Para el M.C.E.P. (Movimiento Cooperativo de Escuela Popular) no es válida una escuela que por temor al virus impida el movimiento, la relación, el acercamiento y la vivencia colectiva, valores éstos tan vinculados al desarrollo pleno y el bienestar socioemocional del alumnado. Plantear el trabajo en “grupos burbuja” con ratios reducidas es una fórmula necesaria para garantizar condiciones de aprendizaje y salud, pero no nos vale cualquier fórmula que no aporte estabilidad.
Por otro lado, en el comienzo de este curso es primordial repensar el currículo y centrarse en las cuestiones importantes y vitales conectadas con los intereses y vivencias del alumnado. Ahora, más que nunca, urge apostar por la coordinación, el acuerdo y el consenso entre profesorado, alumnado y familias. A las distintas Administraciones compete la responsabilidad de garantizar los medios y recursos necesarios.
Como movimiento pedagógico, cada principio de curso en el MCEP nos cuestionamos el sentido de la escuela y de la actividad que en ella desarrollamos. Tenemos claro que las relaciones personales y el contacto con los demás constituyen la esencia de la vida de la escuela. El descubrimiento, la reflexión y el aprendizaje son aspectos de un proceso personal, que se enriquece con la vivencia grupal.
Pero este año, estas certezas parecen perder validez. En el inicio de curso no se habla para nada de estos aspectos fundamentales, sumidos en el miedo y la prevención que nos están generando con la pandemia. Oyendo las noticias, y viendo las normativas parece que la función de la escuela es evitar el contagio y que todo lo demás es secundario, programando un educación aséptica, con niños y niñas temerosos, regida por unas normas y controles que llevan al extremo el temor al virus y que en ocasiones atentan contra los derechos de la infancia y sus familias. (Niños y niñas de tres años a los que no se les puede cambiar el pañal, prohibición de levantarse de la silla, desaconsejado el aire libre porque hay que reducir el tránsito en los pasillos, control de distancias y mascarillas desde una mampara de protección, prohibidas las reuniones con familias… son algunos de los ejemplos de propuestas de estos primeros días).
Nos negamos a aceptar esta perspectiva, porque una escuela que impide el movimiento, la relación, el contacto, la caricia, la vivencia colectiva no es un lugar que permita el desarrollo pleno ni el bienestar de su alumnado, ni del profesorado. La escuela es un lugar de vivencia y convivencia, la identidad se forma con el reconocimiento, la aceptación, la expresión libre, el encuentro, el acogimiento y la comprensión. Para crecer verdaderamente no hay que reducir ni anular al alumnado, el miedo a los acontecimientos no deben mermar la capacidad comunicativa, no se pueden socavar el diálogo, la tolerancia, el respeto y la aceptación de la diversidad.
Desde el M.C.E.P. defendemos que la escuela tiene y tendrá sentido si respeta las necesidades del niño y de la niña, si les da voz, si les otorga un protagonismo y les deja ser ellas y ellos mismos, si entiende que las emociones son importantes. Es decir, si se mantiene como un entorno afectivo, motivador, acogedor, dinamizador, donde los intereses del alumnado tienen cabida y pueden encontrar cauces para su desarrollo.
Los grupos estables de convivencia (los llamados “grupos burbuja”), funcionando con las pautas de grupo familiar, permitirían una dinámica en el aula más acorde con lo expuesto. Pero para que estos grupos cumplan los objetivos de salud y pedagógicos deseables, habría que reducir la ratio y el número de maestros y maestras que interactúan con cada grupo, asumiendo todo lo que ello implique de cambios organizativos dentro de los centros y el aumento de recursos docentes, materiales y de espacios.
Es necesario un comienzo de curso diferente. Toda la comunidad educativa hemos de poner en común las vivencias, los temores y las situaciones que han marcado nuestras vidas en los últimos meses. En esa línea es incomprensible que se diga que no se pueden celebrar reuniones presenciales y entrevistas con las familias. Ahora, más que nunca, es importante y necesario la comunicación, la colaboración y el acuerdo entre todos los que vamos a tratar a las criaturas durante este tiempo. Si no se puede hacer en el centro, lo haremos en los patios y al aire libre, pero esta coordinación cobra ahora más sentido que nunca.
En todas las etapas es necesario repensar el currículo y centrarnos en las cuestiones verdaderamente importantes y vitales, partiendo de los intereses y vivencias del alumnado. Debemos superar la fragmentación del conocimiento con una mirada transdisciplinar; comprender que somos parte de la naturaleza, que la convivencia con ella solo puede darse desde el respeto y la armonía, y que la humanidad solo puede avanzar cooperando.
El alumnado ha de hacerse preguntas, compartir e incorporar a su aprendizaje elementos que le ayuden a comprender el mundo en el que está viviendo. El currículum escolar y el trabajo en el aula no pueden articularse ajenos a la vida. Es preciso que esos aprendizajes sirvan al conocimiento crítico de la sociedad y del medio natural, buscando un mundo más humano y más justo.
La escuela presencial es importante siempre y cuando respete las necesidades del alumnado. Si olvida esto, y se centra en ser aséptica, rígida, pasiva e individualista, puede que no transmita el virus, pero tampoco la vida.