José Luis Abraham López: «Es lo que quiero»

Cuando la pereza, la apatía y la desidia convierten nuestro ánimo en un desolador desierto nada como la música para avivar nuestra alegría reprimida

Somos la sociedad de los miedos. Miedo al compromiso, pavor a la soledad, pánico a la muerte y temor a la vida, angustia al fracaso, horror a hablar en público y miedo también al qué pensarán y dirán de nosotros mientras seguimos vivos.

Siempre es un buen momento para adquirir autoconfianza. Si estuviéramos más pendientes de nuestro alrededor, al cabo de un día descubriríamos multitud de gestos que nos colocan ante ejemplos claros de que uno debe comportarse tal y como es. Fuera complejos y miedos a la opinión de los demás por el terror que sentimos a dar la nota. Y es precisamente la música y este estigma (a ser como somos y, por tanto, diferentes) el que una conocida marca de alimentación y refrescos ha unido en una campaña publicitaria para desterrar aquellos sentimientos de inseguridad que dejan la expresión impasible de un maniquí, siempre expuesto a la opinión desde el reflejo turbio de los escaparates de los demás.

Con mucha frecuencia, la publicidad ha sido un campo de pruebas para fomentar la autoconfianza a través de productos que supuestamente nos garantizan la seguridad, el bienestar, reconocimiento social, hábitos de alimentación saludable, poder, confort, fiabilidad… Pero cuando lo hacen con tanto ingenio uno llega a creerse que todo es posible y dejamos nuestros pies y manos sueltos como si “el mundo fuera un fandango y hubiera que bailarlo”.

¡Cuántas veces hemos escuchado aquello de que “quien canta, su mal espanta”! Los antiguos helenos tenían el arpa como símbolo de la medicina, y el mismo Platón creía a ojos cerrados en la capacidad terapéutica de la flauta para aliviar algunas enfermedades. En Ulises tenemos un ejemplo del poder embaucador de la música. Pero también esta ha servido y sirve para compartir y conciliar, y en el caso que nos ocupa, también para cultivar la autoestima y ese apreciado sentimiento de libertad personal, en una chispeante manifestación de defensa y exaltación del yo.

Con la música no hay compás de espera y puede uno ir a todas partes, así que una cabina de metro, una lavandería, una barbacoa en un jardín, un pabellón de baloncesto y la pista de un aeropuerto son los lugares elegidos por la compañía norteamericana como escenarios para esos cinco anuncios de treinta segundos cada uno, protagonizados por hombres y mujeres de distinta nacionalidad y raza que experimentan la alegría incontrolada y contagiosa de la música, y luego la comparten con quienes en principio muestran su incredulidad ante lo que están presenciando.

Cada spot comienza con el sonido refrescante e irresistible de la apertura de una lata con la que mitigar el sofocante calor del verano. Y sin chistar, los personajes se suman a la fiesta que incita a la expresión íntima de los sentimientos y donde el componente verbal lo aporta la música que sirve de ambientación.

Por momentos olvidamos que toda publicidad arrastra y esconde tras de sí una potente función de consumo, pero estos anuncios seducen y reconfortan por su puesta en escena y por los valores que transmiten. Desde luego, cuando la incierta frontera entre la pereza, la apatía y la desidia convierten nuestro ánimo en un desolador desierto nada como la música para avivar, sin saber cómo, nuestra alegría reprimida.

 

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José Luis Abraham López

Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato

 

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