Hay libros que se publican y en poco tiempo pasan a dormir el sueño de los justos (por no decir a ser olvidados en una estantería, en el mejor de los casos o al contenedor de reciclado de papel). Otros en cambio, como los buenos vinos, ganan con los años, e incluso se revalorizan por su rareza, calidad y dificultad para encontrarlos. Algo así es lo que le ha ocurrido a la edición de ‘Astrolabio’, de Ángel Olgoso (Granada, 1961), editado en 2007 por Cuadernos del Vigía que, en las librerías de segunda mano, se cotiza a cerca de 150 euros. Por ello, el autor ha creído que su obra merecía una nueva oportunidad -y nuevos lectores- y puesto que las circunstancias han hecho que en su vida se cruce una poeta y artista chilena, que las ilustraciones de Marina Tapia (Valparaíso, 1975) le den un valor añadido y que, además, tenga un precio mucho más asequible.
Y, por fin, esta nueva edición ilustrada de la obra, tal vez más reconocida, «de uno de los grandes cuentistas en la lengua de Cervantes», en palabras de Fernando Valls, era presentada en público en el Cuarto Real de Santo Domingo, ante un público que con cita previa, ocupaba este espacio. Sobre la tarima, el periodista Andrés Cárdenas que contó varias curiosidades y anécdotas relacionadas con Olgoso, para terminar afirmando que este narrador «utiliza un universo, su universo, para decir lo que siente y dice lo que siente para completar su universo. Con ‘Astrolabio’, el lector se lo pasa bien porque le permite acrecentar un montón de sensaciones: la de estupor, la del miedo, la de asombro, la del humor incluso…». Por su parte, Marina Tapia, en su breve intervención, explicó cómo surgió la idea de la reedición con el valor añadido de sus ilustraciones para un libro que «fue el primero que leí y me deslumbró y que se prestaba a ser ilustrado con imágenes potentes pero sencillas que no repitieran lo ya narrado. Me basé sobre todo en el mundo de los objetos».
Ángel Olgoso fue el último en hacer uso de la palabra para leer unos folios en los que fueron desfilando relevantes figuras de la narrativa como Eça de Queirós, Álvaro Cunqueiro, Italo Calvino, Borges, Bioy Casares, Perucho, Carlos Edmundo de Ory, para terminar con la lectura de varios de los relatos incluidos en Astrolabio que definió con «libro poliédrico, versátil, un pequeño caleidoscopio hecho de sueños disparatados, un puñado de miniaturas un tanto desaforadas sorprendidas en esta deliciosa edición de belleza casi artesanal a cargo de la editorial Reino de Cordelia, donde brotan libros hechos para la fruición de los sentidos, con un papel, unos detalles gráficos y una tipografía que son toda una tentación para los lectores ávidos de belleza». Así mismo, citó a uno de los primeros lectores que le comentó que con este libro «había experimentado algo semejante a un menú de Ferrán Adriá, muy variado, de sabores audaces y texturas sorprendentes que iban de lo dulce a lo salado, de lo crujiente a lo gelatinoso, de lo ácido a lo agrio, de lo esponjoso a lo quebradizo». Tras el acto, Marina y Ángel, provistos de guantes y mascarillas, dedicaron los ejemplares con los que habían acudido la mayoría d ellos asistentes.
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Palabras de Andrés Cárdenas
Veréis, he empezado a escribir esas líneas con cierto recelo. ¿Y si escribo algo que luego no tengo la oportunidad de leer? Eso pensé al ponerme al darle a la tecla. Y es que recordé cuando Ángel Olgoso no acudió a la presentación de un libro suyo. No sé si saben la anécdota, pero si no, yo se la cuento. Se había iniciado una colección de narrativa por iniciativa de Dauro -cuando estaba en manos de José María Rienda- y del periódico en el que yo trabajaba. El director de la colección era José María Pérez Zúñiga, que era el encargado de leer unos folios que había escrito sobre Ángel Olgoso y sobre su libro ‘Cuentos del otro mundo’, que era el que se presentaba. Corría que se las pelaba el año 2001 y la pequeña sala en la calle San Antón, la de la General, se había llenado de personas deseosas de oír a Ángel, entre ellas este que hoy les está hablando. Pasaron quince minutos de la hora prevista y se encendieron las alarmas. ¿Le habrá pasado algo a Ángel?, se preguntaban en la sala. Por entonces los móviles, si es que alguien llevaba uno en el bolsillo, no funcionaban con la misma celeridad que ahora. Los organizadores del acto no podían contactar con él. José María Pérez Zúñiga, hombre prudente y con sentido del humor, no se tomó por las malas el plantón. Aquello no fue impedimento para poner al autor del libro por las nubes. No leyó lo que llevaba escrito, pero dijo sobre Ángel aquello que todos esperábamos oír: que era un cuentista genial, que sabía utilizar las palabras como nadie, que cautiva al lector con sus narraciones fantásticas…. En fin, le echó las flores que todos los escritores estamos deseando que nos echen.
Alguna vez Ángel me ha dicho que creía que desde entonces José María Pérez Zúñiga lo odiaba. Temió verlo en persona durante un tiempo no vaya que éste le soltara todo un florilegio de sinónimos de la palabra tarambana: como negligente, irresponsable, faltón, incumplidor, voluble… Pero no. Eso no pasó. Lo que pasó es que a los trece años, en 2014, José María escribió un libro de cuentos y llamó a Ángel para que se lo presentara. Ángel dijo que sí, pero pensó: ya está aquí la venganza. Éste me va a dejar colgado. Lo que quiere es que yo me prepare la intervención porque él no se va a presentar. Y con ese recelo, muy parecido al mío, escribió lo que tenía que decir sobre el libro de José María.
Pero José María si se presentó y los asistentes a aquel acto pudimos escuchar quizás dos de las intervenciones literarias más jugosas e interesantes que se hayan oído en esta ciudad. Luego, durante esa inevitable cerveza que espera después de cada presentación, José María me explicó que la venganza suya había consistido en hacerle hablar a Ángel Olgoso ante el público, algo que él no lleva bien y que, incluso, le provoca crisis de ansiedad y miedo escénico.
Sé lo mal que lo pasa Ángel cuando tiene que hablar en público. Sólo se relaja en las reuniones de los patafísicos, donde sí se le ve en su salsa, quizás porque piensa que está entre grandes amigos. Él es de lo que le cuesta dejar algo a la improvisación, le da alergia tener que inventar unas palabras que él no ha pensado antes. Por eso prefiere leer lo que ya ha escrito.
Lo prueba lo que voy a contar ahora. Anteayer, antes de ponerme a escribir estas líneas, llamé a Ángel para decirle que tengo una fórmula que suele funcionar en este tipo de presentaciones. Yo, que he leído varias veces su libro y que me han encantado las ilustraciones de Marina, podría hacerle en directo una entrevista a ambos en la que también dejáramos intervenir al público. El lamento que oí de Ángel al hacerle mi propuesta fue de los de incluir en uno de sus cuentos:
-No, por favor, no me hagas esto. No. Rotundamente no. Tú ya sabes que me pongo muy nervioso -me dijo muy alterado.
Lo tuve que tranquilizar. Es como si al ahorcado le hubieran mentado la soga en su propia casa.
-Está bien -le dije-. Yo leo unas cuartillas, tú lees otras y Marina otras.
Eso lo tranquilizó.
Y así que aquí estamos, en la primera parte de esta presentación.
Le había propuesto a Ángel una entrevista en directo porque no sería capaz de ponerme a la altura de los críticos que ya han dado su opinión sobre Astrolabio, sin duda un clásico en el sector de los cuentos fantásticos. Hay escritores que, olvidándose de la extensión, se lanzan a registrar hechos ocurridos o imaginados con el afán de que no se les quede nada en el tintero. Otros aspiran a sintetizar lo más significativo, aquellos episodios que, aun siendo anecdóticos y fugaces, iluminan y dan sentido a su universo narrativo. Ángel Olgoso es un gran maestro de entre los segundos.
Fíjense lo que cuenta en su primer cuento:
“ESCRIBÍ UN RELATO de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias. Escribí una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos minados, multitudes errantes que morían y volvían a nacer, cargamentos extraviados, hechos que se enroscaban y desenroscaban como una tenia infinita, los temas eran desangrados a conciencia en busca de la última gota, no prosperaba el aire fresco, se sucedían peligrosas estampidas formadas por miles de detalles intrascendentes, el piso de este caos ubicuo y sofocador estaba cubierto con el aserrín de los mismos pensamientos molidos una y otra vez, los árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el lector agónico hasta enterrarlo”.
Cuando lo leí el otro día, lo primer que pensé fue, joder Ángel, no me lo digas ahora que acabo de presentar una novela precisamente de 300 páginas. Ese consejo me lo tenías que haber dado antes y haberme ahorrado tiempo y papel.
Amigos, como dice Julian Barnes, la ficción se elabora mediante un proceso que combina la libertad total y el control absoluto, que equilibra la observación precisa con el libre juego de la imaginación, que usa mentiras para decir la verdad y verdades para decir mentiras. Ángel lo sabe hacer perfectamente: utiliza un universo, su universo, para decir lo que siente y dice lo que siente para completar su universo. Yo creo que no debo decir mucho más de Astrolabio, solo que el lector se lo pasa bien porque le permite acrecentar un montón de sensaciones: la de estupor, la del miedo, la de asombro, la del humor incluso… El del Quijote de Avellaneda que piensa que lo escribió el mismo Cervantes para crear un irónico juego de espejos en el más fabuloso y extremado caso metaliterario de la historia de los libros, es genial. Como ese relato, el más corto de todos que titula Cuenta atrás: Siete decenios. Seis trabajos. Cinco infidelidades. Cuatro operaciones. Tres hijos. Dos latidos. Un suspiro. ¿Se puede decir tanto en tan pocas líneas?
Ángel huye del compromiso con la realidad lo mismo que un gato huye del agua. Y eso a mí me gusta mucho.
Para terminar contigo, Ángel, he visto que dedicas los cuentos a los amigos. Desde este momento estudio oposiciones para que me consideres uno de ellos y vea un cuento que diga: Dedicado a Andrés Cárdenas.
Bueno, ahora viene hablar de los dibujos de Marina Tapia. Chilena ella. Poeta, artista plástica, saltimbanqui… Perdona que mi intervención sobre ti sea más corta, pero que no sé ninguna anécdota en la que seas protagonista. Lo que sí sé es que has hecho unos dibujos que se adaptan a los cuentos de Ángel como un capuchón en un bolígrafo bic, como una espada en su vaina correspondiente, por decir dos comparaciones que me acercan tanto a la estupidez como a la verdad. No sé decirlo de otra manera. Son dibujos que creo que han alcanzado la mayoría de edad, que es algo que siempre se dice cuando compruebas que es difícil hacerlo mejor. La verdad es que yo no sé mucho de pintura, pero lo que es cierto es que estos trazos tuyos te dejan atrapada la mirada. Después de leer un cuento de Olgoso y observar un dibujo de marina, es como ese sediento de taberna que tras dar el primer trago de cerveza mordisquea una buena tapa: la combinación más perfecta que conozco. Quiero decir que se complementan tanto que ya no sé si Ángel escribirá otro cuento sin pensar que está Marina para ilustrárselo. El binomio artístico funciona de puta madre. Lo mismo que funciona el binomio sentimental. No como como a mí que el día que me casé mis amigos me regalaron una vajilla con los platos ya rotos.
Bueno, Marina, si el cuento que me va a dedicar Ángel lleva un dibujo tuyo, mi dicha sería completa. Quedaría sumergido en todo aquello que realza el placentero don de la vida, que diría Ángel.
Gracias amigos.
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Palabras de Marina
Cuando conocí a Ángel Olgoso tuve el impulso -al disfrutar de su excelente literatura- de poner mi granito de arena para contribuir a que se reconociera su obra tal y como merece. Para ello, lo convencí de que estuviera activo en las redes sociales; creé un blog donde doy cuenta de todas sus colaboraciones, actividades y material diverso relacionado con su creación; compartí muchos de sus textos en las narraciones que realizábamos con las Personas Libro de Granada, etc. y, al comentarme Ángel que “Astrolabio” estaba agotado, le planteé la posibilidad de una reedición con un valor añadido, mis ilustraciones. Este libro (que fue el primero que leí y que me deslumbró) se prestaba a ser ilustrado con imágenes potentes pero sencillas que no repitieran lo ya narrado. Me basé sobre todo en el mundo de los objetos, focalizados en pequeños detalles, utilizando sólo dos colores y las grafías manuscritas tomadas del mismo texto. Es decir, busqué aportar otros elementos no tan explícitos en los relatos, agregar nuevas combinaciones plásticas y conceptuales. El volumen cuenta, además, con el extra de dos retratos nuestros en las portadas interiores siguiendo la misma técnica.
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Palabras de Ángel Olgoso
Opina Lobo Antunes que esperar que un escritor diga cosas interesantes es lo mismo que esperar de un acróbata que, en su vida diaria, vaya dando saltos mortales por la calle. Me temo que, aunque quisiera, no podría desmentirlo. Y los únicos saltos mortales que podrían darse hoy aquí -a no ser que Marina o Andrés nos sorprendan gimnásticamente- se encuentran en los relatos que componen este libro, saltos detenidos en el aire y en el tiempo mientras aguardan a un lector. Precisamente siempre me ha fascinado ese símil de Merino que contempla las novelas como grandes planetas que se mueven pesadamente, planetas de distintos tamaños y diferente color, aunque todos se caracterizan por acarrear en su masa muchos elementos óseos y musculares y desplazarse con cierta lentitud, por muy majestuosa que llegue a ser. Alrededor de ellos están los asteroides de los cuentos, un sistema rico donde bullen cuentos de todas las formas y colores, cuentos voladores, saltarines, que se asoman y desaparecen enseguida, dejándonos una poderosa impresión de vida. Lo sorprendente es la solidez que, utilizando muy pocos recursos, consiguen alcanzar esos cuerpecillos nerviosos y versátiles.
Los relatos que componen este Astrolabio son textos estéticamente autosustentados, textos independientes sin común denominador, cada uno de ellos cristaliza según la necesidad interna que gobierna su extensión, su estructura, su voz narrativa, su ritmo, de lo cual resulta -por debajo de su planteamiento poético y concentrado- una abundante variedad formal. Podrían emparentarse tal vez estos textos con los “grutescos”; término etimológicamente afín al de “grotesco”, pero que remite más bien a una curiosa moda artística del siglo XVI, surgida a partir de los apuntes tomados por los artistas, a la luz de las velas, de los frescos romanos que cubrían los muros y las grutas de la Domus Aurea de Nerón. Montaigne definió los grutescos como “pinturas fantásticas, cuyo encanto radica en lo variado y lo extraño”, y los enlaza con sus escritos, pues -dice- “¿qué son, en verdad, éstos sino grutescos y cuerpos monstruosos formados con miembros diferentes, sin ningún rostro, no teniendo más orden, lógica ni proporción que las del azar?”. En Astrolabio he optado por una libertad total de enfoques; es un libro poliédrico, versátil, un pequeño caleidoscopio hecho de sueños disparatados, un puñado de miniaturas un tanto desaforadas sorprendidas en esta deliciosa edición de belleza casi artesanal a cargo de la editorial Reino de Cordelia, donde brotan libros hechos para la fruición de los sentidos, con un papel, unos detalles gráficos y una tipografía que son toda una tentación para los lectores ávidos de belleza. Ha sido un privilegio que -una vez agotada la primera edición de Astrolabio de 2007- se me haya permitido el paso a esa cueva de maravillas que es el catálogo del sello madrileño, repleto de joyas clásicas y modernas. Por no hablar del milagro añadido de las fascinantes y sugerentes ilustraciones de Marina Tapia, que no sólo potencian el minimalismo a la vez barroco y abocetado de los textos sino que los iluminan con otra luz y con otras sombras, vitaminizándolos con el soplo de poesía y gracia propio de su arte y su persona, lo que como resulta obvio ha supuesto un privilegio y un placer. Marina es esencialmente poeta -yo diría que de nacimiento- pero las palabras no son su única habitación, como para Emily Dickinson. Las palabras son la estancia principal de la casa creativa de Marina, que contiene sin embargo otras piezas más coloristas y comunitarias, la de la pintura y la ilustración, la de los títeres, la de la transmisión poética oral, o la del contagio por la belleza y el conocimiento.
Volviendo a Astrolabio, sus bebedizos han sido destilados tras zarandear un poco el cuento bien construido, apelando a otros registros y texturas más lúdicos, cuestionando sus límites, no por desamor o por pura experimentación, sino para ayudar dentro de mis modestas posibilidades a que no se apague su llama primigenia. Es la obra de alguien a quien no le interesa reproducir la calderilla de lo cotidiano o lo que Eça de Queirós llamaba “la impertinente tiranía de la realidad”, sí gusta en cambio reinterpretarla o suplantarla, sí le deleitan esos disparos a la luz de cuyos fogonazos se pueden ver de pronto y quizá por primera vez rincones escondidos; en definitiva, una literatura de imaginación, de torsión de lo real, pero más acicateada aquí por los retos narrativos y por una experimentación con géneros y subgéneros.
El añorado Álvaro Cunqueiro, respondiendo a supuestas similitudes de su obra con otros autores fantásticos, aclaró en un ocasión que Italo Calvino solía engarzar sus narraciones con algún aspecto didáctico; que Borges intentaba darle un sentido cientifista para que su narración se correspondiera con un orden cuasi matemático; que Perucho hacía surgir su erudición como algo serio, lo cual corta bastante la narración y da la sensación de que tiene miedo de dejarse llevar por lo fantástico de su historia; y que a Bioy Casares le sucedía algo semejante. La mía, sin embargo -dice Cunqueiro-, parece como una pura broma, un divertimento, un contar por contar, y el primer distraído y divertido soy yo. Pues bien, una buena forma de describir este libro sería decir que en él se pueden encontrar -salvando las lógicas y abismales distancias- ejemplos de muchos de estos aspectos. Otra forma sería citar unos versos muy pertinentes de Carlos Edmundo de Ory: “No hay más que sima y cimas/ espanto y maravilla/ dicha y ruinas/ mieles y males/ bajo y alto/ nubes y lotos/ no hay más que angustia y fiesta”.
El título, Astrolabio, designa el instrumento de navegación (etimológicamente “el que busca estrellas”) y apunta, también, a la unión de dos magnitudes distintas, el astro y el labio, lo colosal y lo diminuto, la explosión y la implosión, lo ardiente y lo tibio, lo lejano y lo cercano. Tal vez este Astrolabio guíe al lector hacia algún lugar desconocido o imposible, hacia diversas latitudes geográficas y temporales. O, al menos, lo extraiga por un rato de las garras de lo real mediante una sacudida o un bálsamo, atendiendo a la opinión que expuso Dickens en El grillo del hogar acerca de los libros de cuentos, «cuyas benéficas narraciones habréis bendecido cien veces, por lo bien que saben disipar la monotonía de este mundo prosaico».
Si un libro mío anterior como Los demonios del lugar era un descenso concéntrico y alucinado a los infiernos, y Las frutas de la luna una perspectiva cósmica de la especie, Astrolabio -aun con algunos delirantes jirones de lo anterior- tiene una atmósfera menos oscura y metafísica, un aura menos fatalista, su caligrafía se presenta menos enrarecida, casi frívola en ocasiones. Con este instrumento entre las manos, el lector podrá navegar a través del infinito mar de las posibilidades y toparse con revisitaciones históricas, con relecturas mitológicas, con piezas policíacas y metaliterarias, con bibelots orientales, paradojas científicas, epifanías, juegos temporales, universos autocontenidos, personificaciones de objetos y animalizaciones de personas, experiencias místicas, placeres inefables, percepciones extrasensoriales, metamorfosis, bilocaciones… Uno de los primeros lectores de Astrolabio me comentó que había experimentado algo semejante a un menú de Ferrán Adriá, muy variado, de sabores audaces y texturas sorprendentes que iban de lo dulce a lo salado, de lo crujiente a lo gelatinoso, de lo ácido a lo agrio, de lo esponjoso a lo quebradizo. Y es cierto que ese ideal de depuración, de mezcla de magia, emoción y laboratorio ha estado siempre presente en mi obra. Stephen Spender decía que en un poema la palabra tiene un peso específico y que, en prosa, las palabras deben llevar una señal que diga “no me mires, la historia sigue en esa dirección”. Sin embargo, yo no quiero renunciar a ninguna de esas cualidades. Creo que se puede contar una historia con palabras que tengan peso específico, con una prosa cuidada, exigente, depurada. Creo que se pueden conseguir resultados de una aterradora economía y, a la vez, de una mágica fulguración. Y este libro ecléctico es fruto de ello y de una mirada hecha de inocencia y extrañeza. Sin embargo, al igual que muchos otros de mis relatos en los que he intentado aunar la precisión y belleza del lenguaje con la singularidad de la historia, al ser visiones entre lo real y lo onírico y tener un contenido simbólico, los de Astrolabio pueden prestarse también a distintas interpretaciones. Me gustaría pensar, además, que Astrolabio es un libro para la lectura y la relectura, meta más que deseable para cualquier obra, junto con la de lograr emocionar, inquietar o interrogar al lector.
Para finalizar, voy a reproducir la célebre conversación levantada por Maupassant en esa rareza que es su novelita El doctor Heraclius Closs, entre el Ilustre Decano que lo esperaba todo del eclecticismo y el Doctor que lo esperaba todo de la revelación:
“-Amigo mío -decía el Decano-, hay que ser ecléctico. La filosofía es un amplio jardín que se extiende por todo el planeta. Recoja las flores resplandecientes del oriente, las floraciones pálidas del Norte, las violetas de los campos y las rosas de los jardines, haga un ramo con todas ellas y huélalo. Aunque su perfume no sea el más exquisito que se pueda soñar, al menos será muy agradable, y mil veces más suave que la esencia de una sola flor, aunque fuera la más fragante del mundo.
-Sin duda alguna, será más variado -dijo el Doctor-, pero no más suave si se consigue encontrar la flor que reúne y concentra en sí todos los perfumes de los demás.”
Ojalá en este variado ramo encuentren ustedes numerosos perfumes y, también, alguna esencia. Y confío en que, en esta nueva edición de Astrolabio hermoseada por el arte de Marina, sus relatos aún mantengan esa saludable inquietud, esa cuidadosa concentración de detalles, esa rítmica emoción y esa chispa sensual sin las cuales cualquier texto está muerto.