Que me encuentro saturado, cansado y hastiado es algo que vengo diciendo en los últimos tiempos, pero la saturación de tanta indignidad está llegando al límite.
La retahíla inmisericorde de noticias asquerosas que sufrimos desde hace tanto tiempo está haciendo mella en mí. Ya no tenemos bastante con el caso Bárcenas, los Pujol, la Junta de Andalucía, el problema sanitario en Granada campando por sus anchas, ya no distinguimos entre corrupción real o la real corrupción. Para mayor inri va el PSOE y nuevamente el Sánchez se mofa de la gente que no le votó y ha creado un Gobierno de chupa domine, con más ministros y carteras que sillas tiene la mesa de reuniones.
Quería recordar que en esta España y en este mundo, además de porquería, había belleza, amor, grandeza, ejemplaridad, héroes, inventores, gente que servía a la sociedad con sus hallazgos y creaciones.
Creí que en estos días iba a recuperar el ánimo perdido. Pero no. La mierda ya no cesa de caer sobre nuestras cabezas de ciudadanos de a pie y España empieza a oler realmente mal en todo el espectro desde el azul al rojo. Algo muy hondo se está descomponiendo y cada vez estamos todos más tristes, más cansados, más desesperados.
Se ha despreciado tanto la moralidad, los valores, la potencia de las conciencias individuales a la hora de hacer lo que se debe que ahora ser honrado, en un sindicato, en un partido, en un comercio, en un tribunal, en un banco, en una universidad, donde sea, se ha vuelto una misión, no imposible, sino estúpida, banal, ingenua. Ya no es aquello de la libertad para qué, sino esto otro, además, de la honradez para qué.
La gente lo sigue pasando mal, muy mal, los desahucios continúan, el paro ahí sigue; la ley de dependencia está en punto muerta y los más necesitados desesperan sin consuelo alguno. Ni Gobierno ni oposición hacen nada por solucionar algo, aunque sea mínimo
Por eso y muchas cosas más estoy fatal. Saturado del todo.
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