará en sus derroteros con el irritante señalamiento de competencias entre administraciones –sobre todo de distinto signo político–, la proliferación de bulos y propaganda interesada en las redes. Maniobras de distracción que en las postrimerías, aunque sea sin pruebas, se trasladarán a la denuncia de financiación irregular sobre Podemos. No sabemos si a modo propio o para tapar la huida/fuga del rey emérito a Abu Dhabi, en los Emiratos Árabes.
En estos primeros días de septiembre, otra canción, igualmente interpretada por el famoso dúo musical formado por Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, nos podría anunciar que el final del verano… llegó. Ahora, con la vuelta al cole y después de haber comprobado, en el irregular final de curso pasado –entre mediados de marzo y finales de junio–, lo necesaria que sigue siendo la enseñanza presencial para nuestros alumnos. Nos enfrentamos, por tanto, al gran reto de acoger de forma segura (sin contagios) a nuestros niños y niñas. Unos alumnos que, no hace falta recordar, llevan ya más de cinco meses sin asistir a las aulas y que necesitan inexcusablemente de la interacción con sus iguales.
Es cierto que durante el tercer trimestre pasado se ha continuado con la enseñanza online y se han venido utilizando las nuevas tecnologías de la información. Hemos podido comprobar lo necesarias que son y, a la vez, su insuficiencia. Pues, detrás de la brecha socioeconómica se encuentra, también, la brecha digital que afecta a los entornos más desfavorecidos. Así, en algunos ocasiones, se daba el caso de que nuestros alumnos, o bien, no disponían de conexión a internet o necesitaban recurrir al teléfono móvil de sus padres para acceder a los recursos propuestos por los docentes –cuando aquellos regresaban a casa tras largas jornadas de trabajo–. En el mejor de los casos.
No sería justo dejar de mencionar aquí el extraordinario esfuerzo desplegado, en general, por docentes, familias y estudiantes en el periodo crítico vivido y con los sobrevenidos medios que se pudieron utilizar en cada caso. Pero, ante la inminente reapertura de los centros educativos y con una segunda oleada de la pandemia a las puertas, si seguimos considerando que educar es mucho más que impartir conocimientos y que la escuela sigue siendo fundamental para corregir y nivelar las desigualdades sociales, se debe hacer todo lo posible por conciliar la enseñanza presencial y el derecho a la salud de todos.
Obviamente nos encontramos en uno periodo de tremenda incertidumbre. Nos enfrentamos a un nuevo curso que, como siempre, viene marcado por la imprevisión de las administraciones educativas y que, ahora sí exige, de verdad, el aumento del exiguo porcentaje que se viene destinando a la educación en España; si todos nos creemos lo que decimos de su verdadera importancia. Debemos abordar un contexto educativo indudablemente complejo que, igual que debería haber ocurrido en sanidad, con la atención primaria, –con más contrataciones de médicos y enfermeras– se deberá afrontar con más profesores en la enseñanza pública –y no solo de algunos apoyos puntuales–, con una reducción significativa de las ratios en las aulas y destinando realmente fondos para la adaptación de las instalaciones. Mejorando, asimismo, los equipamientos y diseñando eficaces planes digitales para disponer de una verdadera enseñanza online complementaria. Y, sobre todo, disponiendo de un verdadero plan consensuado con toda la comunidad educativa y no delegando las responsabilidades en las direcciones de los centros escolares. El problema es si llegaremos a tiempo. Y con los medios necesarios.
Para terminar, en esta síntesis acelerada del periodo veraniego, dejaremos atrás y no nos detendremos en quienes se ha apuntado a las viejas teorías terraplanistas o a aquellos conspiranoicos que muestran el mayor de sus recelos ante las vacunas, por las sospechas calenturientas de que pretenden introducirnos un chip prodigioso para controlarnos. Negacionistas de vario cuño y distinto pelaje, tal como escuchaba el otro día expresar con vehemencia a un transeúnte que pasaba por mi calle: “¡Malditas mascarillas! ¡Ya está bien! Fácilmente se podría hacer un test PCR a todo el mundo y quien salga positivo que la lleve y el resto, pues, sin ella”. Satisfecho de su ágil y certero razonamiento, que no tenía remilgos en compartir en voz alta, en clara sintonía con los fanáticos manifestantes antimascarillas de la plaza de Colón madrileña, seguramente no caía en la cuenta de que bien pronto nos quedaríamos sin el escuálido presupuesto público; obligados a destinar cuantiosas sumas de dinero, cada día, para realizar los dichosos análisis. Para estar en las mismas al día siguiente. Totalmente de locos. De la gravedad de la situación y del estado de inconsciencia mejor ni hablamos. Contra el Gobierno todo era más fácil y todos vivíamos mejor.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘