Lunes, 4 de octubre de 2004; todavía recuerdo con toda claridad y nitidez esa fecha puesto que fue la del día en el que a las ocho y media de la mañana, en el aula 18, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada (UGR), daba comienzo para éste que escribe una de las aventuras más apasionantes que ha vivido en su vida, su etapa universitaria.
Sin lugar a dudas, fueron unos años maravillosos de mi vida, unos años que, con mucho esfuerzo –como todo hijo de vecino‒, gracias a las becas estatales puesto que mi origen familiar es bastante humilde y a la educación pública, pude realizar mis estudios superiores (carrera) y avanzados (másteres).
Durante este largo camino tuve la inconmensurable suerte de encontrar a grandísimas profesoras y profesores que, a día de hoy, algunos de ellos, son muy buenos amigos personales, colegas y compañeros dentro de varias instituciones culturales granadinas y provinciales; para mí dejaron de ser mis profesores y se convirtieron en mis maestros –palabra ésta cuyo significado adquiere un carácter especial cuando se aplica en el más filosófico de los sentidos‒, y, lo más importante de todo, son enormes personas llenos de bonhomía y acreedores de una incuestionable altura humana.
Podríamos llenar páginas y páginas relatando las excelencias universitarias de Granada, no obstante, esta carta no prende alcanzar ese fin, pero sí ser un medio para mostrar públicamente mi indignación, enfado y total desacuerdo, como ciudadano libre que soy, por la incomprensible decisión que, pasado el puente del Pilar –normal, era lógico que fuera después de la celebración de dichos días de asueto‒, ha tomado la Junta de Andalucía de cerrar la universidad granadina durante quince días.
Todos somos conscientes de la delicada situación por la que el mundo entero está atravesando. Todos sabemos, gracias a los medios de comunicación, las incidencias tan terribles que esta pandemia está ocasionando en España. Todos sabemos que la única medida efectiva para luchar contra el virus, hasta que la ciencia no encuentre una vacuna eficaz y un tratamiento efectivo, es la prevención, el distanciamiento social, el uso de mascarilla y, por supuesto, evitar todo comportamiento incívico como el que se dio en determinadas calles de la ciudad de la Alhambra protagonizado por un puñado de descerebrados. Todos sabemos que estamos obligados a convivir con este virus dentro de lo que vino a llamarse “la nueva normalidad” tras haber vivido unos meses terribles, de triste memoria e infausto recuerdo, en el que este maldito virus se ensañado con muchas, demasiadas, miles de personas fallecidas en nuestro país.
Señores políticos en el gobierno de la Junta de Andalucía y señor alcalde de la muy Noble, Leal, Excelentísima y Celebérrima Ciudad de Granada: todos sabemos que la Universidad de Granada no tiene la culpa alguna del incivismo e inmoralidad de un puñado de jóvenes.
Estamos a comienzos de curso, no sé por qué pero, precisamente un día antes de que se produjera el anuncio de esta desafortunada e ilógica decisión, 84 años antes, es decir, el 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la universidad de salmantina con motivo de la solmene apertura del curso universitario en la Salamanca nacional, su rector magnífico, don Miguel de Unamuno, tuvo que realizar una vehemente defensa de la inteligencia en su templo universitario frente al general golpista Millán Astray que vertió todo la podredumbre propagandista contra la Universidad de la que fue capaz en dicho acto. Episodio muy conocido éste que a Unamuno le costó nuevamente el rectorado de la universidad salmantina y prologó el final de su vida.
Yo me he formado en dos universidades, que considero como mi casa y a las que quiero por igual, la UNED y la UGR. Ante el ataque gratuito e injusto que la Junta de Andalucía ha realizado a la universidad granadina con la aquiescencia del Sr. alcalde de la ciudad, que no ha hecho nada para defender los intereses universitarios de la ciudad ante una injusticia tan evidentemente clara, sólo diré una cosa: yo quiero la Universidad abierta y funcionando según las medidas higiénico-sanitarias, que la situación epidemiológica exigen, como hasta ahora ha sido.
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(Caniles, Granada)